¿Existe realmente la llamada “economía libre de mercado”? ¿O se trata de proteccionismos y dirigismos encubiertos que de pronto abren determinadas válvulas allí donde se sienten dominando una situación, y cierran otras en caso contrario? Nosotros sostenemos la segunda posición. En principio, parece que la economía del libre mercado se refiere a una condición ideal en la cual se desarrollaría el mercado internacional cuando no se erigen barreras económicas o políticas al comercio de bienes y servicios. Esta teoría es apoyada por un fárrago de conceptos y formuleos reconocidos por muchos economistas como hipotéticos, parciales, irreales, sometidos a muchos factores de incerteza y excepciones (ej. competencia perfecta, equilibrio perfecto, eficiencia económica, etc.).

El dirigismo económico se ha sofisticado. A los procedimientos desordenados e incoherentes del comienzo –con controles demasiado directos y evidentes- le suceden los medios de intervención y control indirectos y globales. Ej. política de créditos, monetaria y fiscal; controles sobre el consumo, la producción, precios, rentas, comercio exterior y cambios.

Ya no es la demanda lo que determina la producción, sino que son las grandes corporaciones las que condicionan lo que se puede y debe comprar o vender. Esto se logra por medio de prácticas monopolísticas, la propaganda masiva, el clientelismo político, etc. Lo mismo ocurre con la fijación de precios, márgenes de ganancia y tasas de interés.

Las compañías ya no son ni tantas ni tan pequeñas (para asegurar la “competencia perfecta”) y, por lo tanto, ya no es “libre” el juego de oferta y demanda que regula el precio de bienes, servicios y suministros. En los últimos cien años asistimos a la continua concentración de producción y de capital en compañías cada vez más grandes. Estas son las que condicionan fuertemente el comportamiento del mercado, y las que están en mejores condiciones para aprovecharlo.

La misma teoría del mercado libre admite la violación de las reglas del libre comercio a favor de proteccionismo en caso de: a) necesidad de corregir rápidamente déficits en la balanza de pagos de entidades insostenibles, por falta de reservas o de préstamos internacionales; b) defensa de la ocupación en sectores de alta densidad de ocupación expuestos bruscamente a la competencia de países con bajos salarios; c) ampliación del mercado interno como salida para las empresas nacionales que comienzan a operar en sectores considerados esenciales para el desarrollo económico moderno del país, en los que la tecnología existente impone la producción por encima de ciertas dimensiones mínimas a fin de ser competitivas con empresas extranjeras ya consolidadas que operan en gran escala; d) respuesta que un país opone a otros cuya medidas proteccionistas perjudican sus exportaciones.

Entonces, si la “libertad” se ejerce y se predica siempre y cuando convenga, ¿cómo se podría levantar esta bandera cuando la conveniencia de la competencia nos perjudique con su proteccionismo, u otro oportunismo pragmático?

Por otra parte, se sabe que aun en régimen de libre mercado se mantienen situaciones de oligopolio o monopolio, de hecho o de derecho, por parte de empresas exportadoras, allí donde las condiciones histórico-políticas particulares y los mecanismos de acumulación y de desarrollo económico garantizan “poder de mercado” a quien ya lo detenta. La existencia de carteles (OPEC, etc.), explícitos o implícitos, también es parte de la economía de mercado actual. Estos se constituyen para eliminar la presión de la competencia e impedir (o hacer muy difícil) la entrada de otros competidores en el mercado.

Entonces, ¿de qué libertad se habla a los que han partido como “vagones de cola” en la fase de expansión colonial y desarrollo industrial? ¿se resignarán al rol que les ha asignado la “natural” división internacional del trabajo, basada en las “leyes” de “eficiencia económica”?

Las presiones políticas, económicas, militares, etc. tampoco nos garantizan que el comercio sea “libre”. ¿Cuánta libertad para establecer los términos de intercambio (y en materia de política económica) pueden tener ciertos países en relación a otros de quienes dependen, por ejemplo, a través del F.M.I. o del Banco Mundial? ¿Cuánta libertad existe para llegar a se “competitivos” en el mercado “libre” cuando existe colusión entre grandes corporaciones, entre corporaciones y entidades financieras, entre corporaciones y burócratas, políticos o militares? ¡Bonita libertad la de un mercado en el que se juega con cartas repartidas por la competencia, y que además son pocas y marcadas!

La creciente concentración de poder financiero (que arrastra al político, militar, etc.) en unas seiscientas mega-corporaciones multinacionales o transnacionales, hace definitivamente irrisorio el mismo concepto de mercado “libre”. Estas merecerían un capítulo aparte… Cuando el modelo de mercado fue reintroducido al final de la segunda guerra mundial, los bienes se desplazaron hacia los mercados más ricos, seguidos por el capital y la mano de obra. Así se desarrollaron las economías ya desarrolladas, en sus sectores más desarrollados. Las brechas existentes se ampliaron aún más. Como sentenció un economista: “La riqueza atrae y la pobreza repele”. El capital busca seguridad y rédito a la mayor brevedad. Si esto fue válido para los países, también lo fue (y lo será aún más) para las compañías transnacionales.

La economía libre de mercado comenzó aconsejando al Estado no entrometerse en la economía (le asigno el rol de gendarme). Pero, cuando aquella entre en crisis profunda en 1929, pide socorro al Estado, prescribiendo entonces (oportunísticamente) la intervención dirigista de la economía. El Estado consiente, y usa sus recetas de intervención directa y luego indirecta o global (rol providencial). Bajo protección estatal continúa creciendo la concentración de capital (y los descalabros que esta produce). Ahora que esos mismos intereses se sienten dominando, lo quieren todo. Ya la injerencia estatal les estorba. Entonces ahora prescriben (oportunísticamente) que el Estado (motejado de ineficiente) se haga nuevamente a un lado y los deje hacer, en honor a la “libertad” de mercado. Pero ha surgido una gran diferencia; por una parte se pide libertad y protección al Estado nacional; pero ahora, por otra parte, ya (o menos que nunca) ni los capitales ni los beneficios de las grandes corporaciones transnacionales están ligadas a intereses nacionales, y mucho menos al de humanizar la tierra.