El hombre actual cuenta con 40.000 años aproximadamente.
Casi nada comparado con los millones de años del universo.
Algunas de las características que el ser humano ha presentado desde sus orígenes, son la curiosidad, la determinación y la propensión al cambio.
En todo caso el elemento clave del cambio siempre fue: diferir la respuesta, imaginar un futuro, sin llevárselo por delante, con respuestas mecánicas y reflejas al estilo de los animales, es decir que pudo esperar, dar un tiempo para dar la respuesta, pudo representarse en su cabeza algo que le hizo diferir la respuesta.
Las transformaciones históricas siempre se produjeron gracias a la acumulación de acciones humanas en una misma dirección, acumulación de respuestas diferidas, de discusiones con lo establecido, de futuros imaginados.
Grandes dificultades se le han presentado al ser humano en su camino: guerras, enfermedades, catástrofes naturales, inquisiciones, oscurecimiento general de la conciencia… parecería que a costa de grandes esfuerzos, de siempre renovados intentos de superación del sufrimiento, ha logrado seguir su camino.
Muchas especies se extinguieron antes que él, especies aparentemente más poderosas, más fuertes, mejor adaptadas.
¿De qué camino se trata? ¿De una enconada y persistente lucha por la conservación de la especie? ¿De una carrera de progreso tecnológico indefinido que apunta a la nada? ¿De una sucesión de generaciones para las cuales el mayor objetivo es la apropiación del poder? ¿De una pasión inútil en la cual los individuos nacen y mueren sin haber comprendido el sentido de esa vida y de esa muerte?
Considerar la existencia de una intencionalidad evolutiva universal nos hace comprender mejor el camino del ser humano y también su posible destino. Toda la especie humana evoluciona hacia el amor y la compasión.
Si interpretamos la historia humana desde este punto de vista, podemos claramente individualizar los momentos evolutivos y aquellos regresivos. Y también elegir entre posibilidades.
Como siempre ha hecho el hombre en la historia: ha elegido entre condiciones y ha elegido direcciones, independientemente de la época en la que su vida se desarrollaba y de su condición social y cultural.
Este es el profundo sentido de la acción humana que va más allá de la efectivización de sus proyectos en su propia dimensión temporal; en el arco de su vida.
Esto es lo que marca una profunda diferencia entre quienes trabajaron y trabajan, en las distintas franjas del quehacer humano, por superar el sufrimiento en sí mismos y en los demás y los otros, entre las buenas personas… y los otros.
Estamos hablando de acumulación histórica, de correntada evolutiva, de percibirse como ser histórico.
Tal vez en este momento lo más importante sea que la acumulación histórica produzca un cambio significativo.
La estructura humana desde hace 10.000 años no ha cambiado prácticamente, lo interesante es que puede surgir la voluntad de transformación de la estructura de la conciencia humana al trabajar intencionalmente en la transformación del sí mismo.
Es posible el intento de querer transformarse a sí mismo, modificando el modo de pensar y el modo de estructurar lo que llamamos realidad.
Es posible la modificación o actuación en los resortes profundos de la conciencia, impulsados por la acumulación del proceso histórico.
La tendencia de avance histórico es detectable y uno puede detectarla en uno mismo y en los demás, por el comportamiento, el enfoque, el modo de plantear los problemas.
El ser humano comenzó hace tiempo a cambiar su estructura corporal con modificaciones de tejidos, huesos, prótesis y se dirige a modificaciones más internas, las de su intencionalidad.
El ser humano es muy inteligente por su búsqueda de lo profundo, no solo se aprecia por sus producciones, por la ciencia, sino que su característica es la búsqueda en la profundidad de los espacios internos, más allá de lo conocido.
En ese espacio-tiempo diferente, aparecen las realidades objetivas.