estructura – participan varios sentidos.
Cuando en Fenomenología se ponen guiones entre las palabras, o comillas, es porque se trata de una estructura, no se puede sacar ni una palabra.
La conciencia es un «modo de estar en el mundo», no hay conciencia en sí. Es el estar expectante, el estar atento. No hay conciencia sino «estando». No puede darse sino en el mundo. Por ejemplo, la apercepción es un estar aperceptivo. No hay conciencia sino de algo. La conciencia está comprometida con la sensación, con la imagen, etc., incluso el «sin querer» es un modo de estar, comprometido con el «sin querer». La conciencia no puede sino darse en estructura. Cuando estoy imaginando un objeto, la conciencia es un compromiso que se aferra a lo que estoy imaginando, no es algo neutro.
Los sicólogos han dicho que la imagen es pasiva y que es una síntesis pasiva de una sumatoria de agregados (visión atomística). Nosotros decimos que es una estructuración activa, una síntesis por su forma de trabajo. Son concepciones distintas del ser humano. Una antropología del ser humano distinta, que tiene consecuencias muy distintas. Hasta la educación cobra un sentido muy distinto: la pasividad de la imagen posibilita «inculcarle» a los niños cosas, comportamientos; de esa concepción deriva toda una pedagogía, una técnica publicitaria, etc., donde se manipula a la gente. Tienen éxito hasta que la gente se caga en lo establecido y empieza a discutirse todo.
El momento en que uno vive es muy sugestivo, muy hipnótico. En el momento de la Edad Media, por ejemplo, se pensaba que no había salida, que no había forma de transformar las cosas.
La descripción que hace Sartre o Kolnai no es mala pero es insuficiente porque no tiene en cuenta la historicidad de la representación («reconocimiento» de lo peligroso). Para que lo peligroso actúe, primero tengo que reconocerlo como tal (experiencias anteriores, historicidad de la conciencia). En segundo lugar, cuando se pone en marcha una representación de los registros cenestésicos y llega a ocupar el lugar central del espacio de representación, el peligro está en mí. Uno escapa de sí mismo, de esa imagen que está adentro, de ese registro como el culo que se tiene del propio cuerpo. Uno se escapa de él, o se desmaya; deja al cuerpo y se va. Y si decide quedarse, la lucha es consigo mismo, con sus registros, a los que tiene que sobreponerse (porque no escapa del peligro ya que no hay real peligro, pues están los barrotes). Lo mismo sirve para el ejemplo del vómito; se vomitan los contenidos (el deshollinador de la catarsis). Al modificarse el emplazamiento de la imagen, se modifica la conducta.
El acto reflejo de sacar la mano del fuego es otra cosa. Ni siquiera se pasa por el sistema nervioso central, es un acto de la médula.
La magia actúa en el mundo sicológico. Lo ritual no sirve en el mundo objetal, pero produce encantamiento en el otro. El que llora, el que se desmaya, produce encantamiento en los demás. El sistema de alucinación del loco contamina al conjunto, tiene poder ritual, toma la conciencia de la gente.
Las cegueras, las sorderas, las parálisis, etc…, pueden producirse por la imagen, también la ruptura de un músculo como es el caso del infarto.
En el caso de los niños se está en presencia de imágenes hipnogógicas. La noción de interioridad y exterioridad no es clara. En el adulto se reconocen los límites. El párpado es clave en esta distinción.
La conciencia es imagen, capacidad de transformación, protensión.
Los registros cenestésicos amplificados, hipocondríacos: las imágenes se visualizan adentro, no generan líneas trazadoras de la acción, se produce un ensimismamiento de la acción motriz y no salen, por ejemplo, los proyectos estructurales. No se emplaza correctamente la imagen. Para montar estructuras se tiene que lanzar la imagen desde adentro hacia afuera, tal como se siente la pierna para poder caminar. En esos casos, el acompañamiento es clave. Es como cuando otro te toca el timbre de la casa; hace de imagen trazadora.
