Pilatos comprendía bien la situación.
En la mañana del 9 de nizán, Jesús había salido desde el monte de los Olivos hacia Jerusalén. Lo seguían sus discípulos, los del Bautista y numerosos coprovincianos galileos. Luego se había sumado más gente ante el tumulto provocado por aquellos y por los que no se habían enterado de la suspensión de la revuelta.
No obstante y a pesar de los gritos de “Hosana al hijo de David” el grueso del pueblo los había dejado pasar hasta que llegaron al pórtico de Salomón en el que se fue desconcentrando el grupo.
Al día siguiente, Jesús había creado otra confusión al emprenderla con unos comerciantes extranjeros que (desconocedores de los reglamentos) traficaban en el Templo. Al tratar de poner a los sacerdotes como cómplices del negocio, se había malquistado con el pueblo humilde.
Pilatos sabía que Jesús no obstante haber sido alentado por Anás y los saduceos para la conspiración de Pascua, no tomaba parte en este juego. El mismo, siendo Procurador estaba complicado.
En efecto, Seyano desde Roma había concebido el plan: Judea se revelaba. Los romanos resistían débilmente y permitían el triunfo de la sublevación. Las legiones de Judea y los judíos obligaban luego a Siria a plegarse y ésta lo hacía presionada por las circunstancias y sobre todo por la complicidad de Pomponio Flaco, gobernador y brazo derecho de Seyano.
En diversos lugares, los judíos conservaban ocultas reservas de tesoro como para terminar de animar a los legionarios de la Galia y de Bética de donde él provenía. Hasta Britania estaba en revuelta contra Tiberio que desintegraba día a día el Imperio y colocaba a los leales patriotas en situación de traidores.
Por otra parte, la misma guardia pretoriana iba a encargarse del déspota evitando así un enfrentamiento entre las legiones.
¡Las cosas sí iban a cambiar! Judea, que al fin de cuentas era un de los dominios más pobres y que demandaba gastos enormes para su ocupación, merecía manumitirse en mérito a su colaboración.
Pero Antipas Herodes, gobernando Galilea (aunque sujeto a Roma) había desechado el propósito enviando mensajeros a Tiberio a quien servía fielmente. Nadie ignoraba que la ambición del tetrarca era igual en fuerza a su debilidad y temor.
En tal situación, sin el apoyo de los herodianos y denunciando el complot, él quedaba al descubierto y también los judíos.
La Pascua estaba próxima y esos días eran una especie de santo y seña para todos los que recordaban la salida de Egipto. El complot de todas maneras podía ser diferido por cuanto el grueso de esos sesenta mil habitantes, más los que llegaban de todos los puntos de la Judea habían sido advertidos por sus jefes del cambio de los planes.
En tal situación, Jesús había entrado provocando esa conmoción desconcertando a todas las facciones que se esmeraban por acallar todo síntoma de rebelión para no justificar a Herodes ante Tiberio.
Jesús no participaba de la revuelta, y de un modo incomprensible cambiaba de frente día a día, acumulando sobre sí la antipatía de aquellos grupos dispuestos a todo.
El Pretor advertía que las últimas actitudes de Jesús enredaban a todas las jerarquías de Judea, teniendo en cuenta que la sublevación ya era conocida por César. De todas maneras, él que también estaba comprometido, no sufría el temor de los jerarcas.
Luego de la conmoción provocada por el rabí, ellos estaban forzados a utilizarlo como el único revoltoso para cuidar sus posiciones y para certificar en alguna medida los informes de Herodes, reemplazando convenientemente a los verdaderos actores.
Por otra parte, el nazareno parecía querer elevarse sobre todos los partidos para encarnar el papel de Libertador, pero al hacerlo había consolidado a viejos enemigos en un mismo frente.
El sayán, el sumo sacerdote, el gran colegio, el sanhedrín, la sinagoga, los saduceos, los fariseos, los bohetusios, los zelotas… todos (invariablemente todos), se sentían tocados por la prédica de Jesús.
Aún los esenios, que pasaron en gran número a los grupos seguidores de la nueva doctrina, estaban empeñados en la lucha contra el invasor y sus representantes. Por ella el Bautista había dejado su vida al denunciar a Herodes, siendo venerado como héroe nacional.
Y el rabí en lugar de estrechar filas, hablaba ahora con los samaritanos, entraba en los templos extranjeros y negaba al judío ser el pueblo elegido al gritarle de continuo: “raza de víboras, hipócritas, sepulcros blanqueados, espíritus falsos y estrechos”. Profanaba el sábado. Había declarado la guerra al rito y promovía escándalos en la sinagoga. Había quebrantado la ley de Moisés en el capítulo de las impurezas, comiendo en la casa del leproso Simón, donde una prostituta lo había lavado en presencia de todos…
Por lo menos, eso afirmaban los espías de los fariseos que los seguían por todas partes, tomando nota de cuanto hacía y decía.
