La sibila de Cumas, no queriendo ser tomada por la terrible inspiración se desespera y retorciéndose, grita: “¡Ya viene, ya viene el dios!”. Y al dios Apolo le cuesta poco bajar desde su bosquecillo sagrado hasta el antro profundo, en donde se apodera de la profetiza (29). En este caso y en diferentes culturas, la entrada al trance ocurre por interiorización del yo y por una exaltación emotiva en la que está copresente la imagen de un dios, o de una fuerza, o de un espíritu, que toma y suplanta la personalidad humana. En los casos de trance, el sujeto se pone a disposición de esa inspiración que le permite captar realidades y ejercitar poderes desconocidos para él en la vida cotidiana (30). Sin embargo, leemos a menudo que el sujeto hace resistencia y hasta lucha con un espíritu o un dios tratando de evitar el arrebato en unas convulsiones que hacen recordar a la epilepsia, pero eso es parte de un ritual que afirma el poder de la entidad que doblega la voluntad normal(31).

En Centroamérica, el culto del Vudú haitiano(32) nos permiten comprender técnicas de trance que se realizan con danzas apoyadas con pócimas producidas en base a un pez tóxico(33). En Brasil, la Macumba(34) nos muestra otras variantes místicas del trance logradas mediante danzas y apoyadas con una bebida alcohólica y tabaco.

No todos los casos de trance son tan vistosos como los citados. Algunas técnicas indias, las de los «yantras», permiten llegar al trance por interiorización de triángulos cada vez más pequeños en una figura geométrica compleja que ocasionalmente, termina en un punto central. También, en la técnica de los «mantrams», por repetición de un sonido profundo que el sujeto va profiriendo, se llega al ensimismamiento. En esas contemplaciones visuales o auditivas, muchos practicantes occidentales no tienen éxito porque no se preparan afectivamente limitándose a repetir figuras o sonidos sin interiorizarlos con la fuerza emotiva o devocional que se requiere para que la representación cenestésica acompañe al estrechamiento de la atención. Estos ejercicios se repiten tantas veces como sea necesario hasta que el practicante experimente la sustitución de su personalidad y la inspiración se haga plena.

El desplazamiento del yo y la sustitución por otras entidades puede ser verificado en los cultos mencionados y hasta en las más recientes corrientes Espíritas. En estas, el «médium» en trance es tomado por una entidad espiritual que sustituye a su personalidad habitual.

No ocurre algo tan diferente con el trance hipnótico cuando el sujeto interioriza profundamente las sugestiones del operador, llevando la representación de la voz al «lugar» que normalmente ocupa el yo habitual. Desde luego, para ser «tomado» por el operador, el sujeto debe ponerse en un estado receptivo de «fe» y seguir sin dudar las instrucciones recibidas(35). Este punto muestra una característica importante de la conciencia. Estamos diciendo que mientras se realiza una operación vigílica atenta, aparecen ensueños que a veces pasan inadvertidos o terminan por desviar la dirección de los actos mentales que se llevaban a cabo. El campo de copresencia actúa siempre aunque los objetos de conciencia presentes se muestren en el foco atencional. La gran cantidad de actos automáticos que se realizan en vigilia muestra esta aptitud de la conciencia para realizar diferentes trabajos simultáneos. Ciertamente, la disociación puede alcanzar cotas patológicas pero también se puede manifestar con fuerza en casi todos los fenómenos de inspiración. Por otra parte, el desplazamiento del yo puede no ser completo en el trance espírita o la hipnosis, como se comprueba en la llamada “escritura automática” que se efectúa sin tropiezos aunque la atención del sujeto esté puesta en el diálogo o en otras actividades. Con frecuencia, encontramos esta disociación en la “critografía” en que la mano dibuja mientras el sujeto desarrolla una conversación telefónica muy concentrada.

