Agradezco a la comunidad Emanu-El y al rabino Sergio Bergman la oportunidad que me brindan de exponer hoy aquí. Agradezco la presencia de los miembros de la comunidad, de los expositores del presente ciclo y, en general, de los amigos del humanismo.

El título de la presente disertación afirma la existencia de un humanismo universal pero esta afirmación, desde luego, debe ser probada. Para ello habrá que considerar qué se entiende por «humanismo», dado que no hay acuerdo general sobre el significado de esta palabra y, por otra parte, será necesario discutir si es que el «humanismo» es propio de un punto, de una cultura, o si pertenece a las raíces y al patrimonio de toda la humanidad. Será conveniente, para comenzar, explicitar nuestros intereses respecto a estos temas ya que de no hacerlo podría pensarse que estamos motivados simplemente por la curiosidad histórica o por cualquier tipo de trivialidad cultural. El humanismo tiene para nosotros el cautivante mérito de ser no solo historia sino también proyecto de un mundo futuro y herramienta de acción actual. Nos interesa un humanismo que contribuya al mejoramiento de la vida, que haga frente a la discriminación, al fanatismo, a la explotación y a la violencia. En un mundo que se globaliza velozmente y que muestra los síntomas del choque entre culturas, etnias y regiones debe existir un humanismo universalista, plural y convergente. En un mundo en el que se desestructuran los países, las instituciones y las relaciones humanas, debe existir un humanismo capaz de impulsar la recomposición de las fuerzas sociales. En un mundo en el que se perdió el sentido y la dirección en la vida, debe existir un humanismo apto para crear una nueva atmósfera de reflexión en la que no se opongan ya de modo irreductible lo personal a lo social ni lo social a lo personal. Nos interesa un humanismo creativo, no un humanismo repetitivo; un nuevo humanismo que teniendo en cuenta las paradojas de la época aspire a resolverlas. Estos tópicos, en algunos casos de apariencia contradictoria, irán emergiendo con más detalle a lo largo de esta exposición.

Al preguntar: «¿qué entendemos hoy por humanismo?» estamos apuntando al origen y también al estado actual de la cuestión.

Empecemos por lo reconocible históricamente en Occidente, dejando las puertas abiertas a lo sucedido en otras partes del mundo en las que la actitud humanista ya estaba presente antes del acuñamiento de palabras como «humanismo», «humanista» y otras cuantas del género. En lo referente a la actitud que menciono y que es posición común de los humanistas de las distintas culturas, debo destacar las siguientes características: 1.- ubicación del ser humano como valor y preocupación central; 2.- afirmación de la igualdad de todos los seres humanos; 3.- reconocimiento de la diversidad personal y cultural; 4.- tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdad absoluta; 5.- afirmación de la libertad de ideas y creencias y 6.- repudio de la violencia.

Adentrándonos en la cultura europea, particularmente en la de Italia pre renacentista, observamos que el «studia humanitatis» (estudio de las humanidades), estaba referido al conocimiento de las lenguas griega y latina poniendo especial énfasis en los autores «clásicos». Las «humanidades» comprendían a la historia, poesía, retórica, gramática, literatura y filosofía moral. Trataban sobre cuestiones genéricamente humanas, a diferencia de las materias propias de los «juristas», «canonistas», «legistas» y «artistas» que estaban destinadas a una formación específicamente profesional. Desde luego que éstos últimos también contaban en su capacitación con elementos propios de las humanidades, pero sus estudios eran dirigidos hacia aplicaciones prácticas propias de sus respectivos oficios. La diferencia entre «humanistas» y «profesionales» fue ahondándose en la medida en que los primeros enfatizaron en los estudios clásicos y en la investigación de otras culturas, separando del encuadre profesional un interés por lo genéricamente humano y por las cosas humanas. Esa tendencia siguió su desarrollo hasta incursionar en campos muy alejados de lo aceptado en su momento como «humanidades», dando lugar a la gran revolución cultural del Renacimiento.