Para Einstein el espacio existe en función de la velocidad del tiempo. Sus variaciones están en función del tiempo que tarda algo en desplazarse.
No hay espacio de representación en sí, a secas, es un especie de «doble» del cuerpo, que es la sumatoria de todas las representaciones y percepciones del intracuerpo. ¿Cómo son? Como es el cuerpo, volumétrico, con distintos niveles y profundidades. Coincide con los límites del cuerpo.
Cuando hablamos de espacio de representación, no hablamos de un continente y de contenidos. Me represento el teclado afuera y lo «miro» aproximadamente desde donde tengo los ojos. Lo meto dentro de la cabeza. ¿Desde dónde lo miro? Desde más atrás. He cambiado de lugar; ahora el teclado está donde antes estaba el ojo que mira. Esto muestra la externalidad de la mirada. Por mirada entendemos punto de observación.
El teclado ocupa el lugar central, lo miro desde otro punto, un punto externo al lugar central, la mirada es descentrada.
Extremando el caso, puedo observar la mirada (si no, no podría decir que la mirada se emplaza en distintos puntos). Miras a la mirada, hay un punto de vista. Si mirada y paisaje estuvieran confundidos, no veríamos nada. Esta perspectiva refuerza la idea de que hay espacialidad. Ilusión o no ilusión, lo veo desde algún punto. Ese punto se ha confundido con el yo. Es el foco atencional, el ejemplo de la linterna.
El Ser, o lo que tienen en común todas las cosas. El ente se refiere a lo particular, pero cada particular tiene que participar de lo general. El Hombre en cuanto tal no existe, pero Roberto (ente) es un hombre en tanto tiene las características generales. Todos los entes serán muy diferentes entre sí, pero son, tienen ser.
La unión entre los seres humanos no se da sino por la percepción y la representación. El ejemplo «social» de la Meca, en el que millones de personas peregrinan a un mismo punto en un mismo momento, se trata de un fenómeno individual (islas), de búsqueda de salvación individual. Las religiones tienen eso, mueven masas humanas por un fenómeno individual. «Perdóname a mí, Dios mío», dicen; y no «perdónate a ti, Dios tuyo».
La naturaleza es discriminadora, es la caída al estado zoológico, a lo natural. Muy instintiva, tira para abajo, no tiene intención. La ley de gravedad, la enfermedad. La intención humana tiende a la transformación de la naturaleza y la de su propio cuerpo, que es muy insuficiente, sometido a leyes. Hay que mejorar al cuerpo. El hombre construye su cosa, su sociedad, pero no su cuerpo. Sobre ésto hay que trabajar.
En la relación con los demás, es la exterioridad y funcionalidad del otro lo que primero percibimos. Si el otro es un elemento placentero para mí, útil, etc… Luego aparece la interioridad, vamos de afuera hacia adentro. La comunicación, el registro interno del otro, es la representación que tengo de la interioridad del otro. Es importante para mí el otro. Pero no puedo decir que siento al otro desde el otro. No es desde él, es desde mí. «Trata a los demás como quieres que te traten», pues en verdad no sé cómo el otro quiere que lo traten. Pero es un bandolerismo decir: «Sé como te sientes, por lo tanto puedo decirte qué te conviene hacer». Kant dice que hay que «tratar al otro como el otro quiere que lo traten», al revés de lo que decimos nosotros. Con el dar ocurre lo mismo que describíamos. Lo importante es que produce registro de unidad en quien da.
Reconozco en el otro una intencionalidad y un campo de libertad que me pone límites. Como el otro actúa igual, no hay problema.
No somos «mónadas» como decía Leibnitz, incomunicados «sin puertas ni ventanas». Estamos comunicados, influimos y nos influyen. Desde este punto de vista vas haciendo cosas y no es indiferente para tu evolución lo que haces.