Varatemón encuentra en su camino un hombre caído. Se detiene ante él y su mente gira perdida en extrañas reflexiones…

En algún momento aquel niño empezó a sudar. Necesitaba conocer para protegerse. Lanzó entonces sus manos a lo desconocido; la piel suave de la noche tocó su piel y el frío lo hizo sudar fríamente.

Rugió con el aliento del temor y le respondió el silencio.

Animales y mundos: la naturaleza. Se derrumbaron sus cuevas. Llovió la maldición porque no conocía las cosechas.

Su estómago era agitado y también su piel… y su corazón.

Reventó la aurora y mientras sonreía tontamente los enemigos olían su cuerpo y olían la alborada. ¿Importa que se haya unido a ellos por terror? ¡Importa que todos los sudores fueron uno!

Y los jóvenes cubrieron sus cuerpos del frío, protegieron sus amores del viento. Fueron ascendiendo a su caída.

M s conocer y más celos. Cuanto más conocían más sufrían.

Viejos murieron. Otros jóvenes ganaron aquella vejez, aquella desesperación.

Inventaron el alma porque la naturaleza ¡era! mala…no era buena, ni era mundo, ni era hombre. La naturaleza fue sólo eso: mundo y hombre, muerte, vida…

Se ve entonces el cénit de la historia, el progreso, la progresión vertiginosa hacia el ocaso.

Ve al hombre luchando con su sombra. Ve sus ojos, son opacos. Ese hombre puso su fe en el cielo y su cielo lo mató.

Cambió la dimensión y sus deidades se transformaron en aves tronadoras. Alzó nuevamente sus brazos esperando trémulo. La frente comenzó a iluminarse, sus labios balbuceaban y como un anciano feliz lloró emocionado… Del cielo llovió la masacre. Se disolvió su cuerpo; las ciudades quedaron deshechas; sus hijos blancos calcinados.

Luego corrió con las manos desnudas a tocar la libertad y se estrelló contra la tierra negra. Abrazado a ella la besó dejando escurrir entre sus dedos granos de historia… Entonces su tristeza le dio un regocijo extraño y nuevo.

Cuando comprendió ese estado alzó los ojos y se le apareció una forma, sus manos sucias sacudieron l grimas abandonando barro en aquellos lagos turbios…

–¡Déme su mano, ayude…!– clama el individuo que estaba arrastrado.

Varatemón se siente ante un niño y sin saber por qué, se convulsiona y al pequeño lamento lo arroja a una tumba, lo cubre y en la tierra suelta que se agita siente desesperación…

La imagen cambia. Tiene nuevamente ante sí al casi paralítico (tal vez borracho) que encontró hace un momento. Se acerca a él:

–¡Arriba!

–¡Ah!…gracias. Tropecé y en el estado en que me encuentro…– mientras busca bajo el pantalón unas vendas sucias–. Por un momento creí que iba a pisarme o que iba a alejarse como vino… sin decir palabra.

Varatemón entrecierra los párpados. Por fin sonríe severamente y luego pregunta:

–¿Adónde vamos?–

El individuo señala unas cuadras adelante.

Se mueven; uno arrastrando su pierna y Varatemón arrastrando un hombre. Caminan así algún tiempo. Luego doblan por una calle retorcida profusamente iluminada. Por una calle de pueblo, entre gente de pueblo se acercan a una casucha baja, enrejadas sus ventanas; sin importancia.

Adentro las pupilas de Varatemón se dilatan por la obscuridad. Sus órganos más sensibles reciben un fuerte choque… Entonces en forma inexplicable suelta un paso vacilante hacia atrás, trastabillea y dando una mala media vuelta se distancia dejando estirada hacia él una mano amistosa de mujer. Un hilo brillante y fino, sólido, lo une a la mano.

El recuerdo le da potencia para hacer trizas la pesada emoción. Luego barbota: «¡Sucio borracho! y cómo la tiene con él. Hace tantos años y siempre huyendo ¡ambos! en direcciones distintas, ni siquiera opuestas. No me ha reconocido. Pasamos cerca del mar y en sus crestas días, horas, instantes… ¡instantes! Vimos el amanecer y el crepúsculo distintos, para los dos distintos…».

La voz del borracho lo atrae nuevamente:

–Ella es amiga, la única–.

Varatemón observa a la mujer lentamente y espeta luego con violencia:

–¡Su amigo estaba en el barro, arrastrado! La mujer se impresiona y él arremete: «Debe por lo que se ve, cuidarlo mucho»–.

Una sonrisa asqueada le rebota. El hombre sobre una cama respira agitado. La mujer se acerca a éste:

–¿Quieres de nuevo, eh? Gracias al señor puedes beber más rápido.– Y dirigiéndose a los ojos de Varatemón comenta– tuvo un accidente con un camión ayer tarde.

–¿No fue suficiente, verdad?– arguye maliciosamente Varatemón.

–¿Qué quiere decir?–

–¿Ha llamado algún médico?–

Ella responde evidentemente excitada:

–El no quiso… ¡Usted no me resulta simpático!–

–Trato de colaborar– afirma él apoyando con cualquier gesto.

El hombre acostado pide y ella en la semipenumbra deposita sobre sus manos un vaso lleno de algo, algo fuerte.

…Y Varatemón se encuentra imprimiendo caracteres extraños a la arena de la playa. Es un compás clavado a punto de medir distancias.

Estrella la mirada, tiende su línea, su visión sobre el mar y la arena, la tierra arena.