Oh, Newton, Newton,
¿qué hubieras soñado si te hubieras comido la manzana?
Querido Michel:
En pocos minutos abandono la villa olímpica de Oslo. Quiero que me recuerdes como un buen amigo aún cuando te haya chocado, según confesaste una vez, esa “monstruosidad” que siempre observaste en mi conducta. Pongo en tus manos estos recuerdos en fragmentos porque en ellos podrás encontrar algunas explicaciones de las muchas que te debo. Además, lo hago como reconocimiento por el tiempo que tuviste que aguantar a este discípulo incomprensible y anormal.
¡Hoy brindo por ti que acabas de producir al gimnasta más grande de todos los tiempos! En el futuro, cuando compruebes que tus muchachos no logran superar mis marcas, procura no mortificarlos; ni ellos ni otros muchachos en el mundo podrán hacerlo ya que las probabilidades están en contra de ese intento. ¡Au revoir!
El absurdo de la gravitación universal
Estaba, como siempre, la ley de Gravedad. Yo sabía que alguna vez, aunque fuera una sola, esa formulita de caída de los cuerpos en el primer segundo, G = 9m 7800, no resultaría. Entre las leyes de caída, me interesaban las referentes al espacio y a la velocidad. La primera decía que “los espacios recorridos son proporcionales a los cuadrados de los tiempos que se tarda en recorrerlos”. Y la segunda: “La velocidad adquirida es proporcional al tiempo transcurrido en el descenso”. Por eso, desde el escolar que trabajaba con los planos inclinados y las máquinas de Atwood hasta el físico nuclear de hoy, he pasado un tiempo pesquisando esa absurdidad científica. Estaban los globos aerostáticos, los aviones y los cohetes que salían de la Tierra; estaba la rejilla voladora de Minkovsky que se elevaba por impulso iónico; estaban los superconductores y los campos electromagnéticos opuestos, como promesa del anti-gravitacional. Pero yo seguía en la máquina voladora de Leonardo y en el primer aparato de los Wright, una línea que arrancando en los sueños nocturnos terminaba en los libros de cuentos. Así, me resultó sencillo interpretar al Principito de Saint Exupery y al Juan Salvador Gaviota de Bach como las producciones de dos individuos que tenían el mismo oficio de aviadores en su vida extra literaria y que estaban obsesionados por liberarse de G = 9m 7800.
También cayeron en mis manos las Propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino. El autor proponía la “levedad” como recomendación para los escritores del futuro. Citaba a Cyrano y a Swift; el uno volando a la luna, el otro sosteniendo la isla de Laputa mediante un imán. Mencionaba a Kundera y creía ver en La insoportable levedad del ser la ineluctable pesadez del vivir. Finalmente decía: “…es cierto que el software no podría ejercitar los poderes de su levedad sin la pesadez del hardware, pero el software es el que manda, el que actúa sobre el mundo exterior y sobre las máquinas”. Sin embargo, esta verdad llevada a sus últimas consecuencias lo hubiera movido a catalogar como “desnaturalizado” el trabajo sobre el cuerpo humano considerado como simple hardware de un software inteligente. Calvino, como todo intelectual, no podía saber en la práctica qué es el propio cuerpo y no hubiera comprendido que gracias al trabajo sobre él, hubiera logrado la liviandad que buscaba.