Todo ese día el Jefe había sino tironeado por los diversos sectores que exigían una definición. Nadie ignoraba que estaba en sus manos decidir el asunto.
Mientras los pequeños burgueses de los servicios inferiores iban y venían cargando papeles que a su buen entender constituían pruebas decisivas, los jerarcas del clero amenazaban con amonestarlo por la protección que brindaba al “corruptor de la moral y socavador de la cultura occidental y cristiana”.
La izquierda a su vez, no podía sentirse molesta si el descargaba contra ese fascista disfrazado de Rama, el peso de la ley.
El consejero norteamericano había insinuado flemáticamente que en su país esas cosas no tenían mayor importancia. Y había puesto como un ejemplo extremo el caso del Che Guevara. Al finalizar el corto diálogo había dicho: “muerto el perro se acabó la rabia”. Y eso lo había sacado de las casillas.
Después de todo, era algo que no se entendía bien y en ningún caso aparecía siquiera la sombra del menor delito. Nadie había sido perjudicado ni en su persona ni en sus bienes y se suponía que todos los ciudadanos tenían derecho a expresar sus ideas mientras no perturbaran la moral ni el orden público.
Precisamente, a favor de Rama existía eso. Cuando merced, al estado de sitio se impidieron sus arengas, guardó silencio sin resistirse. En todos los casos había solicitado autorización para expresar públicamente su pensamiento a aquella masa que se lo pedía. Y en tres ocasiones seguidas se le había alentado oficialmente que lo hiciera, explicándole que el estado de sitio no lo afectaba, porque él hablaba de cuestiones religiosas que no hacían a la seguridad del Estado. El sabía que se lo estimulaba para en primer lugar sindicar a sus seguidores, en segundo lugar para detener y atemorizar a todo aquel que se atreviera a escucharlo, en tercer lugar para hacerlo pasar como agitador, forzando la desconcentración con cachiporras, gases y embestidas de provocadores a sueldo.
El Jefe ignoraba cómo habían sido preparadas y ejecutadas estas indignidades que lo asqueaban. Ya desde el primer momento había comprendido que los que hoy recorrían los pisos de su central y movilizaban a los grupos de presión en sus departamentos y aún en los ministerios, lo hacían despechados porque Rama en todos los casos los había desbaratado con cambios de frente que no pudieron asimilar en el pasado y que temían en el futuro.
Ellos habían tirado la primera piedra acusándolo de formar grupos cerrados que no declaraban a la opinión pública sus intenciones y cuando estos grupos salieron a la superficie para satisfacerlos (¡y de qué modo salieron!) ellos habían retrocedido escandalizados porque jamás esperaron esa muestra de disciplina y de organización.
Sí, él sabía todo esto.
Tenía delante de sus ojos montones de expedientes inconsistentes, pilas de cartas de los ramaístas secuestradas ilegalmente del Correo. Contaba con grabaciones telefónicas, fotográficas, material sustraído en las casas de reunión a las que se había entrado rompiendo puertas y ventanas, sin exhibir siquiera una orden de allanamiento.
Allí entre esa montaña de papeles constaba la privación ilegal de la libertad a que habían sido sometido Rama y doce compañeros suyos que se encontraban construyendo una casa en Jujuy. Sabía de los diez días de encarcelamiento, de los apremios ilegales, de las injurias, allí por agosto de 1966. Conocía la corrupción del juez que se prestó a todo ello con el pretexto de las guerrillas.
Allí constaba el asalto a mano armada de que habían sido objeto otros veinte ramaístas en Melchor Romero, en setiembre de 1967.
Allí estaba, detallada con todo descaro, la ilegalidad de los procedimientos en Córdoba, Rosario y Capital Federal en 1968. El asalto y secuestro a 25 seguidores y los actos vejatorios que les habían producido durante 48 horas continuadas al encontrarlos en el Delta en 1968.
“Documentado” con los pasquines de Rosario, aparecía el atropello y la campaña contra una joven seguidora, cuyo padre era juez, el cual para no ver comprometido su prestigio le siguió juicio de insanía, luego de comprar testigos y de martirizarla en prisión durante quince días. Allí aparecían las detenciones de otros veinte en Mendoza y constaban los sucesos de un juicio ridículo, en el que fue descalificado un “testigo” al comprobarse sus actividades delictivas.
¿Y qué había pasado en todos los casos? No obstante las presiones, la compra de testigos, las “pruebas”, las campañas difamatorias de la prensa, habían salido siempre en libertad, declarando que los policías eran sus hermanos, que habían sido tratados maravillosamente bien y que no pasaba todo de un malentendido.