En realidad la actitud humanista había comenzado a desarrollarse mucho antes y ésto podemos rescatarlo en los temas tratados por los poetas goliardos y por las escuelas de las catedrales francesas del siglo XII. Pero la palabra «umanista», que designó a un cierto tipo de estudioso, recién comenzó a usarse en Italia en 1538. En este punto remito a las observaciones de A. Campana en su artículo «The Origin of the Word ‘Humanist’ «, publicado en 1946. Con lo anterior estoy destacando que los primeros humanistas no se reconocían a sí mismos bajo esa designación que, en cambio, tomará cuerpo mucho más adelante. Y aquí habría que consignar que palabras afines como «humanistische» («humanístico»), de acuerdo a los estudios de Walter Rüegg, comienzan a usarse en 1784 y «humanismus» («humanismo») empieza a difundirse a partir de los trabajos de Niethammer de 1808. Es a mediados del siglo pasado, cuando el término «humanismo» circula en casi todas las lenguas. Estamos hablando, por consiguiente, de designaciones recientes y de interpretaciones de fenómenos que seguramente fueron vividos por sus protagonistas de un modo muy diferente a cómo los consideró la historiología o la historia de la cultura del siglo pasado. Este punto no me parece ocioso y quisiera retomarlo más adelante al considerar los significados que ha tenido hasta hoy el humanismo.

Si se me permite una digresión diré que en el momento actual nos encontramos aún con aquel sustrato histórico y con las diferencias entre los estudios de las humanidades que se imparten en las facultades o institutos de estudios humanísticos y la simple actitud de personas no definidas por su dedicación profesional sino por su emplazamiento respecto de lo humano como preocupación central. Cuando hoy alguien se define como «humanista» no lo hace con referencia a sus estudios de «humanidades» y, parejamente, un estudiante o estudioso de «humanidades» no por ello se considera «humanista». La actitud «humanista» es difusamente comprendida como algo más amplio, casi totalizador, más allá de las especialidades universitarias. En el mundo académico occidental se suele llamar «humanismo» a ese proceso de transformación de la cultura que comenzando en Italia, particularmente en Florencia, entre fines del 1.300 y comienzos del 1.400 concluye en el Renacimiento con su expansión por toda Europa. Esa corriente apareció ligada a las «humanae litterae» (que eran los escritos referidos a las cosas humanas), en contraposición a las «divinae litterae» (que ponían el acento en las cosas divinas). Y este es uno de los motivos por el cual se llama a sus representantes «humanistas». Desde esa interpretación el humanismo es, en su origen, un fenómeno literario con una tendencia clara a retomar los aportes de la cultura greco-latina, asfixiados por la visión cristiana medieval. Debe anotarse que el surgimiento de este fenómeno no se debió simplemente a la modificación endógena de los factores económicos, sociales y políticos de la sociedad occidental sino que ésta, recibió influencias transformadoras de otros ambientes y civilizaciones. El intenso contacto con las culturas judía y musulmana y la ampliación del horizonte geográfico, formaron parte de un contexto que incentivó la preocupación por lo genéricamente humano y por los descubrimientos de las cosas humanas. Creo que Salvatore Puledda acierta al explicar, en sus «Interpretaciones Históricas del Humanismo», que el mundo europeo medieval pre humanista era un ambiente cerrado desde el punto de vista temporal y físico que tendía a negar la importancia del contacto que se daba, de hecho, con otras culturas. La historia, desde el punto de vista medieval, es la historia del pecado y de la redención; el conocimiento de otras civilizaciones no iluminadas por la gracia de Dios no reviste gran interés. El futuro prepara simplemente el Apocalipsis y el juicio de Dios. La Tierra es inmóvil y está en el centro del Universo, siguiendo la concepción tolomeica. Todo está circundado por las estrellas fijas y las esferas planetarias giran animadas por potencias angélicas. Este sistema termina en el empíreo, sede de Dios, motor inmóvil que mueve a todo. La organización social se corresponde con esta visión: una estructura jerárquica y hereditaria diferencia a los nobles de los siervos. En el vértice de la pirámide están el Papa y el Emperador a veces aliados, a veces en pugna por la preeminencia jerárquica. El régimen económico medieval, por lo menos hasta el siglo XI, es un sistema económico cerrado fundado en el consumo del producto en el lugar de producción. La circulación monetaria es escasa. El comercio es difícil y lento. Europa es una potencia continental encerrada porque el mar, como vía de tráfico, está en manos de bizantinos y árabes. Pero los viajes de Marco Polo y su contacto con las culturas y la tecnología del extremo oriente; los centros de enseñanza de España desde donde los maestros judíos, árabes y cristianos irradian conocimiento; la búsqueda de nuevas rutas comerciales que eluda la barrera del conflicto bizantino-musulmán; la formación de una capa mercantil cada día más activa; el crecimiento de una burguesía ciudadana más poderosa y el perfeccionamiento de instituciones políticas más eficientes como los señoríos de Italia, van marcando un cambio profundo en la atmósfera social, y ese cambio permite el desarrollo de la actitud humanista. No debe olvidarse que ese proceso admite numerosos avances y retrocesos hasta que la nueva actitud se hace consciente. Cien años después de Petrarca (1304 – 1374), existe un conocimiento diez veces mayor de los clásicos que a lo largo de todo el período anterior de mil años. Petrarca busca en los antiguos códices tratando de corregir una memoria deformada y con ello inicia una tendencia de reconstrucción del pasado y un nuevo punto de vista del fluir de la historia atascado, a la sazón, por el inmovilismo de la época. Otro de los primeros humanistas, Manetti, en su obra «De Dignitate et Excellentia Hominis» (la dignidad y excelencia de los hombres), reivindica al ser humano contra el «Contemptu Mundi», el desprecio del mundo, predicado por el monje Lotario (posteriormente Papa, conocido como Inocencio III). A partir de allí, Lorenzo Valla en su «De Voluptate» (el placer), ataca el concepto ético del dolor, vigente en la sociedad de su tiempo. Y así, mientras ocurre el cambio económico y se modifican las estructuras sociales los humanistas conscientizan ese proceso generando una cascada de producciones en la que se perfila esa corriente que sobrepasa el ámbito de lo cultural y termina poniendo en cuestión las estructuras del poder en manos de la Iglesia y el monarca.

