El problema del fuego se aniquila. La velocidad crece…

Las moles brillantes silban y se confunden con el día. Algunas cruzan en el horizonte, varias giran sobre la ciudad, cientos de ellas buscan; llevan.

Barras de materiales poderosos perforan y las profundidades sueltan sus recursos. Las fuerzas del volcán y del sol son encauzadas.

En las alturas las nubes pueden ser disipadas o acumuladas sus masas para mojar las verdes y verdes extensiones.

Bajo las aguas del mar hay como venas por donde incontables vehículos se mueven lejos en contados tiempos. Y esas mismas aguas se parten cuando las queman los navíos.

Las moles voladoras van tocando otras tierras fuera del espacio de la Tierra, y se levantan pueblos progresivamente y la técnica y ciencia de los pueblos levantan al Hombre.

Az vuelve a la realidad. Con inquieta meticulosidad busca en el cielo… sus ojos y el vacío, el tremendo vacío y sus brillantes ojos como estrellas. Las estrellas muy quietas vibrando en resonancia con algo que parece el infinito.

Bajo la plataforma de la azotea gigante, a los pies del rascacielos se mueven las luces. Y como una flecha disparada entre los hombres y algo… el temor y la angustia.

Cerca de Az una baja, tímida voz de mujer. La sumisión de la mujer frente a la gloria, palpitante, cálida gloria del poder.

En ese corto instante siente otros años y en ellos la bóveda de hojas verdes, el agua y la sombra de muchas calles en las tardes silenciosas. Su infelicidad lo lleva más adentro y más lejos; las m quinas martillan, las campanas de otra época se mezclan con el repiqueteo del futuro.

…Pero ahora sólo queda la mano de Az y sus dedos separados tratan de apretar la ciencia y la mujer. Su piel crispada por la emoción. El resto náusea.

El humo y el vapor de la noche fría traen la realidad sin por-venir.

M quinas, hermosas conquistas humanas y mujer desaparecen.