Todo esto había preocupado al Jefe desde que encontró a Claudia, una estampa con la efigie de Rama. Ese día le había preguntado por qué la guardaba y ella le había respondido, con esa frescura infantil que tanto amaba: “Rama es bueno”. Y esto había caído sobre su cabeza como una enormidad incomprensible. Esa noche se había repetido: “Si es bueno, no es malo. Ellos dicen que es bueno y nadie puede probar lo contrario. Si no es malo a qué tanta historia. ¿Será posible que todo esté dado vuelta? ¿Entonces a quién sirvo yo, a quién? Rama es bueno y el argumento es tan primitivo y tan sólido…” hasta que ella lo había tranquilizado leyéndole el Evangelio. Todo había resultado entonces mucho peor.
El no era creyente, nunca lo fue. Pero ahora leía el Evangelio por culpa de ese norteño que lo perseguía en su conciencia.
Pero ¿quién era realmente ese sujeto que de pronto se fue a la montaña a meditar y allí estuvo cuatro meses, hasta que fue detenido nuevamente por estar solo, a cientos de kilómetros de las ciudades. El clima estaba preparado en su contra por cinco años continuados de persecución, por lo dicho desde los púlpitos, por lo publicado en diarios y revistas, por lo denunciado por los hombres de bien, por los hombres religiosos y por los hombres políticos.
Entonces, había pasado aquello entre ridículo y sublime. Rama se había dispuesto a hablar públicamente en medio de la montaña. Era su eliminación definitiva. No podía haber elegido peor situación. Además, se había atrevido a hacerlo en su propia tierra, en la que nadie es profeta. Era pleno invierno y los caminos estaban bloqueados por las tormentas de nieve. Nada, por consiguiente, lo favorecía.
Pero sucedió aquello que desconcertó a todo el mundo. Cuatro días antes, las principales ciudades del país se llenaron de afiches, pintadas, volantes y escritos alusivos al sermón. En la central se recibían informes desde Uruguay, Chile, Perú, Brasil. Allí también pasaba algo con respecto al eremita de la montaña.
El periodismo fue lanzado desde los mismísimos Estados Unidos. Nadie entendía nada y ya en Europa se hablaba del impacto sicológico del “fenómeno Rama”. La Jeunne Afrique se había movilizado y se sabía que en cinco ciudades de España se daban conferencias sobre el caso. Todo aquello no pudo entenderse y mucho menos el sermón.
Vestido como montañés, Rama había arengado a una heterogénea multitud en ese colosal paraje.
El, por su parte, había mandado a sus pesquisas entre el muro de custodios armados que asediaban al gentío. Pero los muy torpes habían logrado una grabación defectuosa y por supuesto traían a cambio datos contradictorios y miles de habladurías.
El, trató varias veces de escuchar el mensaje, pero no logró entender nada, a diferencia de Claudia que repetía trozos enteros de memoria.
Entonces Rama había desaparecido, surgiendo nuevamente en Rosario y luego en Córdoba y finalmente en Buenos Aires, sin poder hablar en ninguno de los tres casos. Nadie sabía cuál era el número de los seguidores, porque siempre estaban mezclados en los tumultos que provocaban las fuerzas de seguridad y los provocadores a sueldo. Además, muchos de los que se sospechaba que seguían la Doctrina, no aparecían jamás en los actos públicos.
La arenga de la montaña había desorganizado a la oposición y luego frente a las prohibiciones, los seguidores manejaban al periodismo en conferencias de prensa, haciéndolos publicar exactamente lo que necesitaban, a saber: noticias contradictorias.
-¿Cómo era posible – se preguntaba el Jefe por aquel tiempo- que teniendo todo en su contra se las arreglaran para ir aumentando día a día la expectativa a su favor?
A decir verdad, en toda su carrera Rama no había hablado públicamente más de 40 minutos y seguía creando desconcierto.
Pero el Jefe creía advertir el juego: mientras aquel oponía a sus contrincantes entre sí, indignaba y despertaba adhesiones (en una fanfarria que había comenzado zaratústricamente, pero que día a día se orientaba hacia las barriadas y los sindicatos), sus compañeros hacían crecer los cuadros subterráneos cada vez más rápidamente, usando esa prédica absurda acerca del Despertar, la armonía interna y cosas por el estilo.