Avanzando hacia el ensimismamiento, podemos llegar a un punto en que los automatismos queden superados y ya no se trate de desplazamientos ni sustituciones del yo. Tenemos a mano el ejemplo que nos da la práctica de la “oración del corazón” realizada por los monjes ortodoxos del monte Athos(36). La recomendación de Evagrio Pontico(37), resulta muy adecuada para eludir la representaciones (por lo menos las de los sentidos externos): “No imagines la divinidad en ti cuando oras, ni dejes que tu inteligencia acepte la impresión de una forma cualquiera; mantente inmaterial y tú comprenderás”. En grandes trazos, la oración funciona así: el practicante en retiro silencioso se concentra en su corazón y tomando una frase corta inhala suavemente llevando la frase con el aire hasta el corazón. Cuando ha terminado la inhalación, “presiona” para que llegue más adentro. Después va exhalando muy suavemente el aire viciado sin perder la atención en el corazón. Esta práctica era repetida por los monjes muchas veces al día hasta que aparecían algunos indicadores de progreso como la “iluminación” (del espacio de representación). Siendo precisos, hemos de admitir el pasaje por el estado de trance en algun momento de las repeticiones de las oraciones usadas. El pasaje por el trance no es muy diferente al que se produce en los trabajos con los yantras o mantrams, pero como en la práctica de la “oración del corazón”, no se tiene la intención de ser “tomado” por entidades que reemplacen la propia personalidad, el practicante termina superando el trance y “suspendiendo” la actividad del yo. En este sentido, en las prácticas del Yoga se puede pasar también por distintos tipos y niveles de trance, pero se debe tener en cuenta lo que nos dice Patanjali(38) en el Sutra II del Libro I : “el yoga aspira a la liberación de las perturbaciones de la mente”, La dirección que lleva ese sistema de prácticas va hacia la superación del yo habitual, de los trances y de las disociaciones. En el ensimismamiento avanzado, fuera de todo trance y en plena vigilia se produce esa «suspensión del yo» de la que tenemos indicadores suficientes. Es evidente que ya desde el principio de su práctica, el sujeto se orienta hacia la desaparición de sus «ruidos» de conciencia amortiguando las percepciones externas, las representaciones, los recuerdos y las espectativas. Algunas prácticas del yoga(39) permiten aquietar la mente y colocar al yo en estado de suspensión durante un breve lapso.

(29) Virgilio, que hace una descripción fantástica de la anécdota de Cumas, seguramente cuenta con información más que suficiente sobre el proceder de las sibilas a lo largo de la historia de Grecia y Roma. De todos modos, en el Libro VI de la Eneida, dice la Sibila: «¡ He ahí, he ahí el dios!. Apenas pronunció estas palabras a la entrada de la cueva, inmutósele el rostro y perdió el color y se le erizaron los cabellos; jadeando y sin aliento, hinchado el pecho, lleno de sacro furor , parece que va creciendo y que su voz no resuena como la de los demás mortales porque la inspira el numen ya más cercano».

(30) El chamanismo y las técnicas del éxtasis, M. Eliade, F.C.E. Madrid. 2001 El autor pasa revista, entre otras materias, a las distintas formas de trance chamánico en el Asia Central y Septentrional; en el Tibet y China; en los antiguos Indoeuropeos; en Norteamérica y Suramérica; en el Sureste asiático y en Oceanía.

(31) Los antiguos llamaron a la epilepsia, la «enfermedad divina». En las convulsiones de ese mal, creyeron ver una lucha en la que el sujeto se defendía de la alteración que llegaba hasta él. Los dioses anunciaban su llegada dándole al sujeto un «aura» que lo prevenía. Después del «ataque», se suponía que el sujeto quedaba inspirado para profetizar. No en vano se pretendió que Alejandro, César y hasta Napoleón hubieran padecido el «mal divino» porque, después de todo, eran hombres de lucha.

(32) Derivado de Togo y Benin

(33) De la mort a la vie: essai sur le phenomène de la zombification en Haiti R. Toussaint.Ed. Ife. Ontario. 1993.

(34) Derivada del pueblo Yoruba de Togo, Benin y Nigeria, pero también de influencias senegalesas y de Africa Occidental en general.

(35) Es claro que desde el «magnetismo animal» de Mesmer y Pueysegur hasta la hipnosis moderna que se inicia con J. Braid, se ha podido ir eliminando una parafernalia totalmente accesoria.

(36) La tradición de la “oración del corazón” arranca en el S.XIV en el Monte Athos griego. En 1782 se expandió fuera de los monasterios con la publicación de la Philocalie, del monje griego Nicodemo el Hagiorita, siendo editada en ruso poco después por Paisij Velitchkovsky.

(37) Evagrio Pontico, de los “Padres del Desierto”, escribió sus apotegmas en el S. IV. Es considerado uno de los precursores de las prácticas del Monte Athos.

(38) Los Aforismos del Yoga o Yoga- Sutra, recopilados por Patanjali en el siglo II, es el primer libro de Yoga que se conserva íntegro en sus 195 breves y magistrales sentecias.

(39) Técnicas del Yoga y también El Yoga. Inmortalidad y libertad de M. Eliade.