Hay tantas formas de organización posibles, cuantas sean las formas de lucha.

Teniendo en cuenta la dinámica de la sociedad actual, toda organización rígida queda casi en su mismo nacimiento, envejecida.

A pesar de ésto, algunas organizaciones aunque conserven su forma externa más o menos estática, se dinamizan en su interior. Nadie puede negar que ése es el caso de las estructuras al servicio de las clases dominantes, desde el Estado al partido político. Por el otro lado, la organización sindical y el partido de clase revolucionario.

Si el objetivo es la toma del poder político, el partido revolucionario puede lograrlo en la medida en que las contradicciones se acentúen como para impedir por propio atascamiento, toda reacción exitosa. En tal caso, desde el golpe de Estado puede llegarse a la revolución por pasos sucesivos. Trotsky definió esa situación como «un puñetazo asestado a un paraliítico».

Pero mejor instrumento para ese fin es el ejército (en su oficialidad y suboficialidad joven) que el partido.

El partido mismo, se convertiría en el caso anterior en el brazo político de las fuerzas armadas.

La idea no es descabellada, sobre todo en Latinoamérica.

Hegel observaba en el siglo pasado diferencias importantes entre la América sajona y la América latina en lo que hace a sus estructuras militares, nacidas en el primer caso de la colonización y en el segundo, de la conquista. Esto explicaría en sus raíces que Latinoamérica desde sus primeros pasos haya tenido estructura militar por la organización de conquista que se estableció en estas latitudes. Explicaría lejanamente el péndulo continuo de los gobiernos militares-civiles en el manejo del Estado y la tarea que correspondería al ejército en los procesos de liberación.

De todas maneras y haciendo reducciones más próximas, se trate de civiles o de militares, las estructuras de dominación han estado al servicio de las clases explotadoras.

Volviendo al problema de los objetivos, habrá que ver si la toma del poder político es la toma del poder real. Porque si el poder real está en los instrumentos de producción, aún las superestructuras coactivas dependen de ellos. De acuerdo a ésto, parece más importante la movilización de las masas hacia la apropiación directa de los instrumentos de producción que hacia los instrumentos del poder político.

Los fundos, las fábricas, los medios de comunicación y de control subjetivo, tienen sin duda mayor interés que los edificios gubernamentales o que los centros de administración. El obrero debe apropiarse de los primeros. Es el movimiento obrero el que posee cohesión y fuerza suficiente para tal empresa.

Lo dicho vale teóricamente, pero en la práctica, la organización sindical en su dirección parece estar estrechamente ligada al sistema y cada vez más, a medida que se avanza hacia la sociedad de gran consumo.

Quedan entonces los grupos espontáneos que se generan en cada centro de trabajo, en cada centro de estudio, en cada región y que fuerzan a la conducción hacia la línea revolucionaria. Estos grupos por necesidad tienden a coordinarse entre sí, pero si lo hacen centralizando serán manejados por el mismo sistema que habrá de coartarlos dentro del régimen sindical o habrá de separarlos en sindicatos paralelos sin posibilidad de juego abierto.

Los grupos espontáneos existen en todo centro de trabajo y se forman por edad, amistad o afinidad ideológica y tienden a crecer cuando la conducción sindical traiciona.

Por tanto, basta con que los grupos espontáneos que siempre existen, tomen conciencia de su enorme poder para que se amplíen y comiencen los contactos con grupos afines de otros centros. Lo único que se requiere para esto es esclarecimiento personal y difusión ideológica. No es necesaria ninguna complicación organizativa, porque los grupos surgen espontáneamente. Lo que importa es crear condiciones de concientización.

Los grupos espontáneos dentro del gremio o del sindicato habrán de coordinarse no por conducto único vertical (de fácil control para el sistema), sino por contactos horizontales múltiples y según necesidades reales, obligando siempre a la conducción autoritaria a la asamblea y a la autocrítica abierta.

Si en cada lugar de trabajo surgen grupos espontáneos que se enlazan horizontalmente con otros, el problema queda reducido al sistema de coordinación que se establezca.

No se trata aquí de la toma o el copamiento del poder sindical, sino de revolucionar su estructura vertical tan fácilmente controlable por el gobierno.

Los mecanismos de coordinación deben ser también múltiples y surgir según necesidades, desapareciendo luego del cumplimiento de cada objetivo para evitar la perpetuación de coordinadores, para que cada grupo espontáneo sea autónomo y responda a las necesidades reales de un centro de trabajo y para que tampoco la coordinación pueda ser copada desde afuera. Otra ventaja que ofrece tal movilidad y renovación continua es la mayor participación de los trabajadores, rompiéndose el mito de que las masas deben ser canalizadas, es decir, guiadas mansamente por cualquier organización autoritaria.

Por otra parte y aun a riesgo del fracaso de operaciones conjuntas, muchos centros de trabajo no participarán de algunas acciones, pero con éso se evitará también el resquebrajamiento que produce toda acción forzada. Opuestamente, las operaciones conjuntas serán espontáneas, dúctiles y creadoras. Entonces, aún los fracasos serán fuente de experiencia revolucionaria.

El poder económico de que disponen los grandes sindicatos es bloqueado en el mismo momento en que el sistema advierte el peligro. De igual manera, la conducción puede ser fácilmente desplazada e intervenida toda la estructura.

No debe entonces argumentarse que los fondos de huelga, por ejemplo, vayan a salir (cuando la acción es verdaderamente revolucionaria) de las arcas sindicales, sino de los grupos espontáneos de cada centro de trabajo, de los mismos compañeros en lucha.

Los grupos espontáneos crean sus propios fondos para movilizarlos hacia la lucha, no hacia la mutual. Y cuando se trata de necesidades reales, estos fondos o porcentajes de los mismos, se desplazan sin control a reforzar solidariamente puntos más débiles.

Lo dicho vale también a los efectos de la difusión de las ideas libertarias en cada centro de trabajo y para las masas obreras en general. Órganos de difusión en cada centro y órganos mayores con la participación de cada centro.

La organización espontánea del campesinado también existe naturalmente, pero de un modo orgánico puede formarse en el interior de las cooperativas donde las hubiere y en ese sentido la lucha por su gestión es de gran valor. De otro modo, la coordinación de los grupos espontáneos es dificultosa aunque no imposible si se encara con criterio regional, teniendo siempre en cuenta las necesidades propias de cada área.

Las ligas campesinas deben también descentralizarse o en su interior gestarse los grupos espontáneos en la misma línea, aunque con tácticas adaptadas, del movimiento obrero.

Los grupos espontáneos se forman en el seno de toda estructura por muy vertical que ésta sea y si toman conciencia de su fuerza, ya no están a salvo siquiera la organización de los partidos convencionales, ni los poderes del Estado. A nivel casi doméstico esto ocurre en los barrios, clubes y unidades vecinales.

Los grupos más o menos espontáneos son los que por falta de concientización y de coordinación con otros, se limitan a producir «corrientes de opinión» internas en toda estructura mayor, en lugar de ir forzando la conducción en la línea del socialismo.