El símbolo como acto visual

El símbolo en el espacio y como percepción visual nos hace re­flexionar acerca del movimiento del ojo. Una visión de un pun­to sin referencias permite el movimiento del ojo en todas las direcciones. La línea horizontal lleva al ojo en esa dirección sin esfuerzo. La línea vertical provoca tensión, fatiga y ador­mecimiento.

La comprensión del símbolo, (inicialmente una configuración y movimiento visual), permite considerar seriamente a la acción que aquel efectúa desde el mundo externo sobre el psiquismo (cuando el símbolo se presenta como percepción desde un objeto cultural), y permite pesquisar el trabajo de la representación (cuando la imagen se expresa como símbolo en una producción personal interna, o se proyecta en una producción cultural externa).

El símbolo como resultado de la transformación de lo percibido

Aquí surge la función compensatoria del símbolo como referencial y ordenador del espacio.

El símbolo contribuye a la fijación del centro en el campo abierto y al detenimiento del tiempo.

Los monumentos símbolo dan unidad psicológica y política a los pueblos.

También está el sím­­bolo que responde a producciones no colectivas, en el que se observa la función compensatoria de la conciencia frente a los datos de la realidad.

El símbolo como traducción de los impulsos internos

El simbolismo en el sueño y en la producción artística, generalmente responde a impulsos cenestésicos traducidos a niveles de representación visual.

Otro caso de manifestación simbólica como traducción de impulsos internos es el de ciertos gestos, conocidos en Oriente como “mudras”.

Algunas actitudes corporales generales y sus significados son conocidos en todo el mundo y corresponden a las distinciones hechas en cuanto a los símbolos de punta y círculo (por ejemplo, el cuerpo erguido y los brazos abiertos expresan, simbólicamente, situaciones mentales opuestas a las del cuerpo encerrado sobre sí mismo como en la posición fetal).