– Yo soy también aquello que se fue, no sólo «yo» por un lado y el mundo actual por el otro. Cuando muero, muere parte del mundo que se fue, «cuando muere una generación muere un mundo», (esto no es una figura poética), que se representaba a través de esas personas.
El mundo que se fue no ha muerto para aquellos cuya conducta está anclada en aquel mundo.
– Los datos básicos de memoria están muy arraigados, y a medida que se envejece, el recuerdo tiñe todo y, la memoria tiene lagunas de lo reciente o inmediato. Mas abierto está el hombre a su memoria, cuanto más cerrado esté a la percepción externa e interna. Esto se observa en los fenómenos seniles. En este caso, van disminuyendo la percepción externa e interna. También la emotividad se va muriendo y adaptando ese cambio a la memoria y desconexión del mundo. Todo el cuerpo se va preparando a ese despegue.
Pero puede que no sea tan grave como parece a la mirada de un más joven, que proyecta su situación en el anciano. Los jovenzuelos tienen una afectividad un tanto trágica. Están llenos de avidez, de chisporroteos, los ancianos no sienten su situación como una tragedia. Los viejos sufren menos este tipo de cosas, no son iguales esos años fechables, son tiempos vivenciales distintos y coexistentes.