El niño está lanzado a un mundo que él no ha contribuido a formar. El mundo donde vive es el de lo formal, pues lo propio del espíritu que se atiene a lo formal es considerar los valores como cosas definitivas.
El niño, víctima del espejismo del para otro, cree en el ser de sus padres. El también cree ser y cree en la existencia de un bien o un mal como cosas definitivas y plenas.
Normalmente, el niño escapa a la angustia de la libertad. El niño formal es una caricatura de hombre.
El esclavo vive también en un mundo formal porque no se ha elevado a la conciencia de su esclavitud. Es el niño grande.
Desde que una liberación surge como posible, no explotar esa posibilidad es llevar a cabo una disminución de la libertad, disminución que implica la mala fe y que a su vez es una falta positiva.
La adolescencia derriba el mundo de lo formal.
Se descubre el carácter humano de lo que a uno le rodea y debe elegirse, ya que las «cosas» no se imponen naturalmente ni definitivamente.
La elección se opera instante tras instante a lo largo de toda la vida, que se realiza sin razón, previa a toda razón. La libertad solo se halla presente bajo la figura de la contingencia.
Incumbe a cada cual, hacerse carencia de determinados aspectos del ser. Lo que se denomina vitalidad, sensibilidad e inteligencia no son cualidades determinadas sino una manera de lanzarse sobre el mundo y develar el ser.
Es a partir de las posibilidades fisiológicas que uno surge al mundo, pero el cuerpo no es un hecho bruto, porque expresa nuestra relación con el mundo y no determina ninguna conducta.
Existir es hacerse carencia de ser, es arrojarse en el mundo. Aquellos que tratan de impedir ese movimiento original son los sub hombres. El sub hombre rehusa esa pasión que es su condición de hombre. Mantiene su presencia en el plano de facticidad desnuda. Pero la repulsa es una manera de vivir y en eso reside su fracaso. El sub hombre se realiza en el mundo fácticamente, formalmente como fuerza natural, como fuerza bruta.
La moral es el triunfo de la libertad sobre la facticidad.
El hombre formal se considera lo inesencial frente a lo esencial de la cosa o de la causa.
Existe lo formal en el momento en que la libertad se niega en provecho de fines que se pretenden absolutos.
El hombre formal no vacila en imponer credos, es decir, un movimiento interior por medio de violencias exteriores.
Lo formal es una de las maneras de tratar de realizar la síntesis imposible del en sí y el para sí.
Para que surja el Universo de los valores revolucionarios es necesario que un movimiento subjetivo los cree en la revolución y en la esperanza.
Si en el marxismo el sentido de la acción es definido por las voluntades humanas, estas voluntades no aparecen como libres, son el reflejo de condiciones objetivas por las cuales se define la situación de la clase del pueblo considerado. La subjetividad se reabsorve en la objetividad del mundo dado, todos los actos son resultantes de acciones exteriores. Aquí debemos aclarar: el sentido de la situación no se impone a la conciencia de un sujeto pasivo, que solo emerge por medio del develamiento que opera en su proyecto un sujeto libre. Para adherir al marxismo es necesario apelar a una fuente extraña a él. La palabra «tradición» entre otras, no tiene valor en boca de un marxista.
El marxismo vitupera en nombre de un moralismo superior de la historia. Sabemos que ni el desprecio ni la estimación tendrían significado alguno si se contemplasen los actos de un hombre como pura resultante mecánica. Para admirarse o indignarse es preciso que los hombres tengan conciencia de la libertad de los otros y de su propia libertad. Tanto a los ojos del marxista como del cristiano obrar libremente es renunciar a justificar sus actos.
Como los marxistas se encuentran obligados a ratificar la creencia del hombre en su libertad, procuran conciliar esta con el determinismo. Para ellos admitir la posibilidad ontológica de una elección, ya es traicionar la causa.
Es contradictorio rechazar el momento de la elección, que es precisamente, el instante del pasaje del espíritu a la naturaleza, el instante de la realización concreta del hombre y de la moralidad.
Lo propio de toda moralidad es considerar la vida humana como una parte que se puede ganar o perder, e instruir al hombre respecto al modo de ganarla.
Me pongo frente al otro como presencia.
Para evitar la angustia de la elección permanente puede intentarse huir a través del objeto mismo.
La fuga, antes que nada es fuga moral: elección definitiva (como intención) de la no libertad.
La angustia del elegir continuamente trata de ser trabada por el fugado.
La fuga aparece como no compromiso con el mundo utensilio o también como dependencia del mundo utensilio. Solo el enfrentamiento y la asunción del mundo utensilio, salvan al fugado. El instante del transito del espíritu a la naturaleza: el instante moral.
El nihilismo es lo formal menoscabado retornado sobre sí mismo. El nihilista se quiere como nada. Y la presencia de ese mundo que los otros develan debe ser nihilizada.
El error del nihilismo reside en que define al hombre no como la existencia positiva de una carencia, sino como una carencia puesta en el corazón de la existencia, cuando en verdad la existencia no es en sí carencia. Sin embargo el nihilista sabe que vive y en eso reside su fracaso: rehusa su existencia sin lograr abolirla.
El fin absoluto y universal, es la libertad misma.
El apasionado se hace carencia de ser no para tener ser sino para ser; y permanece lejos y nunca se siente colmado.
Un hombre que busque el ser lejos de los hombres, lo busca contra ellos, y al mismo tiempo, se pierde el mismo.
Me pongo frente al otro como presencia. Si verdaderamente yo fuese todo, no habría nada junto a mí, el mundo estaría vacío, no habría nada que poseer y yo mismo no sería nada. Al sustraérseme el mundo, el otro también me lo da, puesto que una cosa solo me es dada desde el movimiento que la arranca de mí.
Querer que el otro tenga ser es querer que existan hombres por quienes y para quienes el mundo está dotado de significaciones humanas; el mundo no puede revelarse más que sobre un fondo de mundo revelado por los otros hombres; no se define ningún proyecto más que por su interferencia con otros proyectos; hacer que «tenga ser» es ponerse en comunicación a través del ser con otro. Esto nos sirve para los hombres que nos han precedido y los que nos sucederán. Solo la libertad de otro nos impide a cada uno de nosotros fijarse en la absurdidad de la facticidad. Si todo proyecto emana de la subjetividad, sin embargo la sobrepasa.
Existe también la actitud estética. Todo hombre tiene algo que ver con los otros hombres. El mundo con el cual se compromete es un mundo humano, en donde cada objeto se haya penetrado de significaciones humanas. El esteticista dice: ninguna solución es mejor o peor que otra. Es una pura mirada, un espectador fuera de la historia.
Siente también la conciencia del fracaso. El presente se le aparece como un futuro pasado. En cuanto se permite que el pasado quede en pura facticidad salta la conciencia del fracaso.
De este modo, los hombres formales; los marxistas, los nihilistas, los cristianos y los esteticistas «son distintas expresiones de la fuga moral».
La diferencia de conductas es una diferencia ritual, cómo significación profunda está la fuga moral.