En el mundo de lo establecido, por “natural” se entiende habitualmente aquello que es parte integral de un supuesto mundo en sí, objetivo y real, independiente de toda subjetividad, de toda interpretación. Se dice: “Es la naturaleza misma de las cosas”. También se usa para indicar el carácter de inmutabilidad, de invariabilidad de aquello a lo que se atribuye el carácter de “natural”. Más imprecisamente, por “natural” se indica aquello que es lo habitual, de norma, en un cierto contexto social o histórico. El punto es que a esto –que se señala como “natural”- se le atribuye una existencia independiente de la intencionalidad humana, como si no fuera generado o sostenido por las intenciones humanas; y se insiste en que esta se deba someter a lo declarado “natural”, ya que la trasgresión comporta una punición autoinflicta o no. La historia está plagada de ejemplos en los que algunos se encargaron de suministrar esta punición a otros en nombre de lo “natural”. ¡Qué ironía que lo “natural” necesite agentes humanos para actuar! ¿Y por qué no?… ya que también se considera “natural” que algunos “reaccionen” violentamente cuando lo “natural” es trasgredido.
Así, históricamente se ha colocado la idea de naturaleza y lo natural por encima del mismo ser humano. Y junto a esto algunos se abocaron a la tarea de asignar “naturalidad” a aquello que convino a ciertos intereses particulares que lo impusieron al conjunto social. Todo esto no fue un proceso “natural”, sino generado y mantenido por el poder que algunos detentaron en desmedro del resto.
Así, con la idea de “naturaleza” se han justificado numerosas deslealtades hacia el ser humano. Las ideologías dominantes han considerado a los nativos oprimidos por sus dominadores como “naturales” o aborígenes; a los obreros explotados como “fuerza de trabajo”; a las mujeres relegadas como “procreadoras”; a las razas dominadas como zoológicamente “inferiores”; a los jóvenes desposeídos de los medios de producción como solo proyecto, caricatura, inmadurez de hombres completos; a distintos pueblos como evolutivamente incompletos, como “subdesarrollados”;… y así siguiendo.
De este modo existía un orden “natural”, y cambiar ese orden era un pecado contra lo establecido de un modo definitivo. Razas distintas, sexos distintos, posiciones sociales distintas, estaban establecidas dentro de un orden supuestamente natural, que debía conservarse de modo permanente.
Así es que la idea de “naturaleza humana” sirvió a un orden de producción natural, pero se fracturó en la época de la transformación industrial.
Aún hoy quedan vestigios de la ideología zoológica de la naturaleza humana: en la psicología, por ejemplo, en la cual todavía se habla de ciertas facultades naturales como la “voluntad”, y cosas semejantes. La misma historia humana – que comporta elección e intencionalidad- ha sido vista como determinada por una cierta “naturaleza”. El Derecho “natural”, una moral “natural”, el Estado como parte de la “naturaleza” humana proyectada, etc. no han aportado sino su cuota de inercia histórica y de negación de la transformación.
Pero aquellos antiguos prejuicios en torno a la “naturaleza” humana hoy se imponen, transformados en neoevolucionismo, con criterios tales como la selección natural que se establece en el lucha por la supervivencia del más apto. Tal concepción zoológica, en su versión más reciente, al ser transplantada al mundo humano tratará de superar las anteriores dialécticas de razas o de clases con una dialéctica establecida según leyes económicas “naturales” que autorregulan toda la actividad social.
Actualmente se tiende a aplicar un sistema económico en el que supuestas “leyes” de mercado regularán automáticamente (naturalmente) el progreso social. Al parecer, existirían ciertos mecanismos, como en la naturaleza, que al jugar libremente autorregularían la evolución social. Tenemos dificultades para aceptar que cualquier proceso humano y, desde luego, el proceso económico, sea del mismo orden que los fenómenos naturales.
Creemos, por el contrario, que las actividades humanas con no-naturales, son intencionales, sociales e históricas; fenómenos estos que no existen ni en la naturaleza en general, ni en las especies animales. Tratándose pues de intenciones y de intereses, tampoco tenemos por qué suponer que los sectores que detentan el bienestar estén preocupados por superar las dificultades de otros menos favorecidos. Así, una vez más, el ser humano concreto quedaría sumergido y objetivizado. Pero este no es el final de la historia…