El embajador de Zambia insistió durante una semana. Sus instrucciones eran estrictas, él no podría abandonar Florencia sin llevarme a Lusaka.
El 10 de enero de 1989 llegué acompañado por Antonio y Fulvio. Al pie de la escalera, un comité de recepción presentó sus saludos. De inmediato fuimos rodeados por una guardia armada que nos introdujo en tres limusinas negras. A gran velocidad nos desplazamos por una carretera periférica hasta cortar en un punto el centro de la ciudad. Mientras los motociclistas abrían paso entre la multitud, alcancé a ver largas colas de mujeres que cargando a sus niños desnutridos esperaban la apertura de los centros de racionamiento.
Diez minutos después estábamos en el palacio presidencial, rodeados por tanquetas y empalizadas laberínticas. Bajamos y fuimos conducidos al salón de ébano en el que nos esperaba el Presidente con su gabinete en pleno. Kaunda dio la bienvenida destacando nuestra importancia ideológica para la Revolución. Respondí brevemente, mientras Antonio traducía para la cadena de T. V. El Presidente Kaunda en su porte soberbio lanzaba ademanes estudiados hacia nosotros y a su público, repartiendo sobriedad y paternalismo según variaba de posición frente a unos y otros. Siempre colgaba de su mano izquierda el largo pañuelo blanco que, seguramente, constituía un signo personalísimo de su vestimenta. ¡El famoso pañuelo! Cuando hablaba agitándolo con vehemencia o sesgando el aire todos comprendían la señal; cuando escuchaba, sobándolo largamente, también los presentes interpretaban el código. Pero si acompañaba la caricia con un intermitente “ya veo”, aquello era una aprobación decidida.
En dos días hicimos todo lo necesario. Solamente en el diálogo sostenido con el secretario del partido único, la cosa terminó mal. Pero, en general, la información fue abierta y los problemas por los que pasaba el país se expusieron descarnadamente, cotejados siempre con los datos más increíbles que recogía Fulvio y que sumaba a la masa que había traído desde Europa. En los jardines presidenciales Kaunda mostraba los impala que pacían suavemente. En ese edén bucólico, la floresta africana y la brisa del atardecer no me impedían ver la situación como televisada desde arriba: todo ángulo custodiado por sujetos con intercomunicadores; más afuera las tanquetas y las empalizadas; más allá aún los retenes y luego Lusaka hacinada y hambrienta; los campos arrasados, las minas de cobre y los minerales estratégicos vaciados a precio vil, manejados por un puñado de compañías cuyos hilos saliendo del mapa africano se anudaban en lejanos puntos del globo. Ese era un corte espacial; pero también veía ese lugar diez, veinte, treinta años atrás, y siglos antes, cuando no existían países sino tribus y reinos, y los hilos se anudaban a poca distancia. Comprendí que tarde o temprano el régimen sería depuesto porque su voluntad de cambio tenía las manos atadas por aquellos hilos multicolores. Sin embargo, yo sentía algo parecido al agradecimiento por el apoyo brindado a la liberación de Sudáfrica y a la lucha anti-apartheid. Por eso, aún sabiendo por anticipado que nuestro proyecto era irrealizable, Antonio desplegó las variables de lo que se debía hacer…
Luego de la cena de la tercera noche, descendimos a un búnker a través de un pasillo lleno de cuadros a derecha e izquierda. Allí estaban Mandela, Lumumba y otros tantos héroes de la causa africana. También aparecían Tito y otras personalidades de los distintos continentes. De pronto me detuve frente a un cuadro y pregunté a Kaunda:
–¿Qué hace Belaúnde aquí?
–Es Allende, –respondió el Presidente.
–No, es Belaúnde Terry, socialcristiano y ex presidente del Perú; hombre no muy progresista sino más bien ligado a los intereses del Club Nacional de Lima.
Kaunda tomó el cuadro y con toda naturalidad lo estrelló contra el piso. Luego dijo algo sobre Salvador Allende pero yo estaba concentrado en el espacio que había quedado descolorido en la pared, y en los vidrios rotos en el piso. Por un instante me pareció que se ponían y sacaban cuadros en infinitos pasillos a una velocidad chaplinesca y, en esas escenas del cine mudo, se reemplazaban héroes y cobardes, opresores y oprimidos, hasta que al final en un muro sin color quedaba una intención vacía que era la imagen del futuro humano.
Llegamos al búnker.
Mientras Fulvio apuntaba y filmaba hasta los últimos detalles, Antonio, elegante y metálico, abrió su carpeta y con una frialdad de hielo hizo todas las críticas del caso. Mientras hablaba vi como el pañuelo se agolpaba, cómo luego comenzó a anudarse para finalizar abandonado en una mesita justo al término de la exposición. Antonio sin reserva alguna habló de tal modo que cualquier político se hubiera sobresaltado. Sin embargo, vi claramente que todo lo dicho llegaba al corazón. Me pareció que Antonio encarnaba una verdad que arrancaba antes de él y que se proyectaba hacia el futuro. En esa frialdad estaba el trasfondo de todas las causas por las que el hombre ha luchado y creo que todos lo entendieron así. Kaunda, emocionado, no tuvo más remedio que reconocer con su “ya veo”, pero pronunciado de tal modo y con tal tristeza que debió verse en el espejo de su alma.