Numerosos especialistas han destacado que ya en el humanismo pre renacentista aparece una nueva imagen del ser humano y de la personalidad humana. A ésta se la construye y se la expresa por medio de la acción y es en ese sentido que se da especial importancia a la voluntad sobre la inteligencia especulativa. Por otra parte, emerge una nueva actitud frente a la naturaleza. Esta ya no es una simple creación de Dios y un valle de lágrimas para los mortales, sino el ambiente del ser humano y, en algunos casos, la sede y el cuerpo de Dios. Por último, ese nuevo emplazamiento frente al universo físico fortalece el estudio de los distintos aspectos del mundo material, tendiente a explicarlo como un conjunto de fuerzas inmanentes que no requieren para su comprensión de conceptos teológicos. Esto muestra ya una clara orientación hacia la experimentación y una tendencia al dominio de las leyes naturales. El mundo es ahora el reino del hombre y éste debe dominarlo mediante el conocimiento de las ciencias.

Por la orientación comentada, los estudiosos del siglo XIX encuadraron no solamente a numerosas personalidades literarias del Renacimiento como «humanistas» sino que al lado de Nicolás de Cusa, Rodolfo Agrícola, Juan Reuchlin, Erasmo, Tomás Moro, Jacques Lefevre, Charles Bouillé, Juan Vives, colocaron también a Galileo y a Leonardo.

