Para nuestro modo de pensar, sentir y actuar, es importante entender que los seres humanos no son “islas”, seres cerrados y separados de los otros… como algunos han afirmado. Podríamos admitir que cada persona es un “mundo”, pero no un mundo aparte e inaccesible.
El mundo no se nos presenta solamente como un conglomerado de objetos naturales (paisaje externo), sino como una articulación de otros seres humanos, y de objetos y signos producidos o modificados por ellos (paisaje humano).
Desde luego, nuestro cuerpo está abierto al mundo en cuanto a este lo percibimos y sobre él actuamos. Nuestro cuerpo –que es parte de lo natural- tiene características que coinciden con el medio natural en el que actúa en estrecha relación. De hecho, su “equipo” de percepción, locomoción, alimentación, etc. están conformados de acuerdo con el medio en que actúan.
Por otra parte, estamos también abiertos al mundo de otros seres humanos ya que la intención que advertimos en nosotros mismos nos permite interpretar el comportamiento de los otros; y así como interpretamos al mundo social por comprensión de intenciones, somos formados por él.
Desde luego, estamos hablando de intenciones que se manifiestan en la acción corporal. Es gracias a las expresiones corporales o a la percepción de la situación en que se encuentran los otros, que podemos comprender su significado, su intención. Por otra parte, los objetos naturales y humanos se nos aparecen como placenteros o dolorosos, y tratamos de ubicarnos en relación a ellos modificando nuestra situación.
De hecho, nuestra conciencia se ha ido formando a través de la relación con otras conciencias. Por ejemplo, usamos códigos de razonamiento (distintas culturas usan diversas lógicas), modelos emotivos (modos de sentir, sensibilidades), esquemas de acción (roles, formas de cambiar o de preservar, etc.) que registramos como “nuestros”, pero que también reconocemos en otros, y hace que nos reconozcamos como parte de un grupo. Cada ser humano, “recibe” del medio social y el momento histórico en que le toca vivir; pero, además, no lo hace pasivamente, sino que “entrega” a estos en términos de acción y reflexión para la transformación o la inercia de ese medio.
Por consiguiente, no estamos cerrados al mundo natural y humano, sino que, por el contrario, nuestra característica es la “apertura”. Somos agentes y pacientes de acciones y transformaciones; hay influencia mutua e intercambio con el mundo natural y humano. Esta apertura posibilita, entre otras, que nos solidaricemos con el dolor y el sufrimiento de otros (presentes o no), y que coherentemente nos empeñemos en humanizar la tierra.