Varios clásicos del Socialismo contemplan una etapa final de la sociedad sin clases, en la que el Estado debe desaparecer a favor de una organización coordinadora y solidaria.
Tal cosa es posible, sin duda.
Si la revolución requiere para afianzarse y para comenzar la tarea de la construcción del socialismo de una etapa de dictadura, la dictadura en sí no es substantiva. Pero es necesario que el proletariado detente los medios de producción, que las relaciones de producción sean socialistas y que se destruya el manipuleo de la subjetividad hoy en manos de una clase (entendiendo por manipuleo subjetivo no sólo la acción de las superestructuras reconocidas como tales: Derecho, Religión, Filosofía, Arte, sino primariamente de la educación, información, difusión y propaganda en general).
En tanto los medios y relaciones de producción, así como los medios de cultura estén en manos de la clase trabajadora, la noción de dictadura del proletariado más bien tiende a complicar las cosas y a desviar de los objetivos, creando un tono autoritario que puede perpetuarse opresivamente.
La revolución en el mundo de hoy, debe asumirse también como revolución tecnológica al servicio del hombre y debe ser humanizante en lugar de dictatorial y esforzarse por eliminar todo tipo de sufrimiento.
Si bien en la etapa anterior la monstruosa dictadura está en manos de una minoría explotadora e insensible y si es el pueblo quien costea ese lujo (o esa necesidad) de la oligarquía, la solución del reemplazo de una dictadura por otra, aunque más humana, no ofrece tampoco garantías. Muy bien puede suceder que una «nueva clase» monopolice ciertas superestructuras a su servicio, aún cuando la base sea socialista.
Esta desconfianza nace de la consideración teórica de que no necesariamente corresponde una modificación de la subjetividad a una modificaci6n de la base económica. También, se apoya en la experiencia histórica demostrativa de lo mismo en cuanto al pasaje de una sociedad de explotación a otra justa, pero manejada por un aparato burocrático. Parece suceder entonces, que no obstante la destrucción del antiguo régimen, no se ha logrado un nuevo hombre totalmente libre de opresiones sociales.
¿Desde dónde arranca el problema? Evidentemente, desde la organización misma del partido revolucionario que luego dirigirá la etapa de afianzamiento y construcción.
Todo partido revolucionario que apunte a una pirámide jerárquica justificada por la teoría del «centralismo democrático», lleva en sí el germen de la dictadura que tiende a propagarse y crecer en la etapa posterior.
Por el contrario, una organización que nace como vanguardia revolucionaria y en la medida de su crecimiento tiende a descentralizar a favor de los centros de trabajo y de las regiones, así como a favor de las nuevas generaciones, asegura en su desarrollo la dinámica del proceso.
De este modo, cualquier movimiento que se sienta libertario, no burocrático y no autoritario, tenderá desde su formación a coordinar funciones descentralizando, a fomentar la asamblea y la autocrítica en cada organismo y luego de cada acción (5).
Esa será verdadera muestra de buena fe y de la confianza que los hombres sienten por sus compañeros de lucha.
Es cierto que una organización de la naturaleza propuesta puede tener innumerables defectos, pero precisamente por la tónica de la autocrítica continua y de la renovación permanente, el movimiento ha de desarrollarse en función de las circunstancias reales y no de estrategias postergadoras o de intereses de grupo, cuando no de armatostes organizativos o de funcionarios inalcanzables. Más adelante veremos ésto.
5) «Coordinar los esfuerzos para el triunfo de los ideales comunes no significa renunciar a las iniciativas que los grupos y los individuos aisladamente puedan realizar». Pacto de Unión de la Federación Libertaria.