Una tendencia muy fuerte de Estados Unidos a dominar el mundo. Por las buenas o por las malas.

El objetivo es imponer una forma de vida y una ideología basada en los “valores de Occidente”, que no están muy bien definidos pero que podríamos caracterizar como una mezcla de ultra-liberalismo económico, democracia formal y cristianismo en su versión más decadente de intolerancia y negación de la vida.

Este avance se despliega con fuerza en la presencia en Afghanistán, en la invasión de Irak, en las amenazas a Siria e Irán y Corea, en las presiones y chantajes para constituir en Latinoamérica una zona franca de intervención económica (ALCA), en la exigencia de apoyo de todos los otros países y en particular de la CEE a cualquiera de sus iniciativas de “política” exterior, en la negación a adherir a los tratados internacionales como el protocolo de Kyoto, la Corte Internacional de Justicia, ubicándose por encima de todos los otros países, en el desprecio de las resoluciones de la ONU, en los discursos sobre el Bien y el Mal, en la afirmación de “quienes no están con nosotros están contra nosotros”, en la desinformación sistemática del pueblo de los Estados Unidos y en la creciente presión para evitar el disenso dentro de este país.

Es probable que estemos asistiendo a un intento de constituir un Imperio. Este imperio tendría un carácter mundial, debido a la interconexión existente entre todos los puntos del planeta, situación que por primera vez se presenta como posibilidad en nuestro planeta. Si este intento tuviera éxito, asistiríamos a una consolidación de la potencia de Estados Unidos y a un “nuevo orden mundial” que impondría, por la convicción o por la fuerza, su ideología a toda la población mundial.

Antes de la consolidación definitiva se producirían ásperos conflictos en diversos puntos, con su secuela de muerte y miseria, para finalmente llegar a una “rendición generalizada”, en la que no faltarían focos de resistencia permanente.

Este imperio impondría su ley durante un cierto período, difícil de estimar, y luego comenzaría su decadencia hasta su extinción definitiva.

Otro escenario posible es una extrema agudización de los conflictos y alguna suerte de “accidente” nuclear y/o ecológico, que provocaría graves daños a la población mundial, con centenares de miles de muertos y la desaparición de la faz de la tierra de numerosas ciudades densamente pobladas.

En este caso, luego de la catástrofe, que haría retroceder la situación de unos cuántos años, probablemente, el ser humano recomenzaría desde el punto en el que se encuentra para retomar su camino evolutivo sorteando las dificultades que se irían presentando a medida que avanza.

Una tercera posibilidad es que el imperio no llegue a constituirse y tampoco se produzca una catástrofe. Esta sería la situación más interesante.

Estados Unidos no parece encontrarse en óptimas condiciones para aspirar a constituirse como imperio.

No cuenta con el poderío económico que poseía hace algunos años, su economía lleva una tendencia aceleradamente negativa.

Sin este poderío económico podría encontrarse en dificultades para desplegar y aumentar su potencia militar en la medida necesaria y tampoco contarían con los medios suficientes para comprar el apoyo de otros países.

Tampoco parece contar con líderes capaces de arrastrar multitudes por el período de tiempo necesario, menos aún de instaurarse en la conciencia colectiva como un gran conductor planetario.

El país y sus líderes han perdido una enorme cantidad de prestigio y consenso.

Las decisiones y movidas realizadas a partir del 11 de setiembre, fecha en la que se coaguló una gran cantidad de consenso y apoyo hacia Estados Unidos como reacción al atentado de Nueva York, ha consumido rápidamente ese consenso.

La arbitrariedad, la arrogancia, la obtusidad manifestadas han obtenido como resultado un progresivo rechazo de los otros países, ya sea en la persona de sus dirigentes como en sus poblaciones.

Esta progresiva pérdida de prestigio ha transformado aquello que en un pasado reciente podía constituir un modelo al cual las poblaciones aspiraban en una especie de cáncer a evitar, ya sea mediante escaramuzas diplomáticas o con la oposición frontal.

Prueba de esto son las oceánicas manifestaciones contra la invasión de Irak realizadas en todo el mundo y también la respuesta de la ONU al pedido de apoyo para esta invasión.

Esta reacción también se observa en una tendencia general a la organización en regiones. En algunos casos esta tendencia es evidente, como en Europa, donde se tiende a ampliar la CEE y a dotarla de instrumentos de decisión comunes.

Esa tendencia se manifiesta en Latinoamérica, con la progresiva formación de un polo de países que se proponen resistir al intento de Estados Unidos de convertirlos en su zona económica de dominación incontrastada.

Algunas señales llegan también de Rusia quien refuerza el vínculo con los países de Medio Oriente.

Se pueden visualizar otras regiones, basadas en cercanía geográfica y afinidad cultural, tales como Asia y Africa.

Esta progresiva configuración de entidades regionales constituiría una situación sumamente diferente a la precedente, modificando el equilibrio mundial mediante una distribución más balanceada del poder.

Lo que luego resultaría en términos de decisiones y tendencias, representaría un nuevo capítulo en la historia humana.

Tal vez se pudiera contar a partir de allí con una mayor inteligencia y comprensión de los procesos humanos y un mayor interés en dar respuestas evolutivas a las complejas situaciones que se irían presentando.

De esta manera la humanidad habría sorteado una difícil encrucijada, eligiendo la mejor dirección.