A Danny.

 

Los equipos y programas de espacio virtual se vendían bien. Entre los compradores, los estudiantes de historia y ciencias naturales resultaron beneficiados. Pero aumentaba la demanda de un amplio público que prefería su dosis de entretenimiento, a largos paseos entre pirámides egipcias o flora y fauna amazónica. Se podía realizar viajes solitarios, en compañía o guiados; sin embargo, muchos preferían disponer de un selector de opciones que aparecía con sólo mover un dedo. El catálogo era nutrido. Desde las adaptaciones de antiguas películas, en las que los protagonistas eran los propios usuarios, se había pasado a la traslación de video-juegos que permitían combatir en el espacio o mantener amoríos con los símbolos encarnados de la época. Era como participar en un cómic o una historieta llena de estímulos tan reales, que menudearon infartos cuando algunos fanáticos del terror usaron programas no recomendados por el Comité para la Defensa del Sistema Nervioso Débil. Las computadoras admitían los programas más absurdos y en esa atmósfera aparecieron piratas que introduciendo virus virtuales provocaron disociaciones de personalidad y accidentes psicosomáticos. Era tan simple colocarse un casco y unos guanteletes, poner en marcha la computadora y elegir un programa, que los niños lo hacían a diario en las horas dedicadas a viajar.

Una sección del Comité para la Defensa  del Sistema Nervioso Débil

En la sección todos usaban nombres de batalla. Era una práctica aséptica. Alpa organizaba el plan de trabajo y supervisaba el Proyecto, coordinando actividades entre los miembros de un equipo que se había conformado a lo largo de años. Había sido reclutada en los Alpes por su curiosa forma de entrenar a grandes esquiadores. Mientras otros profesores insistían en el esfuerzo físico sostenido, ella reunía a sus alumnos en una sala en la que proyectaba una y otra vez las imágenes del slalom gigante o del gran salto blanco. Presentado el escenario y el recorrido de cada prueba, dejaba todo a oscuras y pedía que los partícipes imaginaran repetidamente cada movimiento y cada desplazamiento por la nieve. A veces acompañaba esa práctica con una suave música que luego, en las horas de sueño, inundaba el refugio. Así se había dado el caso en que algunos, no habiendo salido a las pistas antes de la competición, se desplazaban ese día como si siempre hubieran vivido en el lugar.

Ténetor III tuvo noticias de Alpa por un comentario efectuado en un vídeo especializado en deportes invernales. Intrigado por el caso se dirigió a Sils María y allí estableció contacto con ella.

El último miembro incorporado fue Seguidor, encargado de personal de tecnología avanzada. Este, con Hurón y Faro, formaban un conjunto que sólo podía ensamblar gracias al cuidado de la inefable Jalina, especialmente dotada para la creación de ambientes humanos blandos. Sin duda Ténetor III, como especialista en comunicaciones, era el nervio de una actividad que Alpa definía en cada caso, anteponiendo el cumplimiento de metas y cronogramas. El equipo quedó configurado como una sección del Comité de Defensa del Sistema Nervioso Débil y gracias a que Ténetor era precisamente el Director de dicha institución, el grupo pudo actuar sin sobresaltos.