La nueva izquierda es antiimperialista, antiarmamentista, antibelicista.

Le repugna toda aplicación y aún exhibición de fuerza. Aspira a la revolución socialista no de un modo lento y al estilo de los reformistas, sino súbito. Confía para éso en la aceleración del tiempo histórico y en la presión social de las nuevas generaciones.

Hasta ahora se ha pensado que el cambio revolucionario debe efectuarse haciendo uso de la violencia. Pero se vislumbran nuevas posibilidades que deben ser explotadas al máximo, antes de aplicar la determinación violenta.

La apropiación de los medios de producción por parte del obrero y del campesino puede efectuarse a través de las escaladas de las huelgas revolucionarias y de las tomas progresivas, si previamente se ha colocado en el gobierno a reformistas que para ganar a las masas, han debido declamar la necesidad del cambio revolucionario. En ese caso, se trata de ir aumentando progresivamente las demandas a través del movimiento sindical y según el grado de esclarecimiento logrado en las masas. Colocando al gobierno reformista en la situación de abrirse a las masas, de reprimir a las masas, o de sucumbir ante sus propias contradicciones. Si reprime o sucumbe, de todas maneras queda agotada ya esa posibilidad para el sistema y en el futuro, cualquier otro gobierno tendrá que contar con las premisas puestas por la etapa anterior.

Pero si la conducción sindical obstruyera la dinámica revolucionaria, quedarían otras formas de presión social.

Toda reacción violenta del sistema contra los justos reclamos del pueblo, hace responsable al sistema y no al pueblo, cuyo derecho a réplica es inalienable.

El derecho a réplica, en el Derecho burgués, aparece consagrado como un derecho individual a la propia defensa y ningún leguleyo medianamente consciente, atribuirá ánimo violento a aquél que defienda su vida por cualquier medio frente a la agresión mortífera de otro.

Las nuevas generaciones consideran con toda seriedad la moralidad revolucionaria de la violencia y parecen atascadas por la ideología del sistema que habla de «paz» mientras encarcela y asesina a dirigentes obreros y estudiantiles.

La posición es clara: el nuevo espíritu libertario es humanista, solidario y amante de la vida. Por eso es pacifista. Pero consagra corno propio de la moral revolucionaria, el derecho a réplica o a la autodefensa armada del pueblo frente a la agresión criminal del autoritarismo.