Todo revolucionano conoce las formas de represión a que apela el sistema. Desde la simple y llana liquidación física o «desaparición» de los individuos, hasta la masacre de las multitudes en rebelión.

Todo revolucionario sabe que la tortura, el encarcelamiento y la persecución no son ajenos al régimen.

Muchos están preparados para hacer resistencia a los métodos brutales de dominación y la historia demuestra que al perfeccionamiento de la opresión ha correspondido la elaboración de oportunos métodos de defensa.

Pero en los momentos actuales no todos están prevenidos contra la sutil y constante agresión que el sistema opera desde el núcleo familiar y desde el nacimiento a la muerte de todo individuo.

La ideologia de la clase dominante satura todos los ámbitos desde la educación al deporte. Aún la organización del ocio está manejada. No mencionamos siquiera los recursos más notorios de control.

El ideal de felicidad y el «sentido de la vida» están prefabricados.

Incluso la readaptación del neurótico corre a cuenta del sistema o del propio bolsillo, según se trate de proletarios o burgueses aptos para sicoanalizarse.

Pero no todo es malintencionado. La sociedad de hoy es magnánima: premia a los arrepentidos y tolera a los disconformes. La única condición es que los rebeldes no tengan posibilidades de efectivizar la revolución.

Estamos en el siglo XX y en estas épocas no todo es brutalidad, sino persuasión.

El manejo de la violencia física crea resistencias innecesarias. El manejo de la persuasión afloja toda resistencia, desarma psíquicamente y compromete económicamente hasta la médula de los huesos.

¿Quién va a ser tan torpe en estos tiempos, como para amenazar por las pantallas de T.V. cuando puede hipnotizar y condicionar dulcemente aprovechando al máximo la tecnología de la persuasión?

No es necesario citar a «Un mundo feliz» para que se comprenda de que se está hablando.

¿Pero, está suficientemente aclarado aún para quienes saben todo esto, que ellos mismos tienden a mecanizarse día a día? ¿Está aclarado que por razones hasta biológicas el fuego revolucionario se apaga a medida que pasan los años? ¿Percibe todo libertario que aún su propia «forma mental» está determinada por un largo condicionamiento? ¿Que esta «forma crea en él divisiones internas y amargo sufrimiento, en suma: complejo de culpa, cuando mantiene durante mucho tiempo una total resistencia a la persuasión del sistema?

No todos los que desertan o traicionan la causa de la liberación han sido comprados directamente, ni son agentes policiales o delatores a sueldo.

Hay que poner las cosas en su lugar y acabar de una vez con los falsos slogans que usan los partidos revolucionarios cuando algún militante se entrega al sistema. Eso no ayuda a comprender las cosas.

Están los vendidos, los agentes a sueldo, los amenazados en su trabajo o en su familia. Hay muchos extorsionados y presionados de mil modos, pero eso no explica el fenómeno totalmente.

Esta «forma mental», condicionada por Ia desproporcionada acción de todo un sistema contra un cerebro, es la que impide el surgimiento del hombre nuevo y la que vence a muchos de los que intentan despertar.

Hoy por hoy nuestras defensas contra semejante agresión no están perfeccionadas y cualquier intento de explicación de las mismas, chocaría con el practicismo de muchos revolucionarios. Pero no confiamos tampoco en que a medida en que se acentúen las contradicciones del Sistema, se alivien las tensiones subjetivas y se modifique la forma mental condicionada.

Si como ya se vislumbra, las presiones subjetivas aumentan, en un futuro no lejano la guerrilla psicológica tenderá a superponerse a la guerrilla armada. Qué forma tomará todavía no podemos saberlo, pero sucederá, así como sucederán explosiones síquicas aparentemente inexplicables, como suicidios y destrucciones en cadena.

Aun a riesgo de la socarronería de algunos, afirmamos que es necesario llegar en esta hora a la autocrítica individual.

Cuando se habla de ésto no se está haciendo otra cosa que extender el principio de la autocrítica desde el nivel de los grupos espontáneos o del partido, a nivel personal.

Digamos que al final de la jornada es necesario un acto de intimidad y de autocrítica, aprendiendo a pesar la propia acción revolucionaria.

Los diarios personales que a menudo confeccionan los guerrilleros, muestran la tendencia a la meditación o a la autocrítica de lo realizado, sirviendo para grabar experiencias como bases de acciones futuras.

Sería un gran avance fomentar la autocrítica, pero no bastaría con ella para deshipnotizarse del sistema. Para eso habría que mantener cotidianamente la conciencia del propio «yo», evitando toda divagación.

Tal postura mental permite y refuerza la acción mientras dirige las intenciones hacia los objetivos propuestos, sin «dejarse llevar», sin dejarse utilizar, sin dejarse hipnotizar por las superestructuras del sistema.

Si la autocrítica personal permite hacer un balance diario y perfeccionar la acción revolucionaria, Ia autoconciencia habilita para romper la hipnosis del sistema y comenzar la revolución interior.