Es sabido que muchos temas implantados por los humanistas siguen adelante y terminan inspirando a los enciclopedistas y a los revolucionarios del siglo XVIII. Pero luego de las revoluciones americana y francesa, comienza esa declinación en la que la actitud humanista se sumerge. Ya el idealismo crítico, el idealismo absoluto y el romanticismo, inspiradores a su vez de filosofías políticas absolutistas, han dejado atrás al ser humano como valor central para convertirlo en epifenómeno de otras potencias. Esa cosificación, ese «ello» en lugar de un «tú», como destacara agudamente Martín Buber, se instalan a nivel planetario. Pero las tragedias de las dos guerras mundiales, conmueve de raíz a las sociedades y resurge frente al absurdo la pregunta por el significado del ser humano. Esto se hace presente en las llamadas «filosofías de la existencia». Sobre la situación contemporánea del humanismo volveré al fin de esta exposición. Por ahora quisiera destacar algunos aspectos fundamentales del humanismo entre los que encontramos su actitud antidiscriminatoria y su tendencia a la universalidad. El tema de la mutua tolerancia y de la posterior convergencia es muy caro al humanismo y, por ello, quisiera traer nuevamente ante ustedes lo explicado por el Dr. Bauer en su conferencia del 3 de Noviembre. El dijo: «… en la sociedad feudal musulmana, particularmente en España, la situación de los judíos fue muy diferente. De su marginación social ni siquiera se puede hablar, como tampoco de la de los cristianos. Y solo excepcionalmente podían surgir tendencias que hoy llamaríamos «fundamentalistas». La religión dominante no se identificaba con el orden social en la misma medida en que ocurría en la Europa cristiana. Ni siquiera cabe el término de «división ideológica» aquí, por más que existieran, paralelamente y con tolerancia mutua, diferentes cultos. A las escuelas y universidades oficiales iban todos juntos, cosa inconcebible en la sociedad medieval cristiana. El gran Maimónides era en su juventud discípulo y amigo de Ibn Roshd (Averroes). Y si más tarde los judíos y el propio Maimónides sufrieron presiones y persecuciones por parte de los fanáticos de origen africano que se habían apoderado del poder en El-Andalús, el filósofo árabe que para ellos era hereje, tampoco se salvó de las mismas. En tal atmósfera sí podía surgir un amplio y profundo humanismo, tanto por parte de los musulmanes como de los judíos… En Italia, la situación era parecida, no solo bajo el breve imperio del Islamásobre Sicilia, sino igualmente después e incluso durante mucho tiempo bajo el dominio directo del Papado. Un monarca, de origen alemán, el emperador Federico II de Hohenstaufen, residente en Sicilia y poeta él mismo, tuvo la audacia de proclamar para su régimen una raíz ideológica tripartita: cristiana, judía y musulmana, e incluso a través de ésta última, la continuidad con la filosofía clásica griega.» Hasta aquí la cita.

En lo que hace al humanismo en las culturas judía y árabe no hay mayores dificultades en rastrearlo, solamente quisiera traer aquí algunas observaciones del académico ruso Artur Sagadeev en la conferencia que sobre «El humanismo en el pensamiento clásico musulmán» diera en Moscú en agosto del año en curso. El destacó que «…el porcentaje de ciudades con una población mayor a cien mil habitantes cada una en Mesopotamia y Egipto en los siglos VIII y IX, superó al de las ciudades de los países de Europa occidental del siglo XIX, tales como Países Bajos, Inglaterra, país de Gales o Francia. Según los cálculos mas cuidadosos, Bagdad en aquel tiempo contaba con 400.000 habitantes y la población de ciudades como Córdoba y Alejandría, comprendía entre cien mil y doscientos mil habitantes cada una. La concentración en las ciudades de grandes recursos, provenientes del comercio y de los impuestos, determinó el surgimiento de una capa bastante numerosa de la intelectualidad medieval, lo que a su vez agilizó la vida espiritual, la prosperidad de la ciencia, de la literatura y del arte. Hay que señalar que el mundo musulmán medieval no conoció una división en cultura urbana y cultura opuesta a los habitantes de las ciudades en lo que hace a sus orientaciones de valor, tales como las que representaron en Europa los habitantes de monasterios y los de castillos-ciudades. Los portadores de la educación teológica y los grupos sociales, análogos a los feudales en Europa, en el mundo musulmán vivían en las ciudades y experimentaban la influencia poderosa de la cultura urbana. Sobre las orientaciones de valor de los habitantes de las ciudades musulmanas podemos juzgar por el grupo de referencia, al cual en general se quería imitar, que encarnaba los caracteres de conocimiento y moral que los griegos señalaron en la palabra ‘paideia’ y los latinos en la palabra ‘humanitas’. Los divulgadores de ideas humanistas, insistían en el destino terrenal del ser humano, y esto conducía a veces al escepticismo religioso y a la aparición de la gente de moda, que ostentaba su ateísmo. Esos referentes adquirieron gran importancia cuando el Califato, por primera vez desde Alejandro Magno, se convirtió en un centro de interrelación de diferentes tradiciones culturales y de diferentes grupos confesionales, esparcidos desde el Mediterráneo hasta el mundo indo-iranio. En el período de prosperidad de la cultura musulmana medieval, era exigencia para estos referentes sociales el conocimiento de la cultura antigua. Mientras que, por otro lado, se desarrollaron programas de educación elaborados por científicos griegos. Para la realización de estos programas, los musulmanes disponían de enormes posibilidades. Baste decir que según el cálculo de los especialistas solo en Córdoba se concentraban más libros que en toda Europa. La transformación del Califato en centro de influencias recíprocas con otras culturas, en la mezcla de diferentes grupos étnicos, contribuía a la formación de otro rasgo más del humanismo: el universalismo, como idea de la unidad del género humano. En la vida real, a la formación de esta idea le correspondió el hecho de que las tierras habitadas por musulmanes se extendían desde el río Volga en el norte, hasta Madagascar en el sur; de la costa Atlántida de Africa en el occidente hasta la costa pacífica de Asia en el oriente. Aunque con el transcurso del tiempo la presencia musulmana se fue desintegrando y los pequeños estados formados de sus escombros fueron similares a las posesiones de los sucesores de Alejandro, los fieles al Islam vivían unidos por una sola religión, una sola lengua literaria común, una sola ley, una sola cultura. En la vida cotidiana se comunicaban e intercambiaban valores culturales de diferentes y muy diversos grupos confesionales. El espíritu del universalismo dominaba en muchos círculos científicos uniendo a musulmanes, cristianos, judíos y ateos que compartían intereses intelectuales comunes y que llegaban de diversos rincones del mundo musulmán. Les acercaba la ideología de la amistad tal como había ocurrido antes en las escuelas filosóficas de la Antigüedad como las de los estoicos, epicúreos, neoplatónicos, etc., y del Renacimiento italiano, como el círculo de Marsilio Ficino. En las discusiones organizadas por algunos teólogos y en las que muchos de los partícipes eran de distintas confesiones fue norma fundamentar la autenticidad de las tesis, no con referencias a textos sagrados ya que éstos eran diversos, sino apoyándose exclusivamente en la razón humana.» La lectura que acabo de hacer de la contribución de Sagadeev no contempla la riqueza descriptiva que este estudioso hace de las costumbres, vida cotidiana, arte, religiosidad, derecho y actividad económica del mundo musulmán en la época de su esplendor humanista. Quisiera pasar ahora a otro trabajo, también de un académico ruso, especialista en culturas de América. El profesor Serguei Seemenov en su monografía de septiembre de este año, titulada «Tradiciones e innovaciones humanistas en el mundo Iberoamericano», efectúa un enfoque totalmente novedoso en el rastreo de la actitud humanista en las grandes culturas de la América precolombina.

