Hay otros que tienen especial gusto, especial vocación. Fíjense: en todos lados van a encontrar un porcentaje de gente que tiene un cierto gusto por organizar, que es más animosa, más dispuesta. Por ejemplo, reúnanse con un montón de amigos, váyanse al campo con estos amigos. Alguien dirá: Bueno, llegó la hora de comer y entonces no todos los amigos, no las cien personas que han ido a ese lugar van a ponerse a hacer fuego, poner mesas, no, sólo unos pocos hacen esas tareas. Los demás siguen conversando, haciendo otras cosas. Siempre hay un porcentaje de gente animosa, que les gusta lo organizativo, que les brota, no por obligación, que les gusta preparar esa comida y que los demás la coman. Y todos contentos. Ellos no lo sienten como un esfuerzo. ¡Tengo que preparar comida para cien personas! Ellos sienten que es bueno para todos. Les da mucho gusto, no lo hacen forzados, presionados. Otra gente prepara el lugar y así siguiendo. Esto quiere decir que en toda población hay un porcentaje de gente que tiene gusto por organizar las cosas y que lo hace muy voluntariamente, sin ningún tipo de presión.

Pero imaginen ahora como se podrían complicar las cosas si llegáramos con esas cien personas y dijéramos: Señores, atención, (tocando un pito). Usted trae la leña. Usted pone la mesa. Oye, diría uno, hemos venido acá a pasarla bien. ¡Esto no es un cuartel! ¡Estamos entre amigos! No es necesario hacer semejantes cosas, que serían imprudentes, presionadoras. La gente tendría mucho gusto en ir a esa reunión, pero no que le anden tocando el silbato.

Y sucede entonces que la cosa funciona muy bien porque hay gente que tiene ese gusto, esa vocación. No es la idea de la organización incluir a la gente que simplemente simpatiza, o adhiere, o tiene mucho gusto, participa de una cierta sensibilidad dentro de sus posibilidades.