Pilatos advertía que entre sus propios seguidores, Jesús había promovido disensiones al referirse al Bautista como simple caña sacudida por el viento, o afirmar que hasta el más pequeño del reino de los cielos era mayor que éste.
El no creía en absoluto en todas las calumnias, pero resultaba evidente que los enemigos del nazareno se inquietaban día a día.
Indudablemente la fama de Jesús corría ya por todos los pueblos importantes y se las arreglaba con un arte increíble para desconcertar sin exponer una doctrina acabada, porque sabía bien que en el caso de hacerlo o repetiría cosas ya sabidas sin logran influir en el pueblo, o diría cosas nuevas: en cuyo caso se expondría a todas las acusaciones por hereje.
Tampoco él como procurador, podía tolerar mucho tiempo más que la figura de Jesús creciera sin entenderse bien a dónde quería llegar. Por ahora, era evidente que trataba de ganar tiempo a fin de consolidar sus cuadros.
Sus discípulos hacían circular sobre él las historias más increíbles y magnificaban cualquier hecho con tal de admirar a las multitudes. Por todas partes tejían fábulas, marcaban la paredes con sus famosos peces y escribían declaraciones que la mayor parte de las veces llegaban al bando enemigo.
En fin, era la guerra, y después de todo el nazareno tenía el derecho de usar cualquier recurso para la difusión de sus ideas frente a un enemigo que contaba con todos los medios a su favor.
Pilatos se sentía también en el bando opuesto a Jesús. Odiaba a Tiberio, era compañero momentáneo de los judíos, pero por sobre todo era un romano, aún cuando nacido en Híspalis. Pensaba, además, que lo logrado por César al avanzar sobre Roma desde las Galias, podía hacerse desde el Asia, y con tales proyectos no podía andarse con muchas contemplaciones.
El Procurador conocía los contragolpes de los adversarios de Jesús y como rudo luchador que era, los justificaba plenamente. Pero no soportaba la torpeza que ponían en sus acusaciones. Sin buenos argumentos contra Jesús, quedaba siempre la extraña sensación de que éste, en lugar de un hereje y revoltoso, era un hombre pacífico, bondadoso, afín a la enseñanza de los estoicos.
Sí, el Procurador en lugar de pruebas, tenía humo entre las manos. Advertía las patrañas de los acusadores y, además, no tenía nada que ver con sus problemas internos. Por todo eso había enviado a Jesús ante Herodes Antipas, a quien le correspondía el prisionero por estar aquel en Jerusalén y éste como galileo, bajo su jurisdicción.
Herodes seguramente lo pondría en libertad, ya que había notificado sobre la rebelión y comprendía que querían hacerla recaer sobre Jesús para pasar inadvertidos.
En ese instante entraron Anás, Caifás y otros notables. El Procurador los hizo pasar.
– Y bien – dijo Pilatos.
-Procurador – dijo uno de los personajes- nosotros hemos preguntado al reo acerca de las actividades de él y de sus seguidores y no nos ha querido dar razón, diciendo con insolencia que él predica en la sinagoga y en el templo donde están todos reunidos.
-Es una mala respuesta-dijo Pilatos.
-Así es -agregó el sujeto- Además le pedimos cuenta sobre sus secuaces, porque sabemos que todos son malhechores. Siempre andan en lugares tenebrosos, reunidos con una tal María de Mágdala, de quien se afirma que se sacaron hasta siete demonios, con Juana mujer de Chuza, intendente de Herodes y Susana y otras que le sirven de sus bienes y con quienes se entrega a placeres desordenados en honor a Belzebú.
-¡Eso es cosa grave! – Afirmó irónicamente Pilatos, mirando de soslayo a Léntulo, su hombre de confianza.
-¡Por Moisés! -prosiguió ofuscado- Niega tener madre, como si no se conociera a María que lo concibió de un modo espúreo, por lo cual tuvo que huir de Egipto para evitar ser lapidada. Conocemos a sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas. Sus hermanas están entre nosotros y él pretende que no tiene madre ni hermanos. Un hombre que lo conoció en su infancia, nos relató y juró por los libros de la Ley que nunca recibió instrucción, porque insultó a todos sus maestros desde la enseñanza de la letra Aleph. También que mató a otro niño, arrojándolo desde lo alto de una terraza y siendo perseguida esa familia réproba, pasó de pueblo en pueblo, expulsada por las hechicerías de la madre y las maldades de aquel niño endemoniado. Así que a la muerte de su padre huyó con sus ahorros y los fue dejando en las tierras que visitó, sin acordarse de su hermana Lía, que casi muere de hambre.
