A la profunda crisis que sucede al apogeo del capitalismo liberal desde el 1929, sus clásicas concepciones de propiedad privada y libre competencia son revistas y erosionadas para tratar dar solución a los descalabros y rescatar a la economía de libre mercado como modelo viable. Comienzan los corporativismos (Portugal, etc.) y los dirigismos económicos (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, etc.), sucediéndose diversos experimentos en que el tradicional rol abstencionista del Estado es dejado de lado. En este último contexto cobra relieve el modelo económico de John Maynard Keynes, economista inglés. Se reintroduce así, al final de la segunda guerra mundial, una variante del modelo de mercado en la economía del mundo capitalista.

En líneas generales, se asigna ahora al Estado un rol paliativo y protector, para llegar a controlar en alguna medida las alzas y bajas del mercado, pero no a evitarlas. Se trata de dar prioridad a la estabilidad del nivel de empleo y al nivel de precios interno. Los gobiernos deberán influir en las tasas de interés. En momentos de crisis, los gobiernos deberán aumentar sus gastos (en particular en obras públicas), en vez de reducirlos como aconsejaba la sabiduría convencional previa. Se incorpora la noción de que una economía de mercado no regulada sufrirá casi permanentemente de desaprovechamiento de recursos. Sin embargo, la posibilidad de que las políticas para evitar el desempleo conducirían, tarde o temprano, a un problema persistente de inflación de precios y salarios fue reconocida por el mismo Keynes; pero su esquema analítico no pudo ofrecer ninguna clara solución. La real extensión del dilema, así como la estrategia que debiera ser adoptada para afrontarlo, han permanecido como argumentos de controversia entre los economistas.

Así, desde fines de la década del 60 en adelante el creciente problema de la inflación y otros males afligen a los países occidentales. Ante esto los gobiernos no alcanzan a dar respuesta, sea para detener el alza de los precios que para eliminar el desempleo.

Ante este nuevo fracaso de los modelos de economía de mercado surge el experimento del “monetarismo” (ideado por Milton Friedman, premio Nóbel de economía, 1976), para reorientar la corriente principal de la llamada “macroeconomía keynesiana” y rehabilitar las principales características del modelo de mercado previo al “keynesiano” (que ya había hecho crisis!) Según el “monetarismo”, la inflación se convierte en el principal enemigo, y no el desempleo. Por cierto que no existe ninguna evidencia que una economía sufra más por la inflación que por el desempleo; más bien lo contrario. Ideológicamente, Friedman está ligado estrechamente al liberalismo del laissez-faire (intervención económica del gobierno en su mínimo absoluto). Su postura es que el gobierno debe orientar su política fiscal y monetaria al logro de un ritmo de crecimiento de suministro de moneda proporcional, estable y preanunciado; y abstenerse de formular cualquier objetivo de política para la producción y el empleo. En breve, la teoría económica del “monetarismo” está basada sobre la postura que los mercados económicos operan en su mejor eficiencia sin la intervención gubernamental.

Pues bien, Friedman mismo en su célebre ensayo sobre “La Metodología de la Economía Positiva” (“The Methodology of Positive Economics” –New York, 1969) afirma que una teoría no debe ser juzgada por el realismo de sus presunciones, sino por su capacidad para predecir los hechos. Y predecir los hechos significa manejarlos. Nada mejor entonces para este modelo económico que la posibilidad de testearlo en la práctica y así demostrar su valor.

