(de alienar y éste del lat. alienare: enajenar). Tergiversación del equilibrio de los factores de la actividad individual y social a favor de la cosificación de los valores y en desmedro de otros intangibles sicológicos que hacen al desarrollo del ser humano. La a. es un fenómeno social, pero caracteriza el estado de una personalidad dada. En este sentido adquiere determinado carácter ético y existencial. La a. se manifiesta en diferentes esferas: economía, política, cultura, vida cotidiana. A medida que se desarrolla la civilización, el horizonte de a. se amplía. Paralelamente, el ser humano se comprende a sí mismo y su horizonte de libertad también crece aunque de modo contradictorio. En los siglos VII a V antes de nuestra era en Eurasia y más tarde en África; en los siglos X a XIV en América, el ser humano empieza a experimentar su separación del medio ambiental y luego de su propia sociedad. Comienza a comprenderse a sí mismo como una personalidad y a sentirse como parte de la humanidad. A la vez, este jalón, que puede ser considerado como punto de partida de las libertades individuales, deviene gradualmente como a. creciente del ser humano con respecto al medio natural y socio-cultural; deviene en enajenación de los productos de su actividad vital y en subordinación de la personalidad a fuerzas externas y ajenas.
En la sociedad primitiva el individuo se vinculó estrechamente con la naturaleza, la gen, la tribu, mientras que en la sociedad contemporánea sufre agudamente la enajenación del medio natural y se contrapone al socium. En la ciudad actual se experimenta una soledad progresiva.
En la medida del crecimiento de la producción y del intercambio mercantil, los resultados del trabajo se fueron separando cada vez más del productor mismo; fueron apropiados y utilizados por otros hasta contraponerse a las necesidades vitales de los mismos productores. Así, el capital o propiedad de alguien, se comenzó a oponer a aquellos de quienes derivaba como resultado de su trabajo. Pero a la vez, si en la sociedades primitivas el ser humano era un juguete de las fuerzas de la naturaleza y representaba determinada función del colectivo gentilicio, en la medida en que crecía la división y la productividad del trabajo, el ser humano adquiría mayor independencia, con lo cual aparecía la posibilidad de extenderla sobre la independencia de otras personas. Sin embargo, aquí tuvo lugar un progreso moral. Gradualmente la gente comenzó a comprender la necesidad de restringir, estableciendo normas universales, las manifestaciones de agresividad hacia el medio ambiental y hacia representantes de otras tribus. Si antes los cautivos eran asesinados ahora se les esclaviza y se establecen normas que limitan su explotación. A fin de cuentas se establece la prohibición para la trata de esclavos y la esclavitud, y se amplía la esfera del uso del trabajo asalariado. El mismo trabajo, incluyendo al trabajo físico que antes se consideraba como propio de los no ciudadanos y no libres, se promueve como valor, es considerado como una manifestación sana del ser humano o como una manifestación de la dignidad cívica.
En la política, con el desarrollo del Estado y la complicación de la organización de la vida social el individuo es cada vez más aplastado por el socium, ante todo por la autoridad y el poder ajenos sacrificando su propia libertad e interés. Pero a medida que evoluciona la sociedad civil, se amplía la capa de los ciudadanos que participan de diferentes formas en los asuntos sociales y estatales, en la toma de decisiones y en la gestión social, hasta llegar a la propiedad del trabajador (*), de las fuentes y medios de producción. Los marcos inicialmente estrechos de la Democracia se amplían abarcando a la mayoría de la población adulta. Los extranjeros y los apátridas, inicialmente privados de los derechos civiles, cobran ciertos derechos establecidos nacional e internacionalmente.
El desarrollo de la técnica, atestiguando la fuerza y las victorias del ser humano, lo subordinan cada vez más a la máquina, cambiando su ritmo de vida y mecanizando muchas de sus funciones orgánicas. El progreso en la esfera científico-técnica asegura a las personas el dominio de las fuerzas naturales cada vez con mayor amplitud, lo que les da inusitada movilidad en el espacio acelerando el «tempo» social, realizando comunicaciones más variadas, abriendo la salida al cosmos, permitiéndoles crear medios artificiales de habitación que correspondan a sus necesidades. Sin embargo, todos esos logros han generado nuevos peligros, colocando bajo amenaza la existencia de la vida en la Tierra.
