Cuando se habla de revolución se da por comprendido que se trata de revolución socialista. Las revoluciones anteriores no pierden por eso su significado, pero en el mundo actual intercomunicado únicamente la revolución socialista cobra categoría de modificación radical de las estructuras.
Existen países cuya estructura feudal o hasta teocrática no han conocido siquiera la revolución burguesa. De acuerdo a una concepción lineal revolucionaria, dichos países deberían producir su transformación efectuando pasos dialécticos y agotando todas o casi todas las etapas que ha recorrido una sociedad más avanzada hoy socialista.
Esa concepción no corresponde a la realidad. La Rusia zarista, la China feudal, la Alemania y la Checoslovaquia industrializadas, la Cuba subdesarrollada y de monocultivo, nos ponen evidencias distintas, procesos diferentes y todas ellas producen su revolución socialista.
De hecho existen superpotencias con distintos signos sociales y países de escaso desarrollo, con signos distintos.
Si nos atuviéramos a los viejos esquemas según fuera el país en que nacemos o actuamos, nuestra lucha debería restringirse a las condiciones objetivas del mismo. Y si tal criterio debiera seguirse con una mecánica rígida, estaríamos agotando nuestra existencia en más de un punto por llegar a la revolución francesa.
Sin duda que no es válida esa forma de comprender la revolución y sus procesos determinantes.
Uno de los mayores obstáculos ideológicos es el de las tan mentadas «condiciones objetivas».
La idea de condición objetiva pone un freno subjetivo y hace que la conciencia acate la dictadura que la realidad presenta, constituyéndose el militante de la revolución en simple instrumento de la «naturaleza» social. Este naturalismo trasplantado a los procesos históricos, está también en la raíz de la supeditación de la revolución a una determinada clase y por supuesto al Partido que se autotitule vanguardia organizada de dicha clase.
De igual modo sucede con el individuo que se quiere auténticamente revolucionario y que su extracción no surge del seno de proletariado. Tal angustia provocada en revolucionarios que aceptaron el naturalismo histórico debería haber frenado su praxis. Sin embargo, ni Lenin, ni Mao, ni Fidel Castro Ruiz, ni Ernesto Guevara Lynch se detuvieron a considerar esa dificultad. Y no se detiene todo luchador de la libertad que ha nacido desgraciadamente en una sociedad de gran consumo en donde el mismo proletariado se constituye en freno de la revolución.
No discutimos la determinación real de las condiciones objetivas, ni el inmenso papel que juega el proletariado como clase productora, mayoritaria y decisiva en los procesos.
Estamos discutiendo la ponderación real de las condiciones objetivas. Basados en la experiencia histórica concluimos que las condiciones objetivas no tienen carácter necesario sino contingente, de acuerdo y en grado a la introducción de las condiciones subjetivas no totalmente dependientes de aquéllas.
Comprendemos la gravedad de tal afirmación y comprendemos algunas de sus consecuencias.
La no total dependencia de la subjetividad es la que permite precisamente que la revolución se concrete en el mundo de lo objetivo y es también la que posibilita que el hombre se constituya en creador de condiciones objetivas y director de procesos históricos.
Por lo contrario, el naturalismo histórico produce un tipo de hombre que si vive en una sociedad socialista no sufre ya la condición de hombre-mercancía, pero queda supeditado aún a la condición de hombre-productor, estando determinada su existencia y su tiempo vital por las necesidades que ahora regula un nuevo Estado, como continuación «natural» de la etapa anterior.
La revolución socialista ha producido un inmenso avance en el desarrollo de la humanidad, pero hasta tanto no se despoje de la idea y el sentimiento de la «neutralidad» de los procesos históricos, no logrará tampoco la efectiva liberación del hombre. En ocasiones podría suceder que una superestructura autoritaria se instalara en reemplazo de la dictadura del paso anterior, comprimiendo a tal punto la libertad, que los hombres de la sociedad nueva sufrieran la angustia del autoritarismo, más el fracaso del ideal permanente de liberación.
Bastante elocuentes son en tal sentido los ejemplos de la época estaliniana y los ejemplos que día a día se multiplican en el campo socialista, donde las nuevas generaciones y los intelectuales se rebelan contra el autoritarismo y la burocracia del sistema.
Debe decirse de una vez que las nuevas generaciones en rebelión dentro del campo socialista no son ni remotamente reaccionarias, todo lo contrario. Son precisamente las portadoras de la nueva revolución contra el naturalismo del sistema. La coacción que se ejercita sobre ellas muestra opuestamente la reacción «natural» y conservadora frente al ideal libertario.
El mismo engendro de las «contradicciones no antagónicas» en la sociedad socialista, brota como una aparente ruptura del naturalismo del proceso histórico desarrollado hasta ese momento, pero es en rigor la mejor superestructura ideológica protectora de un estado de cosas natural, en el que nadie debe tener derecho a imaginar una nueva revolución como negación del Estado autoritario y del hombre-productor, cosa que por otra parte admitiría una dialéctica consecuente.
Si en orden a la efectivización de la revolución no se barre desde un principio con las teorías de las condiciones objetivas absolutas, se frenarán las posibilidades de la imaginación y de la creación revolucionarias. Si no se elimina igualmente la teoría de las contradicciones no antagónicas, se frenará el proceso de liberación, aún cuando la revolución se produzca.
Esclarecido sobre estos puntos, todo libertario vislumbra como posible la revolución en cualquier país, en cualquier punto de la Tierra, por muy saludable que se muestre el sistema de opresión. Todo libertario se siente como hombre o mujer importante para la revolución, independientemente de su extracción y de las condiciones objetivas de su medio, comprendiendo su inactividad como una justificación y una postergación (cuando no, negación) de la humanización de sí mismo y de su prójimo.
Si se hace en él carne además, la idea de liberación como no necesariamente producida por el hecho revolucionario, tomará precauciones para que desde un primer momento su acción y su organización no sean autoritarias ni burocráticas.