No es posible hablar de los objetos en sí mismos. Aun en una descripción científica no se está hablando del objeto en sí. Se ha fijado un punto de vista y un modo de mirar dado por los instrumentos, lo cual entrega una de las varias visiones posibles.
Esto se podría ilustrar con casos clásicos, como los que ofrecen la teoría especial de la relatividad de Eistein (1905), el experimento EPR (Eistein-Podolsky-Rosen) (1935) y el teorema de John S. Bell (1964) basado en este, los principios de complementariedad de Niels Bohr (1927) y el de incerteza de Werner Heisenberg (1927), y el experimento de Alain Aspect (1982). Entre otras cosas, estos evidencian un aspecto crucial de la teoría cuántica, y es que el observador no sólo es necesario para observar las propiedades de un fenómeno atómico, sino que es necesario incluso para producir tales propiedades. Como investigador, mi decisión conciente acerca de cómo observar, por ejemplo, un electrón, determinará en alguna medida las propiedades del electrón. Si me pregunto por él en términos de partícula, este me entregará una respuesta en términos de partícula; y si lo hago en términos de onda, se me presentará como tal.
Eistein (en 1905), usando el efecto fotoeléctrico, “probó” que la luz es partícula; mientras que Thomas Young (en 1803), usando el fenómeno de la interferencia, “probó” que la luz es onda. En física atómica (y no sólo) la cortante división cartesiana ente mente y materia, entre observador y fenómeno observado, ya no puede ser mantenida. Nunca más podremos hablar de lo observado pretendiendo que no tenemos nada que ver en lo que describimos. Y así como sucede con la luz, sucede con la materia, el tiempo, el espacio… por último, todo.
En todo caso, para poder describir el objeto de observación en sí necesitaríamos todos los puntos de vista e intereses; lo que es lo mismo que decir que no hubiera punto de vista –lo cual no es posible. Siempre se puede describir desde un punto de vista; pero hay otros puntos de vista, y estos no se agotan.
A veces, por un contexto en común, hay acuerdo en el modo de ver, y se cree que se ve el objeto en sí. Cuando hay un cambio de momento histórico lo que sucede es un cambio en el modo de mirar, un cambio del punto de vista. Se habla del mismo objeto desde hace siglos, pero va variando el modo de mirarlo.
Hasta hace podo tiempo se confundió la esencia de un objeto con la capacidad abstractiva del observador, y se creyó que esa esencia estaba en el objeto y no dentro de la cabeza. Se veía el resultado del trabajo abstractivo como existente en sí, fuera de la cabeza de quien los hacía. Creían que esas descripciones que hacían con la cabeza eran parte inherente a la realidad (externa) misma.
Los errores de descripción se deben a una creencia subyacente que hace suponer que hablamos de las cosas mismas. Pero lo que ocurre es que hablamos en un mismo momento histórico y cultural que pone un punto de vista común, y este permite cierto acuerdo. Siglos atrás nadie decía: “De acuerdo con nuestro modo de ver, la Tierra es plana”; se decía simplemente “La Tierra es plana”. Es un modo de ver dado por un momento histórico.
Así, cuando se cree que se habla de las cosas en sí (“tal como son”), parece innecesario precisar el punto de vista que se usa para hablar de ellas. Aunque tuviéramos razón en nuestra descripción, si esa descripción no coincidiese con el modo de ver prevalerte, no tendríamos razón para ese momento histórico. Para tener razón hay que tomar en cuenta el punto de vista en que está el otro.
Por ejemplo, la física clásica se basaba, por una parte, en la noción de un espacio tridimensional, absoluto, independiente de los objetos materiales en él contenidos, y obedeciendo a las leyes de la geometría euclidiana; y, por otra parte, del tiempo como una dimensión separada, la cual también es absoluta y que fluye a un ritmo parejo, independiente del mundo material. Estas nociones de espacio y tiempo estaban tan profundamente enraizadas en las mentes de filósofos y científicos, que se las tomaba como verdaderas e incuestionables propiedades de la naturaleza. Esta creencia que la geometría es inherente a la naturaleza, en vez de un marco de referencia que usamos para describirla, parte del pensamiento griego y su influencia llega hasta este siglo. De hecho, la geometría euclidiana fue tomada como la misma naturaleza del espacio par más de dos mil años. Es gracias a Einstein que científicos y filósofos cayeron en cuenta que la geometría no es inherente a la naturaleza, sino que la conciencia humana la superpone a ella.
Lo anterior no implica negar la existencia de los objetos de observación; ni negar la validez de la descripción desde el punto de vista adoptado. Simplemente se trata de evitar una “mirada” ingenua que toma las propias descripciones como la única, válida, visión objetiva de la realidad. En particular, nos ha interesado evidenciar la fragilidad de una creencia epocal que otorga el primado del conocimiento a las ciencias naturales, que se ocupan de la materialidad de los fenómenos, en desmedro de otros modos de aprehender el mundo.