El desarrollo de la cultura y sobre todo de la corriente informativa en general, atestigua el progreso intelectual, pero a la vez muestra el crecimiento del control subjetivo sobre la existencia individual, subordinándola a impulsos y pensamientos ajenos. En la esfera de la cultura y del arte el ser humano pasa hacia la creación de un mundo nuevo con propiedades no existentes en la naturaleza. Ha crecido grandemente la diversidad cultural, se ha multiplicado el diálogo de las culturas, pero junto con la ampliación de los marcos humanos de la cultura se revela una tendencia peligrosa hacia la uniformidad, lo que puede llevar al atascamiento de la civilización como sistema cerrado.
La creciente división del trabajo, la ampliación del mercado, el aumento de la tecnología y las comunicaciones se corresponde con la desestructuración general de las antiguas formas institucionales y modos de relación social, evidenciándose cambios también en el comportamiento colectivo y personal que desequilibran la adaptación creciente (*) a las nuevas situaciones. Por una parte, la inercia social de instituciones y formas de relación obsoletas no brindan apoyo para transitar el momento de cambio que se está evidenciando; por otro, las exigencias de progreso no muestran una dirección clara del desarrollo. Esta situación se experimenta como una de las tantas alienaciones que están golpeando a las puertas de la civilización. Estas perturbaciones se expresan en agresividad creciente, neurosis, suicidio, etc. Ocurre la fetichización de los mecanismos sociales y tecnológicos en detrimento de las relaciones interpersonales propiamente humanas y en perjuicio de la perfección espiritual y moral de los seres humanos.
El poder, la cultura, la vida espiritual, se concentran en manos de élites estrechas, como resultado de lo cual los individuos quedan en situación dependiente debido a su separación de los bienes y valores vitales. La personalidad se convierte en objeto de manipulación y explotación, el aislamiento y soledad crecen y cada persona se siente más innecesaria, abandonada y sin fuerzas. Todo esto abre posibilidades a la manipulación de la conciencia y conducta de los pueblos. Se realiza una sucesiva atomización de la sociedad, el hombre resulta perdido e incapaz en este mundo ajeno y hostil.
Todo el problema adquiere un inusitado carácter existencial. Ni el crecimiento del bienestar, ni la socialización de los medios de producción, ni la propiedad privada, ni su distribución igualitaria, ni el desarrollo de la tecnología e información, ni la religión y la cultura, son capaces de detener la ampliación del horizonte de a. Solo una reestructuración de la conciencia personal orientada por nuevos valores, el desarrollo de la autoorganización y autogestión y la humanización de las relaciones sociales, pueden contribuir a la reducción de los marcos de la a. En este sentido, el incentivo de la participación puede contribuir a minimizar la a. social y política, previniendo reacciones extremas por parte de los seres más perdidos y desesperados.
Por primera vez en la historia del ser humano, éste se comprende a sí mismo como agente consciente y activo del cosmos y comienza a actuar del modo correspondiente estableciendo una comunicación inversa con él. El ser humano comienza a superar en su conciencia constantes de la naturaleza que limitan sus posibilidades, tales como la velocidad de la luz, el cero absoluto, la irreversibilidad de la flecha del tiempo físico, etc. Todo esto amplía las capacidades creadoras del ser humano y su libertad, abriendo espacio para la formación de una personalidad armónica en desarrollo.
El N.H. ve en la a. no tanto un problema económico cuanto existencial, vital y moral, por ello plantea como objetivo la disminución del nivel de enajenación como estado peligroso que deforma a la personalidad. La crisis de la civilización contemporánea es engendrada en gran parte por la hipertrofia de alteración y violencia, por un lado, y la búsqueda de los caminos de su superación, por el otro. La humanidad aspira a asegurar el progreso en los nuevos caminos sin la ampliación de la a. El futuro no será privado de elementos de enajenación, pero el ser humano puede actuar de un modo consciente en una dirección determinada sobre el socium y sobre sí mismo, para armonizar factores externos e internos de su vida. En este sentido, el N.H. representa un gran movimiento contra el peligro de la a. creciente.