El Jefe había compuesto el cuadro y se había dicho:
1er. paso. Con todo en su contra no podía ganar al pueblo en su favor y sin embargo debía salir a la luz como señuelo ante los perseguidores, a fin de que aliviaran la presión sobre los grupos subterráneos. Si atacaba al gobierno para captar a los descontentos, lo desplazaban rápidamente. Si no lo mencionaba, la gente que tenía urgencia política lo hubieran sindicado como agente distractivo del propio gobierno. Y he aquí lo que hizo: atacó con una violencia desconocida en el país, al clero que en esos momentos sumaba escándalos a raíz del celibato, las deserciones y otras cuantas cosas más. Y supo hacerlo mezclándolo todo con un hálito milagrero que la prensa trató de volver en su contra. El clero indignado sintió los dardos y sin mostrar la cara aprovechó cuanto recurso de desprestigio tenía para denigrarlo ante la opinión pública.
2do. paso. Aprovechó el alboroto provocado por sus enemigos para citar a conferencias de prensa, en las que tocaba diversísimos temas y apoyaba a regímenes en aquel momento indefinidos como los del Perú y Bolivia, mientras sus amigos enredaban aún más la trama.
3er. paso. Comenzó a repudiar violentamente a todos los partidos y a todos los políticos, neutralizando al gobierno que tenía los mismos enemigos. Y lógicamente, logró polarizar en su contra al clero y los políticos.
4to. paso. Fue lanzando llamadas a las nuevas generaciones, desarrollando sus teorías del “vacío político” y de la “no-participación” en un mundo destinado al derrumbe y oponiendo así sus enemigos a los jóvenes que sentían poco a poco el instinto de coetaneidad. Pero advertido esto, sus contrincantes trataron de hacer aparecer a sus seguidores como simples hippies. Entonces desapareció jurando que no volvería a arengar en público y que no daría a la prensa ninguna declaración más. Con tal actitud el desconcierto aumentó, pero también el interés de la gente joven.
¿Cómo podía dejar todo inconcluso? ¿A dónde conduciría aquello? Cualquier chiquillo sabía que al poco tiempo la gente habría olvidado hasta las mayores conmociones.
Pasaron los meses y el fenómeno se fue diluyendo lentamente. Los tenaces enemigos comenzaron a frotarse la manos, aunque con recelo… Así había sucedido hasta hace dos días. Sí, dos días y todo se había desencadenado con la velocidad del rayo.
Era el 5to paso. Una orden lejana comenzada a conocerse en voz baja en los sindicatos del país y ya no podían medirse las consecuencias, ni se sabía que hilos estaba moviendo Rama.
Desde hacía dos días, ese maldito norteño se movía en Buenos Aires, negando toda versión sobre el nuevo asunto. En estos momentos en que manifestaban los planes de lucha obreros, algún estúpido trajo la versión (seguramente falsa) que Rama tenía extraños contactos con el exterior y que no era ajeno al fenómeno social argentino y tal vez del Cono Sur. Todo esto no pasaba de superchería.
Los informante hablaban de una logia Anael, de la “L” inclinada y otros disparates por el estilo.
Lo cierto es que la tensión en el país era grande, muchos intereses se contraponían y todos sabían que no podrían dirigir a Rama en el supuesto caso de que él fuera a manejar algún proceso.
Entonces, todos sus enemigos se coaligaron para presionar al Jefe a tomar una decisión absurda que no podía ser amparada ni justificada por la ley.
El ultimátum estaba lanzado y el plazo se cumplía hoy a las 24.
En ese momento golpearon la puerta.
-Adelante -dijo el Jefe.
Entraron de inmediato un sacerdote y dos funcionarios que el Jefe recordaba. Luego una cuarta persona.
-Señor Jefe -dijo uno de ellos- el padre Simone viene en representación de Monseñor Cárdenas… Y éste es el Doctor Robledo, uno de nuestros colaboradores.
-Tomen asiento, señores -indicó el Jefe luego de saludarlos cortésmente.
A la señal de uno de los funcionarios, Robledo, notoriamente alterado, abrió un portafolios y sin dar explicaciones se puso a leer: “El Movimiento Pacifista tiene vinculaciones en su programa con otros movimientos en distintos lugares del mundo.
“Sus postulados básicos son: No-violencia física; no-violencia económica; no-violencia racial y no-violencia religiosa.
“Los siguientes puntos, son las premisas de la revolución total pacifista:
“lª) Derecho a la huelga en todo tipo de trabajo y en cualquier momento.