Los dejo con su palabra: «…Cuando hablamos de tendencias humanistas en el mundo precolombino, podemos hacer análisis ante todo tomando el material de obras artísticas, obras de masas y obras profesionales que se expresan en monumentos de la cultura material y que se graban en la memoria del pueblo… Los elementos culturales que pesquisamos en este continente se diferencian mucho de las tradiciones del mundo Euroasiático, pero les aproxima el universalismo, el reconocimiento de la unidad de todos los seres humanos, independientemente de su posición tribal o social. A estos elemento los podemos hacer constar tanto en Mesoamérica, cuanto en América del Sur en la etapa precolombina. De mano de los mitos, entraremos en un mundo cultural que luego habrá de desarrollarse en las producciones concretas. El primer mito es el de Qutzalcoatl y el segundo el de Wiracocha, dos deidades que rechazaban los sacrificios humanos bastante frecuentes antes de la llegada de los europeos. Los mitos y leyendas indígenas, crónicas españolas y monumentos de la cultura material demuestran que el culto de Qutzalcoatl, que aparece entre el 1.200 y 1.100 antes de nuestra era, se vincula en la conciencia de los pueblos de la región con la lucha contra los sacrificios humanos y con normas morales contra el asesinato, el robo y las guerras. Según una serie de leyendas, el gobernante tolteca de la ciudad de Tula, Tzeacatl Tokilzan, que adoptó el nombre de Quetzalcoatl y que vivió en el siglo X de nuestra era, tenía los rasgos del héroe cultural. De acuerdo a las leyendas, éste enseñó la orfebrería, prohibió los sacrificios humanos y suplantó el sacrificio a los dioses con la entrega solamente de flores, pan y aromas. Tenía aspecto de hombre blanco, pero no era rubio sino moreno. Algunos cuentan que se fue al mar y otros que se encendió en una llama ascendiendo al cielo, dejando la esperanza de su regreso plasmada en la estrella matutina. A este héroe se le adjudica la afirmación en Mesoamérica del estilo de vida humanista denominado toltecayotl, que asimilaron no solo los toltecas sino los pueblos vecinos y los que heredaron las tradiciones toltecas. Ese estilo de vida se basaba en los principios de hermandad de los seres humanos, del alto perfeccionamiento del trabajo, de la veneración por la honestidad, del cumplimiento de la palabra empeñada, del estudio de los secretos de la naturaleza y de la visión del mundo optimista. Las leyendas de los pueblos mayas del mismo período, hacen constar la actividad del gobernante o sacerdote de la ciudad de Chichén-Itzá, que tenía el nombre de Cucul-Cán, análogo maya de Qutzalcoatl. A otro representante de la tendencia humanista en Mesoamérica lo tenemos en la persona de un gobernante de la ciudad de Tezcoco, el poeta Mesahuatl Coyotl que vivió entre 1.402 y 1.472. El también rechazó los sacrificios humanos, cantó la amistad entre los pueblos y ejerció profunda influencia en la cultura de las poblaciones de México. En América del Sur observamos un movimiento análogo al comienzo del siglo XV. Este movimiento se vincula con el nombre del Inca Cuzi Yupanqui que recibió la designación de «reformador» y de su hijo Tupac Yupanqui. Al igual que en Mesoamérica, el reformador tomó el nombre de un dios, en este caso de Wiracocha. Son conocidas las normas morales por las que se regía la sociedad de Tawantisuyu que, en gran medida, estaban relacionadas con las reformas de Cuzi Yupanqui, quien al igual que Tokilzan, tenía los rasgos del héroe cultural.» Y hasta aquí la cita de un trabajo, por supuesto, mucho más extenso y enjundioso.

