Habla de la realidad de las cosas es hacerlo de nuestra visión de la realidad. Nuestra visión de la realidad no es la simple y pasiva reflexión de la realidad. Nuestra visión de la realidad es el resultado de una construcción activa. En esta construcción activa fusionamos íntimamente aquello que percibimos de las cosas con lo que de ellas interpretamos, deducimos, agrandamos o disminuimos, valoramos o despreciamos, esperamos o tememos, etc.

Sin embargo, debe notarse que no es que, en un primer momento, percibimos algo “tal cual es”, y luego, en un segundo momento, decidimos elaborarlo según nos parece. Es ya en el acto mismo del captar las cosas que conformamos, que construimos nuestra “realidad” en modo activo. Ese acto de captar activamente la realidad implica un modo de hacerlo, una perspectiva, un punto de observación… una “mirada”.

Las “miradas” – no sólo en sentido visual, sino general- no son simples y pasivos actos de recepción de información externa (datos que llegan a mis sentidos externos), o interna (sensaciones de propio cuerpo, recuerdos y apercepciones). Las “miradas” son actos del percibir complejos y activos. Son complejos porque intervienen conjuntamente otras percepciones simultáneas (por ej. el estado físico, emotivo y mental), memoria (retenciones) y futurizaciones (protensiones). Son activos porque esas “miradas” organizan “paisajes”, “realidades” complejas.

“Mirada” no se refiere meramente al trabajo de los sentidos, sino a todo lo que lo acompaña. No sólo se mira a través de los sentidos, sino también a través de un “paisaje interno”constituido por el conjunto de los recuerdos, los sentimientos, lo que se cree y lo que se imagina acerca de nosotros mismos y de los demás, sobre los hechos, los valores y el mundo en general. “Paisaje interno” no es sólo un campo de creencias; sino de recuerdos, percepciones e imágenes del futuro al que se tiende.

Nunca vemos de la realidad, de las cosas, lo que las cosas son en sí; sino que tenemos de las cosas un esquema, una interpretación estructurada por nuestro “paisaje interno”. Es decir, el “paisaje interno” se superpone al externo, el “paisaje interno” se impone a la visión perceptual. Vemos no solamente lo que está ahí delante, sino que nuestras comparaciones, y aun el descubrimiento de lo nuevo, lo hacemos desde lo que ya antes hemos conocido. Cada persona interpreta lo que percibe desde su propia biografía, y pone en todo más de lo que percibe. Es así que inferimos más de lo que percibimos. En cada “mirada” que lanzamos a un “objeto” vemos en él cosas “deformadas” porque enfocamos activamente lo que queremos percibir con nuestro estado en ese momento, toda nuestra memoria acumulada, y las futurizaciones.

El mundo que percibimos, lo percibimos porque nos dirigimos a él, buscamos de la realidad lo que nos “interesa”. El mundo que se constituye, se constituye de adentro hacia fuera con una cierta “mirada” activa, no pasivamente. Vemos al mundo de acuerdo con, y determinado por, nuestra intencionalidad. Nos lanzamos a buscar franjas específicas de la realidad, buscamos algo, no es que simplemente se imponen las cosas del mundo a nuestra conciencia. Vamos a regiones específicas, hacia aquello que nos “interesa”, y eso es parte de nuestra intencionalidad. Si dos personas miramos por una ventana, “vemos” cosas diferentes; y, además, interpretamos las cosas de forma diferente y dirigimos la mirada a cosas distintas.

Si bien nunca se percibe con independencia de una cierta “mirada” y de cierto “paisaje”, no por ello se advierte tal cosa. Por ello, es como si soñáramos al ver las cosas, tomando luego estas imágenes como si fueran la misma realidad. De modo que cuando se habla de la realidad, se trata de la realidad tal cual la ve quien habla -lo cual no implica una negación de la existencia de la realidad.