El día anterior a la condena, el sacerdote de Apolo había coronado la popa de la galera que llevaba a Delos la ofrenda de los atenienses. Como la ley prohibía ejecutar sentencia antes del regreso de la galera, Sócrates estuvo un mes en prisión, a la que podían entrar en todo momento sus conocidos.
El día de la ejecución llegaron muy temprano sus discípulos, sus hijos y su mujer. Esta empezó a meter tanto ruido que fue expulsada de la celda.
Luego Sócrates fue liberado de sus cadenas y sentándose en la cama dijo:
– Qué cosa más extraña parece eso que los hombres llaman placer y cuán sorprendentemente está unido a lo que llaman dolor. Así, mientras estuvo aquí esa mujer desagradable chillando y golpeándose los pechos, así recibía yo los embates del dolor. Pero una vez que fue retirada, he aquí que surgió en mi alma una sensación parecida a la que se experimenta cuando, cansado por los esfuerzos del torneo, se le estregan a uno los miembros con bálsamo y aceite. Esto vale también para el placer que reemplazó súbitamente al dolor una vez que al carcelero hubo soltado los grilletes que aprisionaban mi pierna. Placer y dolor están mutuamente encadenados y se desean, reemplazándose en la iniciativa a cada instante.
Y luego siguió discurriendo todo el día.
Al atardecer, Sócrates dejó que entrara su mujer a quien abrazó afectuosamente y besó en la frente. De inmediato giró sobre sí mismo y dijo a Critón:
– Debemos un gallo a Esculapio. No olvides el pago de esta deuda. Así que lo oyó, Critón salió apresuradamente a encontrar al médico de la prisión y le pagó el precio de su servicio, consistente en diez minas, por lo cual (según estaba convenido), aquél se comprometía cambiar la cicuta por un zumo especial, que tenía la propiedad de hacer dormir presentando las señales de la muerte.
Habiendo entrado el carcelero con el discípulo de Esculapio, Sócrates lo miró de reojo como un toro y le preguntó:
– ¿Qué dices de esta bebida para hacer una libación a los dioses, es buena, no?
Luego tomó la copa rebosante que le presentaron, la apuró de un golpe y frotándose la barriga con deleite, dijo a su mujer:
– Es una suerte otorgada por el cielo morir inocente pero con la panza llena, en lugar de vivir culpable pero vacío.
Esta indirecta aumentó la pena de Jantipa, que no se pudo sostener y tuvo que ser sacada afuera.
A las dos horas, aquel hombre que al decir de Zopiro tenía todos los vicios y que era el retrato de la fealdad y la chanza, estaba muerto a los ojos de todos.
Critón, Ctesipo y Apolodoro cargaron su cuerpo en un carro y lo llevaron a la pira fúnebre que tenían preparada Platón y Epígenas.
Atenas podía estar satisfecha, Sócrates había sucumbido.
No obstante, al día siguiente, el anciano y sus amigos salían del Pireo rumbo al mar.