Llamamos mirada ingenua a la que puede hacer confundir “lo que se ve” de los objetos externos percibidos con una supuesta realidad objetiva. Nunca percibimos las cosas en sí, tal cual son, independientemente de quién y como las percibe. Por ello, cuando hablamos de la realidad externa, por ejemplo, preferimos hacerlo en términos de paisaje externo, incluyendo así lo que de aquella percibimos. Pues aquello que percibimos de las cosas depende, por lo pronto, de nuestra conformación física como seres humanos. Es decir, percibimos por medio de los sentidos (externos e internos); y estos están conformados para captar sólo ciertas franjas de lo perceptible; y, por lo tanto, los sentidos por sí solos no perciben lo que existe ni por encima ni por debajo de tales franjas (rayos ultravioleta, sonidos de alta frecuencia, etc.).

Se sabe que esta capacidad varía ya entre los mismos seres humanos (de acuerdo con su edad, necesidades metabólicas, salud, hábitos, herencia genética, etc.); y varía más aún en el caso de los animales, que en muchos casos superan en gran medida la capacidad perceptual del ser humano. También lo percibido de las cosas varía según se use para percibirlas un solo sentido o varios, según la posición relativa sentido-objeto; y según los instrumentos que el ser humano pueda usar para superar los límites naturales que imponen los sentidos (por ej. teléfono, radio, telescopio, microscopio, radar, etc.).

Si ya en el mismo momento en que percibimos captamos sólo una parte de la realidad, ¿qué sucederá con lo que recordamos de lo percibido? Lo más evidente es que normalmente se van perdiendo elementos de lo percibido a medida que pasa el tiempo. Sucede además que el recuerdo es alterado por las sucesivas experiencias, reconsideraciones, etc. También nos damos cuenta cómo a menudo no se logra recordar aspectos –o se los recuerda erróneamente- de aquellos hechos que fueron acompañados por sorpresa, tensión, dolor, emoción intensa, etc.

A su vez, debemos también considerar que los sentidos están sujetos a errores tales como a) bloqueos por saturación o exceso de estímulo (ceguera del desierto, etc.), b) fallas del sentido (miopías, sorderas, etc.), c) creación artificial de la sensación o percepción por condiciones mecánicas (luz por presión sobre los ojos), químicas (psico-fármacos) o de interpretación del dato (por falta de cotejo con datos de otros sentidos). En general, a estos errores los denominamos ilusiones de los sentidos. Ciertas ilusiones de los sentidos pueden ser de utilidad (por ej. la ilusión de movimiento en cinematografía debida a la retención retiniana), o divertidas (por ej. las propias del ilusionismo, etc.). En todo caso, se verifica que son ilusiones y que no percibimos los objetos tal cual son.

Un caso aún más exagerado de la relatividad de lo percibido son las alucinaciones (como en el caso del delirium tremens) en las que las propias representaciones internas (imágenes, sonidos, etc.) son experimentadas como si pertenecieran al mundo externo y fueran percibidas a través de los sentidos externos.

Más aún, el creer, estando despiertos, que los propios sueños han sido percibidos –y no soñados- nos presentaría un caso de perturbación psíquica alucinatoria.

Hasta aquí hemos descalificado la mirada ingenua –que confunde lo percibido con la realidad misma- destacando los límites y errores de los sentidos, la plasticidad del recuerdo, y los casos extremos de atribuir realidad objetas a las alucinaciones y los sueños. También la hemos explicado sólo en función de la realidad externa objetas –y por ello hemos hablado de “paisaje externo”-, quedando por hacerlo en función del mundo interno (o psicológico).

Esta es una aproximación (más bien por descarte) a nuestro concepto de “visión de la realidad”.