Con la lectura de estos dos fragmentos he querido acercar una muestra de esto que llamamos «actitud humanista» en regiones muy separadas y que, por supuesto, podemos encontrar en períodos precisos de diferentes culturas. Y digo «en períodos precisos» porque tal actitud no es permanente sino que parece retroceder y avanzar de un modo pulsante a lo largo de la historia hasta que muchas veces desaparece definitivamente en los tiempos sin retorno que preceden al colapso de una civilización. Se comprenderá que establecer vínculos entre las civilizaciones a través de sus «momentos humanistas», es una tarea vasta pero de grandes alcances. Si en la actualidad, los grupos étnicos y religiosos se repliegan sobre sí mismos a fin de lograr una fuerte identidad, tenemos en marcha una suerte de chauvinismo cultural o regional que amenaza chocar con otras etnias, culturas o religiones. Y si es que cada cual ama a su pueblo y su cultura, también puede comprender que en él y en sus raíces existió o existe ese «momento humanista» que lo hace, por definición, universal y semejante al otro con el que se enfrenta. Se trata pues de diversidades que no podrán ser barridas por unos o por otros. Se trata de diversidades que no son una rémora, ni un defecto, ni un retraso, sino que constituyen la riqueza misma de la humanidad. Allí no está, en verdad, el problema sino en la posible convergencia de tales diversidades en base a la consideración de los comunes «momentos humanistas».