Así, un grupo de economistas –tristemente conocidos como los “Chicago Boys”- formados por Friedman en la Universidad de Chicago, implementa la política económica de Chile desde el 1974 al 1983 (¡diez años!), bajo la dictadura de Pinochet. Coherentes con la teoría monetarista, ellos sostuvieron que: 1) la operación irrestricta de la empresa privada –como la forma más eficiente de organización económica- era esencial para el desarrollo económico; 2) los precios debían ser determinados puramente por las fuerzas del mercado; y 3) que la inflación debía ser erradicada a todo costo por medio del control de la emisión de moneda. Pues bien, como resultado de la aplicación de esta política se logró un incremento masivo en el ritmo inflacionario anual del 20 al 400%, las plantas industriales redujeron sus operaciones a la mitad de su capacidad previa, subieron las tasas de interés, hubo un aumento fenomenal de desempleo del 3 al 25% -a pesar de que un millón de trabajadores abandonó el país-, el salario mínimo se redujo en 8% por año en términos reales, la deuda pública aumentó al doble, y las exportaciones fueron superadas por las importaciones, a pesar de que una población hambrienta exportaba comida. Pero… el presupuesto fue equilibrado y el comercio exterior liberado! Una a una las mayores firmas e industrias chilenas fueron compradas por monedas por compañías estadounidenses, y sus productos remplazados por importaciones de Estados Unidos y Japón. De hecho, el modelo monetarista es una restauración del modelo de libre mercado, el cual en práctica deja libres a las grandes corporaciones para ejercer su poder financiero sin controles gubernamentales. Demás está decir que tal política fue abandonada, y el ejemplo debería haber sido aleccionador para todo el mundo. También los actuales gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña heredaron la crisis que sus predecesores generaron gracias al asesoramiento de los discípulos de Friedman.

De modo que una vez más los pueblos pagaban los experimentos de recetas económicas de moda, mientras que los vértices que detentaban el poder no lo perdían y lo acrecentaban aún más.

Las teorías “keynesiana” y “monetarista” son a menudo consideradas como visiones alternativas de la economía. Sin embargo, y además de la evidencia probada de su incapacidad para asegurar lo que prometen, tanto el modelo “keynesiano” como el “monetarista” subestiman (o promueven) el poder de las grandes compañías transnacionales y sobrevaloraron el poder de los gobiernos nacionales. Las gigantescas compañías que operan internacionalmente pueden ahora efectivamente dominar tanto los mercados como los gobiernos nacionales.

El resultado de estos experimentos es un gran fracaso en términos de un completo empleo de recursos, de emplear a todos los que necesitan trabajar, de producir lo que todos puedan aprovechar, de disminuir las brechas de bienestar y dependencia entre sectores, países y regiones del planeta, de emplear los recursos productivos y tecnológicos en su total capacidad, de satisfacer nuestras necesidades sin destruir el medio ambiente, de crear bienes para la subsistencia sin tanto derroche, y sin desviar vastos recursos a la acumulación de armamento.

Pero, a fin de continuar cambiando algo para que lo sustancial no cambie, nos propondrán ahora nuevos experimentos y recetas. O sea, un cambio de esquema de dominación, pero no de sistema; para que el poder real siga concentrándose cada vez más a favor de los intereses de lo particular y en desmedro del todo social.

Nuevamente la inconsistencia del modelo económico que se promueva será disfrazada por una jerga altisonante, el “prestigio” de los personajes o los centros que los lanzan, la referencia a supuestas “fuentes reconocidas”, el uso de la tecnología computacional, formulerío matemático, estadísticas amañadas, etc. Así la fetichización será completa.

Se nos ofrecerá otra nueva variante de la teoría económica neoclásica, que enfatizará una vez más la importancia de mantener la “libre” competencia en el mercado mundial, la “libre” circulación de capitales y mano de obra a fin de extender los “beneficios” del desarrollo capitalista, y considerará deplorable la interferencia de los gobiernos en los asuntos económicos nacionales e internacionales. Aceptar esta postura será, una vez más, desconocer la evidencia del poder avasallador de las grandes corporaciones transnacionales para manejar los mercados y su uso oportunista de los gobiernos para llevarlo a cabo. Considerando que las grandes transnacionales hoy se desvinculan de los intereses nacionales y se orientan más que nunca por intereses de lucro, el futuro se nos presenta cargado de acechanzas.