-Perdona que interrumpa tu discurso – dijo Caifás- quisiera dar al Procurador una prueba decisiva sobre los artificios de que se vale para engañar al pueblo, burlándose de él y de lo que supone nuestra ignorancia… Ese tal Jesús, como anduvo por tierras de Egipto y del Asia, cree que todos nosotros somos iletrados.
-Prosigue -dijo Pilatos con aburrimiento.
-Has de saber que en una oportunidad, dijo haber resucitado a uno que jamás hallamos, pero que según algunos avisados, era de su intimidad y padecía de un mal que no era el de la muerte sino cosa parecida. En fin, en otras ocasiones (según lo tienen escrito sus seguidores en este papiro que hacen circular) hizo caminar a un tal Pedro por las aguas por el poder de la fe, multiplicó alimentos e hizo otros prodigios. Pero todo eso lo tenemos conocido desde hace cientos de años en las leyendas de Sabattí, Jambunada y otras más… Hasta su sermón de la montaña aparece deformado del Dhammapada. ¿Es este un verdadero Rabí, Procurador?
Pilatos comenzó a incomodarse y entonces Caifás retomó el discurso con aire leguleyo:
-Si no supiéramos que te robamos de tus ocupaciones, muchas pruebas más te traeríamos sobre sus presuntos enseñanza que no es si no la misma de Sakyamuni, sólo que peor expresada. Para nosotros no en novedoso todo aquello del “ama a tu prójimo”, como tampoco las doctrinas del Zend-Aveste, que Jesús mezcla con los relatos de su infancia, haciendo aparecer a tres adoradores del fuego como magos que vienen a venerarlo desde el país de Zoroastro. Alzó los hombros, miró al cielo y agregó: -Nosotros representamos las creencias de todos los pueblos, pero no podemos dejar que se corrompan nuestra tradición, nuestra familia y nuestra religión, abatidas como están por la dominación extranjera. No es el caso de hacer aparecer historias lejanas, como ocurridas en nuestras propias narices.
-Bien -dijo Pilatos tocado- también yo soy de otras tierras. Veremos que se hace, pero te advierto que esos negocios no son mi problema.
-Hoy debes decidirte -interrumpió Anás-.Lo hemos interrogado en el Sanhedrín y se ha declarado también rey, desconociendo al César y ese negocio es de tu competencia.
Pilatos, entonces se acercó a Anás y le dijo al oído:
-¿Ahora tu eres defensor del César, o acaso te entiendes con Herodes Antipas?
El sayán retrocedió y salió del pretorio, al tiempo que llegaba Oesas, dando grandes voces:
-Procurador: Antipas te devuelve al reo en prueba de que su jurisdicción se subordina a ti.
Entonces Pilatos había abandonado el pretorio para dirigirse a la Torre Mariamna a encontrarse con Judas de Kariot (aquel que había iniciado a su mujer en las curiosas doctrinas del nazareno).
Mientras subía apresuradamente hasta sus habitaciones, el Procurador recordaba todo aquello. La sugestiva presencia de Judas, sus maquinaciones de noble saduceo, su instinto político, sus contactos con todas las facciones que parecían respetarlo y al mismo tiempo sus relaciones con aquellos místicos seguidores del rabí. ¿Era al fin de cuentas un religioso disfrazado de político o él y todos sus amigos incluyendo al profeta, eran políticos y subversivos disfrazados de hombres de fe?
Hubiera deseado que Jesús fuera ni más ni menos que eso: un político, un patriota a su manera, dispuesto a usar cualquier recurso con tal de echarlo a él y a todos los romanos. Porque en tal caso la lucha de alguna manera se equilibraba y él podía eliminarlo como defensor que era de la pax romana. Todo eso hacía que sus contactos con Judas hubieran sido frecuentes y que con él precisamente, hubiera diseñado la subversión de Pascua en lo que hacía a Jerusalén. Judas, sin embargo, mantenía siempre su escepticismo, dando a entender que todo aquello era sólo un medio para expandir la Doctrina y que nada podía hacerse “desde fuera”, sin ganar el corazón de los hombres.
Así que llegó a la torre se encontró con Judas que lo estaba esperando.
-¡Salve Poncio Pilatos! -saludó Judas.
-Ya sabes que tengo que condenarlo.
-Sí – afirmó Judas sin inmutarse.
-¿Cómo me dices eso? -preguntó Pilatos.
-Siempre lo supimos y lo sabía él antes que cualquiera de nosotros -agregó Judas.
-Ahora tú debes hacer tu parte. Yo elegiré a Léntulo – y dicho esto lo despidió.
El Procurador quedó solo en la torre, dio unos pasos y se sentó en el marco de una ventana, preguntándose: “¿Quién dirige entonces las acciones de los hombres y cuál es la libertad y cuál la verdad?” Y se sintió como una marioneta movida por los hilos de un Destino incomprensible.
hilos de un Destino incomprensible.