Según una leyenda siria del siglo III, un hombre tenía el oficio de facilitar a los viajeros el cruce de un torrente caudaloso. Para realizar su trabajo colocaba a los pasajeros sobre sus hombros y caminando sobre el lecho del río los descargaba en la otra orilla. A menudo avanzaba apoyándose en un madero a modo de bastón. Cierto día apareció un niño que requirió sus servicios. A mitad del río el niño había adquirido un peso tan enorme que el hombre comenzó a desfallecer. En medio del peligro aquel reveló que era Jesucristo y entonces el hombre asombrado por el prodigio se convirtió al cristianismo tomando el nombre de Christóforos (lat. Christus, Cristo y gr. Foros, portador). Cristóbal pasó a ser el santo protector de los viajeros. En la Edad Media se desarrolló la estatuaria de los San Cristóbal colosales que aún se conservan en numerosas catedrales. A principios del S.XV en Alemania y los Países Bajos se hicieron estampas impresas que circularon por toda Europa y que tenían el poder de proteger en las desgracias. En la época de Colón la leyenda era muy conocida popularmente. Un poco más adelante, en 1584 y en la catedral de Sevilla, Mateo Pérez de Alesio pintó un San Cristóbal que pasaba los nueve metros de altura. En pinturas y estatuas religiosas aparece San Cristóbal cruzando un río mientras lleva a Jesús sobre sus hombros. En la mano derecha el niño lleva, a su vez, al globo del mundo rematado por una cruz. Sobre la base a esa representación ha circulado en Austria desde hace varios siglos, un acertijo burlón: “ Cristóbal llevaba a Cristo, Cristo llevaba al mundo, ¿en dónde apoyaba sus pies Cristóbal?”