A veces por prejuicios. Por ejemplo, desde niños se nos explica que vivir es casi lo mismo que sufrir; que todo lo que se logra es en base a sufrimiento; que el sufrimiento da sabiduría, etc. Hay otros que afirman que al primer paso que uno da, se encuentra con inconvenientes. Pero, es claro, nosotros nos confundimos los inconvenientes que pueden ser reducidos a su real pequeñez (y que a veces dan a la vida un interesante sabor), con el sufrimiento como sensación que acompaña a la contradicción profunda. Tampoco confundimos el dolor físico con el sufrimiento mental, según hemos visto en alguna otra oportunidad. Por lo demás, hay muchas personas que desean conservar el sufrimiento. Este hecho es aparentemente imposible, a menos que se lo piense en una perspectiva patológica. Sin embargo, cuántos hay que frente a la posibilidad de cambio positivo en sus vidas, la rechazan porque sienten que al sufrir reciben algún tipo de beneficio de su medio. Pero eso es una trampa de la mente y un circulo vicioso que lleva a la destrucción.
Finalmente, están aquellos que realmente aspiran a la felicidad, pero que no harían el mínimo esfuerzo por lograrla y, por tanto, se les aparece como un ideal deseable pero imposible de realizar. No se trata de malinterpretar estas cosas y suponer que la felicidad se logra de una vez y definitivamente. Sabemos que se puede ir derrotando el sufrimiento, sabemos que se puede ir logrando un estado de satisfacción creciente con uno mismo y sabemos que esto depende del esclarecimiento que vayamos haciendo del real sentido de la vida. No hablemos de imposibles en este campo. Tampoco digamos que esto puede ser válido para una minoría que tiene sus cosas materiales resueltas, porque la experiencia no demuestra eso. Lo que si demuestra la experiencia es que miles de personas se encaminan en esta dirección que proponemos, porque comprueban que estos planteamientos les son beneficiosos en la vida diaria.