Quisiera, por último, retomar el estado de la cuestión humanista en el momento actual. Dijimos que luego de las dos catástrofes mundiales, los filósofos de la existencia reabrieron el debate sobre un tema que parecía muerto en el pasado. Pero este debate partió de considerar al humanismo como una filosofía cuando en realidad nunca fue una postura filosófica sino una perspectiva y una actitud frente a la vida y las cosas. Si en el debate se dio por aceptada la descripción del siglo XIX, no es de extrañar que pensadores como Foucalt hayan acusado al humanismo de estar incluido en ese relato. Ya antes, Heidegger había expresado su anti humanismo al considerar a éste como una «metafísica» más en su «Carta sobre el Humanismo». Tal vez la discusión estuvo basada en la posición del existencialismo sartriano que planteó la cuestión en términos filosóficos. Viendo estas cosas desde la perspectiva actual nos parece excesivo aceptar una interpretación sobre un hecho como el hecho mismo y, a partir de ello, atribuir a éste determinadas características. Althusser, Lévy-Strauss y numerosos estructuralistas han declarado en sus obras su anti humanismo, del mismo modo que otros han defendido al humanismo como una metafísica o, cuando menos, una antropología. En realidad, el humanismo histórico occidental no fue en ningún caso una filosofía, ni aún en Pico de la Mirándola o en Marsilio Ficino. El hecho de que numerosos filósofos estuvieran incluidos en la actitud humanista no implica que ésta fuera una filosofía. Por otra parte, si el humanismo renacentista se interesó por los temas de la «filosofía moral» debe entenderse a esa preocupación como un esfuerzo más por desbaratar la manipulación práctica que en ese campo efectuó la filosofía escolástica medieval. Desde esos errores en la interpretación del humanismo, considerado como una filosofía, es fácil llegar a posturas naturalistas como las que se expresaron en el «Humanist Manifesto» de 1933, o a posiciones social-liberales como en el «Humanist Manifesto II» de 1974. Así las cosas, autores como Lamont han definido sus humanismos como naturalistas y antiidealistas afirmando el antisobrenaturalismo, el evolucionismo radical, la inexistencia del alma, la autosuficiencia del hombre, la libertad de la voluntad, la ética intramundana, el valor del arte y el humanitarismo. Creo que éstos tienen todo el derecho en caracterizar así a sus concepciones pero me parece un exceso sostener que el humanismo histórico se haya movido dentro de esas direcciones. Por otra parte, pienso que la proliferación de «humanismos» en los años recientes es del todo legítima siempre que éstos se presenten como particularidades y sin la pretensión de absolutizar al humanismo en general. Por último, también creo que el humanismo actualmente está en condiciones de devenir en una filosofía, una moral, un instrumento de acción y un estilo de vida. La discusión filosófica con un humanismo histórico y, además localizado, ha sido mal planteada. El debate recién comienza ahora y las objeciones del antihumanismo, tendrán que justificarse ante lo que hoy plantea el nuevo humanismo universalista. Debemos reconocer que toda esta discusión ha sido un tanto provinciana y ya lleva bastante tiempo este asunto de que el humanismo nace en un punto, se discute en un punto y tal vez se quiera exportar al mundo como un modelo de ese punto. Concedamos que el «copyright», el monopolio de la palabra «humanismo», está asentado en un área geográfica. De hecho hemos estado hablando del humanismo occidental, europeo y, en alguna medida, ciceroniano. Ya que hemos sostenido que el humanismo nunca fue una filosofía sino una perspectiva y una actitud frente a la vida, ¿no podremos extender nuestra investigación a otras regiones y reconocer que esa actitud se manifestó de modo similar? En cambio, al fijar al humanismo histórico como una filosofía y, además, como una filosofía específica de Occidente no solo erramos sino que ponemos una barrera infranqueable al diálogo con las actitudes humanistas de todas las culturas de la Tierra. Si me permito insistir en este punto es por las consecuencias no solamente teóricas que las posturas antes citadas han tenido y aún tienen, sino por sus consecuencias prácticas inmediatas.

En el humanismo histórico, existía la fuerte creencia de que el conocimiento y el manejo de las leyes naturales llevaría a la liberación de la humanidad; que tal conocimiento estaba en las distintas culturas y había que aprender de todas ellas. Pero hoy hemos visto que existe una manipulación del saber, del conocimiento, de la ciencia y de la tecnología. Que este conocimiento ha servido a menudo como instrumento de dominación. Ha cambiado el mundo y se ha acrecentado nuestra experiencia. Algunos creyeron que la religiosidad embrutecía la conciencia y para imponer paternalmente la libertad, arremetieron contra las religiones. Hoy emergen violentas reacciones religiosas que no respetan la libertad de conciencia. Ha cambiado el mundo y se ha acrecentado nuestra experiencia. Algunos pensaron que toda diferencia cultural era divergente y que había que uniformar las costumbres y los estilos de vida. Hoy se manifiestan violentas reacciones mediante las cuales las culturas tratan de imponer sus valores sin respetar la diversidad. Ha cambiado el mundo y se ha acrecentado nuestra experiencia. Y hoy, frente a esta trágica sumersión de la razón, frente al crecimiento del síntoma neoirracionalista que parece invadirnos, todavía se escuchan los ecos de un racionalismo primitivo en el que fueron educadas varias generaciones. Muchos parecen decir: «¡Razón teníamos al querer acabar con la religiones, porque si lo hubiéramos logrado hoy no habría luchas religiosas; razón teníamos al tratar de liquidar la diversidad porque si lo hubiéramos logrado no se encendería ahora el fuego de la lucha entre etnias y culturas!» Pero aquellos racionalistas no lograron imponer su culto filosófico único, ni su estilo de vida único, ni su cultura única, y eso es lo que cuenta. Sobre todo cuenta la discusión para solucionar estos serios conflictos hoy en desarrollo. ¿Cuánto tiempo más se necesitará para comprender que una cultura y sus patrones intelectuales o de comportamiento, no son modelos que la humanidad en general deba seguir? Digo ésto porque tal vez sea el momento de reflexionar seriamente sobre el cambio del mundo y de nosotros mismos. Es fácil pretender que cambien los otros, solo que los otros piensan lo mismo. ¿No será hora de que comencemos a reconocer al «otro», a la diversidad del «tú»? Creo que hoy está planteado con más urgencia que nunca el cambio de mundo y que este cambio para ser positivo es indisoluble en su relación con el cambio personal. Después de todo, mi vida tiene un sentido si es que quiero vivirla y si es que puedo elegir o luchar por las condiciones de mi existencia y de la vida en general. Este antagonismo entre lo personal y lo social no ha dado buenos resultados, habrá que ver si no tiene mayor sentido la relación convergente entre ambos términos. Este antagonismo entre las culturas no nos lleva por la dirección correcta, se impone la revisión del declamativo reconocimiento de la diversidad cultural y se impone el estudio de la posibilidad de convergencia hacia una nación humana universal.

