Como del otro lado del espejo

Se entregó solitario a su complejo

Destino de inventor de pesadillas.

Quizá, del otro lado de la muerte,

Siga erigiendo solitario y fuerte

Espléndidas y atroces pesadillas.

Edgard Allan Poe, de J. L. Borges.

Siempre creí que las fantasías de los autores de ciencia-ficción respondían a conceptos embrionarios que estando en el ambiente de un momento histórico tocaban por igual a filósofos, estudiosos y artistas. Muchas anticipaciones luego confirmadas por el avance tecnológico, tenían más relación con el desarrollo de aquellas ideas primitivas que con reales visiones del futuro. Verne había calculado con bastante aproximación el punto de partida del primer viaje a la Luna, y también imaginó al Nautilus impulsado por un tipo de energía que tiempo después pudo ser controlada. Otro tanto podía decirse de Bulwer Lytton respecto a la electricidad, y de varios autores que sorprendían por sus aciertos. Seguramente, muchos escritores de hoy serían confirmados más adelante cuando los antigravitacionales, los transportes sobre la base de rayos lumínicos y los androides fueran realidades prácticas. Pensaba que tratar de comprender esas percepciones sobre la base de poderes precognitivos, era tan ridículo como atribuir el invento simultáneo del piano a las capacidades telepáticas de Christófori y varios de sus contemporáneos, que trabajaban en el desarrollo del clave en 1718. La coincidencia en el descubrimiento de Neptuno por el cálculo de Le Verrier y por la observación telescópica de Galle en 1846, me hacía reflexionar sobre el esfuerzo que muchos matemáticos y astrónomos realizaban en la misma dirección, impulsados por fundadas sospechas sobre la existencia del planeta y no por ocultas compulsiones. También consideré que si se hiciera un listado con los aciertos y errores de los escritores de anticipación, los segundos sacarían una gran ventaja a los primeros. Por otra parte, sería extraordinario que entre tantos miles de libros y de páginas no ocurriera una sola aproximación a hechos que pronosticaron los autores; que entre tantos sueños, todos fracasaran. Ocurría con esto, como con tantas cosas de nuestras vidas azarosas, que sólo teníamos en cuenta los aciertos y aún en el pesimismo encontrábamos éxito cuando, entre tantos acontecimientos, lográbamos la cuota de desastre esperado.

Esa era mi forma de ver el mundo, apoyada por el cálculo de probabilidades, cuando saltaba sobre el tapete alguna superchería. Esa fue mi posición cuando se quiso hacer de Poe una suerte de brujo de la literatura. Muchos de sus lectores eran personas impresionables que tomaban sus magnetizados; sus ominosos cuervos; sus verdosas y mortecinas atmósferas, como cosas que ocurrían realmente. Frecuentemente escuché historias sobre sus facultades de vidente; sobre sus anuncios de naufragios que luego se cumplieron; sobre ataúdes que al ser abiertos mostraron las huellas de una asfixia desesperada, tal como él había anticipado. Y esos cuentos tuvieron la cualidad de provocarme una especial aversión.