Actualmente se tiende a aplicar un sistema en el que supuestas y naturales “leyes económicas de mercado” regularán automáticamente el progreso social, superando el desastre producido por las anteriores economías dirigistas (basadas en otras “leyes”). Esta sería las nueva panacea para todos los males, económicos o no.

Entre muchas otras objeciones a tal sistema, aparece en primer lugar la referida a las “leyes” económicas. Al parecer existirían ciertos mecanismos (que no nos extenderemos en anotar), como en la naturaleza, que al jugar libremente autorregularían la evolución social.

La economía como disciplina nace y se desarrolla en una necesidad de autoafirmación por comparación con el prestigio de las llamadas “ciencias positivas”, en particular la física newtoniana, capaces hasta hace poco de reducir todo a partes, a mecanismos, medir, cuantificar y predecir de acuerdo con “leyes” naturales, absolutas y universales. Así las cosas, la economía no podía ser menos “científica”. Explícitas o implícitamente, existe en la economía clásica (y neoclásica) una interpretación de las llamadas “leyes económicas” del capitalismo como leyes eternas de la naturaleza: una visión naturalista del capitalismo. O sea, no es interpretado como una fase histórica particular del proceso de desarrollo social, sino como el resultado final de tal proceso. Por lo tanto, se admiten críticas a los aspectos de detalle del modo de funcionamiento del capitalismo, pero no críticas relativas a la posibilidad de su superación.

En economía, una “ley” es una proposición que se supone tenga una validez universal (por ej. las leyes de Greshan o de Say). La prueba empírica de las leyes económicas es menos bien fundamentada que la prueba de leyes en las ciencias naturales. Por esta razón, las “leyes” económicas como proposiciones de validez universal son inconsistentes. De hecho, el término “ley económica” es a menudo evitado por algunos modernos economistas más cautos, que quizá se dan más cuenta de las diferencias entre la práctica y sus modelos económicos.

Por ejemplo, los libros de texto de economía siempre dijeron que un país no podría tener al mismo tiempo inflación y recesión, déficit en la balanza de pagos y tasas de interés altas. Pues bien, después de 1974, con la devaluación del dólar y el fin de la época del cambio fijo, entramos en el período de altas tasas de interés e inflación de precios, de déficit en la balanza de pagos y recesión, de inflación y desempleo. Lo mismo vale para conceptos abstractos e irreales como “libre mercado”, “equilibrio perfecto”, “competición perfecta”, “eficiencia económica”, “información perfecta”, la curca de Phillips, la gráfica de oferta-demanda, etc.

Los modelos económicos son recetas, basadas en las “leyes” económicas, que tratan de describir, prever y manejas el comportamiento de la economía, reduciendo tales pretensiones a técnicas matemáticas y estadísticas. Estos modelos son deficientes ya que tienden a ser matemáticamente más ingenuos que los modelos usados en ciencias naturales y a carecer de verificación experimental. Son esquematizaciones simplistas de fenómenos muchos más complejos y aleatorios, y por ende es altamente improbable que sean válidos bajo toda circunstancia. Las mediciones de los datos con los que se experimentan los modelos son raramente precisas, y no siempre se corresponden directamente con las variables usadas en el modelo (o sea que miden otras cosas que las que tratan). A esto se suman las limitaciones computacionales para la elaboración de datos. La economía –como fenómeno humano social, y no mecánico natural- comprende complejos sistemas interactuantes que no pueden ser rigurosamente aislados, cuantificados, reducidos a un esquema y testeados estadísticamente. Es muy usual en los modelos económicos suponer que los factores no económicos son constantes u obviables, lo cual es simplista e ingenuo (por ej. suponer constantes las decisiones de la OPEC; obviables los costos sociales y ambientales, etc).

Generalmente se presentan como determinísticos, lo cual resalta su ingenuidad al tratar de explicar y de actuar en términos mecanicistas en un campo donde la intencionalidad humano como factor determinante es cada vez más evidente. A veces es la creencia misma en las predicciones realizadas sobre la base de un modelo económico el que desencadena los fenómenos que el modelo dice predecir (un especie de vudú económico!). Por ejemplo, predecir el aumento de la inflación puede llevar a una espiral inflacionaria.

El uso de computadoras ha aumentado la complejidad de los modelos que pueden ser elaborados por ellas; pero la complejidad no ofrece ninguna garantía de validez. La experiencia muestra a menudo que reglas simples y aparentemente razonables tienen consecuencias remotas que son extravagantes, y que se hace necesaria una “corrección a mitad de camino” (retroalimentación) para producir un resultado aceptable. Pero una retroalimentación de este tipo es muy difícil de incorporar a un modelo.

En su afán por cuantificar para parecer una ciencia exacta, se ha acentuado una tendencia a la formación ingenierística de los economistas, por medio de manuales en los que el progreso de su disciplina se ve más como transición hacia problemas analíticamente siempre más complejos –quizá desde el punto de vista matemático- que como pasaje a una interpretación más profunda de los fenómenos económicos. La necesaria tecnificación de los economistas parece a veces andar en desmedro de la evidencia que la economía trata lo social; y que en este campo se presenta continuamente teorías alternativas por las cuales no puede optarse en laboratorio, sino que dependen de elementos dispares: desde las “inclinaciones ideológicas” hasta la capacidad de percibir la realidad corriente, independientemente del grado de preparación técnica alcanzado.

Así, tenemos seria dificultades para aceptar que cualquier proceso humano y, desde luego el proceso económico, sea del mismo orden que los fenómenos naturales. Creemos, por lo contrario, que las actividades humanas son no-naturales, son intencionales, sociales e históricas; fenómenos éstos que no existen ni en la naturaleza en general, ni en las especies animales. Lo económico trata, pues, de valoraciones, intenciones e intereses humanos.

Presumiendo lo contrario, en buena o mala fe, la economía se ha desarrollado en base a confesiones de fe utópicas e irracionales en paraísos nunca alcanzados. Milton Friedman –premio Nóbel de economía del 1976 y gran pope del monetarismo- sintetizó todo lo anterior en una conferencia ante la Asociación Económica Americana con esta frase: “Creo que nosotros, los economistas, en años recientes hemos generado un vasto perjuicio, a la sociedad en general y a nuestra profesión en particular, al arrogarnos más de lo que podemos proveer”.