Por último, no pocos defectos se ha atribuido a los humanistas de las distintas épocas. Se ha dicho que también Maquiavelo era un humanista que trataba de comprender las leyes que rigen el poder; que el mismo Galileo mostró una suerte de debilidad moral frente a la barbarie de la Inquisición; que Leonardo contaba entre sus invenciones con avanzadas máquinas de guerra que diseñó para el Príncipe. Y, siguiendo la cadena, se ha afirmado que también muchos escritores, pensadores y científicos contemporáneos han mostrado aquellas debilidades. Seguramente en todo ésto hay muchas cosas ciertas. Pero debemos ser justos en nuestra apreciación de los hechos: Einstein no tuvo que ver con la fabricación de la bomba atómica, su mérito radica en la producción de la célula fotoeléctrica gracias a la cual se desarrolló tanta industria, incluido el cine y la T.V., pero por sobre todo su genio se destacó en la formulación de una gran teoría absoluta: la teoría de la Relatividad. Y este Einstein no tuvo debilidades morales frente a la nueva Inquisición. Ni tampoco Oppenheimer a quién se le presentó el proyecto Manhattan para la construcción de un artefacto que diera fin al conflicto mundial solamente como arma disuasiva que jamás iba a ser utilizada contra los seres humanos. Oppenheimer fue vilmente traicionado y por ello elevó su voz en fuertes llamamientos a la conciencia moral de los científicos. Por ello se lo destituyó y por ello fue perseguido por el Mackartismo. Muchos defectos morales atribuidos a personas de actitud humanista no tienen que ver con su posición frente a la sociedad o la ciencia sino con su tesitura de seres humanos enfrentados al dolor y al sufrimiento. Si es por consecuencia y por fortaleza moral, la figura de Giordano Bruno frente al martirio, aparece como el paradigma del humanista clásico y, contemporáneamente, tanto Einstein como Oppenheimer pueden ser considerados con justeza humanistas de una pieza. ¿Y por qué, más allá del campo de la ciencia, no habríamos de considerar como genuinos humanistas a Tolstoi, a Gandhi y a Luther King? ¿No es Schweitzer un humanista? Estoy seguro que millones de personas en todo el mundo sostienen una actitud humanista ante la vida, pero cito a unas pocas personalidades porque constituyen modelos de posición humanista reconocidos por todos. Yo sé que a estas individualidades se le pueden objetar conductas, en ocasiones procedimientos, sentido de la oportunidad o tacto, pero no podemos negar su compromiso con los otros seres humanos. Por otra parte, no estamos nosotros para pontificar acerca de quién es o no es un humanista sino para opinar, con las limitaciones del caso, acerca del humanismo. Pero si alguien nos exigiera definir la actitud humanista en el momento actual le responderíamos en pocas palabras que «humanista es todo aquel que lucha contra la discriminación y la violencia, proponiendo salidas para que se manifieste la libertad de elección del ser humano».

Nada más. Muchas gracias.