“Para terminar nuestro análisis que, según entendemos debe ser hecho en conformidad con lo que vemos, debemos reforzar el punto quinto que se refiere a la disolución inmediata del partido único y a la celebración de elecciones plurales en menos de un año. Esto va acompañado con la liberación de los presos políticos y el derecho al reingreso y participación de los exiliados en la lucha política. La prensa monopólica debe ceder el paso a todas las formas de expresión aún a riesgo de que los enemigos de los intereses del pueblo de Zambia se impongan momentáneamente por el uso indecente de sus ingentes recursos. También queremos destacar el punto octavo en el que se considera la factibilidad de una conferencia permanente de los siete países para fijar los precios mínimos de los minerales estratégicos a nivel internacional. Y, en lo que hace a la campaña contra Sudáfrica, los siete países deberían bloquear sus espacios aéreos para impedir el libre desplazamiento del régimen racista. Por lo demás, si hablamos de una revolución profundamente humana debemos comenzar por la desarticulación del aparato represivo que siendo una defensa contra los provocadores externos y su quinta columna, nos han llevado a espiar, controlar, encarcelar y fusilar a nuestros propios ciudadanos. ¡No hay revolución que tenga sentido, si se pierde el sentido de la vida humana!”. Sin inmutarse, Antonio cerró su carpeta y la entregó, con otra plagada de informes, al secretario de Kaunda.
El Presidente me miró desde su enorme sofá que parecía un trono. Lo miré muy adentro y dije:
–Excelencia, nada de lo dicho se podrá poner en práctica porque las coyunturas lo impiden, pero hemos sido leales luego de estudiar a conciencia la situación. Le ruego a usted y a los honorables miembros de su gabinete sepan disculpar lo que hemos expuesto.
Kaunda se levantó como un gigante e, insólitamente, se abalanzó sobre mí para abrazarme. Otro tanto hicieron los ministros con Fulvio y Antonio. En aquel momento sentí con fuerza que a todo eso lo había vivido anteriormente.
Partimos de Lusaka con sensación de fracaso. Sin embargo, supimos al poco tiempo que Kaunda había comenzado importantes reformas.
Gradualmente liberó a los presos políticos; abrió la libertad de Prensa; liquidó al Partido único; reconoció públicamente sus errores; dispuso elecciones generales y, al ser derrotado, abandonó el poder para convertirse en simple ciudadano.
Un diario de San Francisco, relató lo siguiente:
“Después de liderar a su país hacia la independencia de Inglaterra en 1964, Kenneth Kaunda fue presidente de Zambia por 27 años. A su favor podemos decir que permaneció firme en su lucha contra el Apartheid de Sudáfrica y que muchos acontecimientos de aquel país se hubieran enlentecido sin su decisiva ayuda. En su propia tierra enfrentó una montaña de dificultades económicas. Especialmente desde la caída de los precios mundiales del cobre. Desde comienzos de los años ‘80 Zambia se ha vuelto cada día más pobre. El promedio de ingreso per cápita ha disminuido a 300 dólares anuales, la mitad de lo que fue dos décadas atrás. La harina de maíz, principal artículo alimenticio, escasea y se ha encarecido. Para colmo de males, un sector importante de la población está infectado con SIDA y el país ostenta el récord mundial de casos. La ayuda extranjera también ha sido cortada desde septiembre, fecha en que el Fondo Monetario Internacional le reclamó el pago de 20 millones de dólares que adeudaba. A principio de noviembre, Kaunda fue derrotado por Frederick Chiluba, uno de los principales líderes sindicales del país, en las primeras elecciones multipartidarias desde la independencia. A diferencia de Sese Seko Mobutu que está reprimiendo a la oposición luego de 26 años en el poder, en el vecino Zaire, K. Kaunda dejó pacíficamente el gobierno.”
No he vuelto a ver a Kaunda, pero sé muy bien que en algunas noches diáfanas de su cielo africano sigue haciendo las preguntas que yo no supe responder:
“¿Cuál es nuestro Destino después de todas las fatigas y de todos los errores? ¿Por qué al luchar contra la injusticia nos volvemos injustos? ¿Por qué hay pobreza y desigualdad si todos nacemos y morimos entre rugido y rugido? ¿Somos una rama que se quiebra, somos el lamento del viento, somos el río que baja hacia el mar?… ¿O somos, tal vez, el sueño de la rama, del viento y del río que baja hacia el mar?”