Veamos una analogía que nos acercará a la comprensión de nuestro tema. Si diéramos a dos fotógrafos profesionales una gran variedad de equipo fotográfico y un mismo objeto para fotografiar, nos presentarían fotografías que difieren tanto entre ellas como del objeto tal como lo vemos nosotros. Por lo pronto, cada uno elegirá un diverso “hardware”; o sea, un diverso tipo de cámara, de óptica, de película, de filtros, de luz (natural o artificial), de papel sensible, etc. Aun si estos fueran idénticos para ambos, el “software” sería diverso; o sea, elegirían distintos encuadres, enfoques, composición, incidencia de la luz, tiempos de exposición y revelado, ampliación o reducción, retoques y montajes, etc. La misma toma de la fotografía es un acto activo e intencional de elección, de búsqueda, etc. que parte a captar el objeto en un cierto modo, con un cierto efecto, y que ya simultáneamente al captarlo no puede sino transformarlo. Nunca podrían entregarnos una fotografía del objeto “tal cual es”, sino su particular visión del objeto.
Este ejemplo de las fotografías nos acerca a nuestro concepto de “paisaje” y el acto global de tomarlas a nuestro concepto de “mirada”.
Así, cuando percibimos el mundo “externo”, no lo hacemos simplemente (ingenuamente) con la vista o cualquier otro sentido aislado, sino con todos los otros sentidos que actúan simultáneamente y conjuntamente, lo cual hace variar la apreciación de lo percibido. Por ej. aparte de otros factores, un plato resulta más o menos apetitoso según el olfato, la vista, el tacto, y aun el oído, colaboren más o menos con el gusto en si. Además de los sentidos externos, también se percibe según un estado general del propio cuerpo (salud, vigor, vitalidad, necesidades metabólicas, etc.) reportado por los sentidos internos.
Pero también se percibe a través de la óptica de un estado de ánimo, una pasión, un sentimiento o un tono emotivo (ej. enamoramiento, maternidad). Se percibe desde la vaga sensación emotiva, se intuye, se presiente.
Se percibe según se esté más o menos atento, más o menos despierto, según se trate de abstraer –para obtener las características principales de lo percibido- o de asociar buscando lo símil, lo contiguo o lo opuesto a este.
Pero no solamente lo presente entra en juego en el percibir, sino también todos nuestros recuerdos, nuestra memoria, toda nuestra biografía. Este “pasado” co-presente se actualiza continuamente, acompañando activamente al percibir para reconocer o desconocer, para aceptar o rechazar, para anticipar y prever, etc.
Y más aún, el futuro al que se aspira, el futuro temido, el futuro entrevisto, el futuro como fuga del pasado o del presente, el futuro que se cree cierto, etc. transforma activamente la percepción de lo presente.
Vista la complejidad del percibir, preferimos referirnos a los “objetos” usando el vocablo “paisaje”. De este modo evitamos referirnos a ellos como si fueran percibidos como individualidades aisladas y abstractas; y, en vez, los mencionamos como bloques, como estructuras que fusionan mucho más de lo que se percibe. Se tratará de un “paisaje externo” cuando nos refiramos a lo que nuestros sentidos perciben de las cosas; y de un “paisaje interno” cuando nos refiramos a los que ellas “quieren decir” para nosotros, a lo que de ellas filtra el conjunto de factores ya mencionados. “…Estos paisajes son uno y constituyen nuestra indisoluble visión de la realidad”.