“2ª) Participación en el poder político.
“3ª) Destrucción del aparato de persecuciones y presiones, sea cual fuera la supuesta legitimidad de su origen.
“4ª) Socialización de la medicina.
“5ª) Socialización de la educación.
“6ª) Reparto de las riquezas.
“7ª) Derecho a la defensa pública frente a la calumnia organizada.
“8ª) Obligación de los medios de difusión de responsabilizarse por sus publicaciones.
“9ª) Hermandad con todos los pueblos y todas las razas.
“10ª) Igualdad de prédica con la Iglesia oficial.
“11ª) Libre práctica religiosa privada y pública.
“12ª) Derecho a la libre investigación y propagación de las ciencias no oficiales.
“El Movimiento Pacifista destaca que ningún sistema, ningún hombre, ningún Estado de la Tierra, tienen derecho a impedir las manifestaciones religiosas del espíritu humano”.
Y dando por terminada su lectura agregó con cara de prócer:
-El Juez Dormemulo de Salta, asegura al igual que yo, que este Movimiento de neto corte comunista, sigue a Rama. Lo sabemos de muy buena fuente. Esto prueba que se trata de un extremista.
Los concurrentes intercambiaron algunas miradas de inteligencia y el Jefe agradeció con un dejo de sorna, tan espontánea colaboración.
Robledo, ufano con su aporte, agregó:
-Señor Jefe, debemos encarcelarlo por 30 años para evitar que las familias de Salta vivan sobresaltadas.
-En eso estamos -respondió el Jefe, sonriendo por el trabalenguas del estúpido. Luego dejó su silla y extendió su mano a tan ilustre visitante. Este abandonó la oficina con una sonrisa casi angélica, acompañado por uno de los funcionarios.
-Señor Jefe -dijo afablemente el sacerdote- ¡Cuánta honradez hay en el mundo! Ya ve como gente buena (aunque no tenga muy claro el panorama), se desvive por colaborar con la Justicia. Yo vengo en una misión mucho más humilde, propia de mi ministerio.
-Usted dirá, padre -respondió el Jefe.
-Se trata, como diría, se trata de…
-… de ese delincuente de Escobar- completó el acompañante con una mirada bizca.
-Oh sí, el señor Escobar -agregó el cura- ha preocupado a Monseñor y quisiera saber si hay algo en firme sobre el asunto.
-Vea, padre -respondió el Jefe con voz ahogada- estamos a punto de concluir el caso. Creo que hoy estará terminado.
-“¿Cree” señor Jefe, o está seguro? -preguntó el bizco, con aire malicioso.
-Bueno, faltan algunos datos.
-Si usted me permite, aportaré algunos -dijo el bizco.
Ante la mirada benévola del sacerdote, el bizco abrió una carpeta y antes de disponerse a leer argumentó:
-Esto es lo que han escrito esos hippies seguidores del delincuente Escobar. Son palabras textuales y se refieren a nosotros, personas productivas, maduras y honorables. A continuación, entonó la voz y leyó: “En un núcleo de investigación se estudiaron mil fichas. Estas contenían datos personales de mil individuos de distintas provincias argentinas. La base común de ellos (y por eso los agrupo) consistía en su actividad difamatoria del ramaísmo. Variaban en edad, sexo, ocupación y extracción económica.
“Los resultados fueron éstos:
“1ª) El 65 por ciento era casado y había realizado su matrimonio para solucionar problemas económicos. Los demás eran solteros o separados, sin perspectivas de ese tipo.
“2ª) El 55 por ciento tenía algún familiar próximo que había estado en la cárcel por delitos comunes. De ellos, el 12 por ciento había tenido problemas personales con la Justicia ordinaria.
“3ª) Un abrumador 80 por ciento se decía “católico práctico” aunque era evidente que sólo el 40 por ciento cumplía con el ritual ( y esto medianamente).
“4ª) El 40 por ciento había logrado ocupar su puesto gracias a influencias políticas. De ellos el 70 por ciento había pasado por partidos de ideologías opuestas.
“5ª) Sólo un 2,5 por ciento había transitado por alguno de nuestros grupos sin acceder a niveles de Trabajo Superior. Casi el total de ellos había recibido amenazas veladas de ser despedido de su trabajo cotidiano si continuaba en los grupos.
“6ª) El 3 por ciento recibía sueldo por su actividad difamatoria, y un 5 por ciento era utilizado oficiosamente por el sector interesado en ese tipo de campañas.
“7ª) Se descubrió que casi el 100 por ciento sentía horror por ser difamado.
“8ª) Finalmente no se pudo ponderar, pero fue sencillo intuir, un elevado porcentaje de frustrados e irregulares en su conducta sexual.
“En la investigación se comprobó que ordenados los porcentajes en sentido decreciente unos pocos llenaban todos los casilleros, pero a medida que disminuían los casilleros menos poblados, los números de repeticiones crecían según la fórmula precisa.
“Hubo un porcentaje no despreciable de individuos de constitución física defectuosa. Desde luego que tal porcentaje era superior al que se registra normalmente en el total de la población”.
Terminó de leer y abriendo sus ojos bizcos más de la cuenta , agregó:
-Dicen que nos tienen fichados, señor Jefe. Nos persiguen y se inmiscuyen en la vida privada que es lo más sagrado que puede tener un padre de familia honorable.
-Eso es muy grave -respondió el Jefe- Tenga a bien dejarme esa carpeta.
-Por cierto -respondió el bizco – y se la extendió nerviosamente, mientras volteaba un cenicero.
-Dios es grande y sabe perdonar -arremetió el cura- lo malo está, cuando aprovechando Su nombre, se realizan iniquidades y se pone en peligro la tradición, la familia, la patria y la religión, -hizo una venerable pausa y continuó- Yo personalmente, creo que el señor Escobar es un hombre bien intencionado, pero tal vez llevado por su temeridad y su imaginación ha perdido el sano juicio, exponiéndose él y exponiendo a otros a peligros muy serios. Una nueva pausa, un gesto de rememoración y luego- Monseñor ha indicado que tal vez con un adecuado tratamiento siquiátrico se lo reintegre a la sociedad y se lo sustraiga del mal que padece. Como prójimo nuestro y habiendo sido bautizado en la religión de sus mayores, nos vemos en la obligación de ayudarlo y de sugerir a usted estas medidas.
-Muy razonable y humanitario, padre -respondió el Jefe.
El sacerdote continuó:
-Es una gran pena (que sentimos Monseñor y yo) al ver desperdiciarse a un muchacho que tal vez hubiera servido a mejores destinos. Pero en fin, los senderos de Dios son inescrutables… ¡Creerse mesías el hijo de dos nativos! Decir que no se conoce nada de su vida desde que salió del colegio, cuando está probado que tiene antecedentes penales y que fue detenido varias veces. Además, señor Jefe, ha compuesto una ensalada indigerible entre Platón, Marx, Freud y Nietzsche, haciéndola pasar por “su” doctrina. Evidentemente desvaría, hay que hacer algo por él.
-Así es, padre -agregó fríamente el Jefe.
En ese momento sonó el teléfono. El Jefe descolgó y una voz dijo:
-¡Oiga, deje de dar vueltas. Aquí no hay argumentos que valgan.
-Sí, señor -respondió el Jefe.
-¿Me entendió? El sujeto no nos conviene y hay que deshacerse de él. Eso es todo -puntualizó con voz metálica.
-Pero, ¿cómo debo hacer señor?
-¡Usted sabe cómo! Nadie le va a poner problemas luego. Yo me hago responsable de todo.
-Muy bien señor, yo cumplo -dijo el Jefe con tono de funcionario disciplinado.
-Cae sobre mí toda la responsabilidad. ¡Ah, recuerde que no estoy solo! -agregó la voz y cortó.
El Jefe, evidentemente impresionado, colgó el tubo y se disculpó ante el religioso y el bizco. Luego abrió una puerta lateral que daba a un toilette y se humedeció la cara mientras cavilaba silencioso. Cerró las canillas. Se secó y salió para sentarse nuevamente entre sus interlocutores.
El padre continuó argumentando, pero ya el Jefe no lo escuchaba. Miró su reloj, eran las 20 horas. Miró a los dos hombre e interrumpiendo el discurso del cura, dijo:
-Señores, he tenido un gran placer en atenderlos. Tengan la seguridad de que esto se decide hoy: el profeta tendrá su merecido.
-¡El que se ha autodesignado el profeta! -replicó el bizco.
Casi sin control, el Jefe afirmó:
-Tal cual lo he dicho: el profeta tendrá su merecido.
Saludó a los visitantes, los despidió y cayó abatido en el sofá.
Poco tiempo después, el Jefe llamaba desde un teléfono público a Fernando y le daba los pormenores del caso. Terminada la conversación, regresó a su oficina.