En la primera parte comentaremos el libro “La Mirada Interna”, considerando a sus tres primeros capítulos que son introductorios y que se refieren a ciertas precauciones que se deberían tomar para encuadrar correctamente los temas más importantes.

Hasta el capítulo V las explicaciones se dan en un trasfondo de sin-sentido que el buscador de verdades más definitivas se siente inclinado a descartar. Encontramos allí capítulos y parágrafos que merecen algunas consideraciones. Pero, primeramente debemos preguntarnos: ¿qué se pretende transmitir en esta obra? Se trata de transmitir una enseñanza sobre la conducta y sobre la interioridad humana, con referencia al sentido de la vida.

¿Por qué el Libro lleva por título “La Mirada Interna”? ¿Es que acaso el órgano de la visión no está colocado para atisbar el mundo exterior, como si fuera una ventana o dos, si fuera el caso; no está colocado para abrirse cada día al despertar de la conciencia? El fondo del ojo recibe los impactos del mundo exterior. Pero a veces, cuando cierro los párpados, recuerdo al mundo externo, o lo imagino, o lo ensueño, o lo sueño. A este mundo lo veo con un ojo interior que también mira en una pantalla, pero que no es la correspondiente al mundo externo.

Mencionar una “mirada interna” es implicar a alguien que mira y a un algo que es mirado. Sobre esto trata el Libro y su título pone de relieve una imprevista advertencia de confrontación con lo ingenuamente admitido. El título del Libro resume estas ideas: “hay otras cosas que se ven con otros ojos y hay un observador que puede emplazarse de un modo diferente al habitual”. Debemos, ahora, hacer una pequeña distinción.

Cuando digo que “veo algo”, anuncio que estoy en actitud pasiva respecto de un fenómeno que impresiona mis ojos. Cuando, en cambio, digo que “miro algo”, anuncio que oriento mis ojos en una determinada dirección. Casi en el mismo sentido, puedo hablar de “ver interiormente”, de asistir a visiones internas como las del divagar, o las del soñar, distinguiéndolo del “mirar interno” como dirección activa de mi conciencia. De ese modo, puedo hasta recordar mis sueños, o mi vida pasada, o mis fantasías y mirarlas activamente, iluminarlas en su aparente absurdidad, buscando dotarlas de sentido. La mirada interna es una dirección activa de la conciencia. Es una dirección que busca significación y sentido en el aparentemente confuso y caótico mundo interno. Esa dirección es anterior aun a esa mirada, ya que la impulsa. Esa dirección permite la actividad del mirar interno. Y si se llega a captar que la mirada interna es necesaria para develar el sentido que la empuja, se comprenderá que en algún momento el que mira tendrá que verse a sí mismo. Ese “sí mismo” no es la mirada, ni siquiera la conciencia. Ese “sí mismo” es lo que da sentido a la mirada y a las operaciones de la conciencia. Es anterior y trascendente a la conciencia misma. De un modo muy amplio llamaremos “Mente” a ese “sí mismo” y no lo confundiremos con las operaciones de la conciencia, ni con ella misma. Pero cuando alguien pretende apresar a la Mente como si fuera un fenómeno más de la conciencia, aquella se le escapa porque no admite representación ni comprensión.

La mirada interna deberá llegar a chocar con el sentido que pone la Mente en todo fenómeno, aun de la propia conciencia y de la propia vida y el choque con ese sentido iluminará a la conciencia y a la vida. Sobre esto trata el Libro en su núcleo más profundo.

A todo lo anterior nos lleva la reflexión sobre el título de la obra. Pero al entrar en ella, en el primer parágrafo del primer capítulo, se nos dice: “Aquí se cuenta cómo al sin sentido de la vida se lo convierte en sentido y plenitud”. Y en el parágrafo 5, del mismo capítulo, se aclara: “Aquí se habla de la revelación interior a la que llega todo aquel que cuidadosamente medita en humilde búsqueda”.

Queda marcado el objetivo, convertir el sin-sentido de la vida en sentido. Y además, está trazado el modo de llegar a la revelación del sentido en base a una cuidadosa meditación.

Entremos en materia…

El capítulo I desarrolla el modo de llegar a la revelación interior, previniendo de falsas actitudes que alejarían del objetivo propuesto.

El capítulo III trata de lo que se ha dado en llamar “el sin-sentido”. El desarrollo de este capítulo comienza con la paradoja del “triunfo-fracaso”, en estos términos: “Aquellos que llevaron el fracaso en su corazón pudieron alumbrar el último triunfo. Aquellos que se sintieron triunfadores, quedaron en el camino como vegetales de vida difusa y apagada.” En este capítulo se reivindica el “fracaso” como no conformidad con los sentidos provisionales de la vida y como estado de insatisfacción impulsor de búsquedas definitivas. Destaca el peligro del encantamiento en los triunfos provisionales de la vida, aquellos que si se logran exigen más, llevando finalmente a la decepción y que si no se logran llevan también a la decepción definitiva, al escepticismo y al nihilismo.

Más adelante, en el mismo capítulo pero en el parágrafo 1, se afirma: “No hay sentido en la vida si todo termina con la muerte”. Ahora bien, está por demostrarse si efectivamente la vida termina o no termina con la muerte, por una parte, y si la vida tiene o no sentido en función del hecho de la muerte… Esos dobles interrogantes escapan del campo de la Lógica para tratar de ser resueltos, a lo largo del Libro, en términos de existencia. Sea como fuere, a este parágrafo 1 del capítulo III no es como para leerlo de corrido pasando inmediatamente al siguiente parágrafo. Exige una pausa y algunas reflexiones, ya que se está tratando un punto central de Doctrina. Los siguientes parágrafos se ocupan de resaltar la relatividad de los valores y de las acciones humanas.

El capítulo IV considera todos los factores de dependencia que operan sobre el ser humano, restándole posibilidades de elección y acción libre.

El capítulo V hace aparecer algunos estados de conciencia que tienen carácter diferente a los habituales. Se trata de fenómenos sugestivos y no por ello extraordinarios, pero que de todas maneras tienen la virtud de hacer sospechar un nuevo sentido de la vida. La sospecha del sentido está lejos de dar una fe o de fomentar una creencia, pero en cambio permite variar o relativizar la negación escéptica del sentido de la vida.

El registro de tales fenómenos no pasa de promover una duda intelectual, pero tiene la ventaja de afectar al sujeto en su vida diaria por su carácter de experiencia. En tal sentido, posee mayor aptitud de transformación que la que pudiera tener una teoría o un conjunto de ideas que hiciera variar simplemente el punto de vista respecto a cualquier posición frente a la vida.

En este capítulo se mencionan ciertos hechos que, verdaderos o no desde el punto de vista objetivo, ponen al sujeto en una situación mental diferente a la habitual. Estos hechos tienen la aptitud de presentarse acompañados por intuiciones que hacen sospechar otro modo de vivir la realidad. Y, precisamente, ese “sospechar” otro tipo de realidad nos abre a otros horizontes. En todas las épocas, los llamados “milagros” (en el sentido de aquellos fenómenos que contrarían a la percepción normal), arrastran consigo a intuiciones que terminan emplazando al sujeto en otro ámbito mental. A ese otro ámbito, al que llamamos “conciencia inspirada”, le atribuimos numerosas significaciones y correlativamente numerosas expresiones. Los parágrafos de este capítulo configuran una especie de lista incompleta, pero suficiente, de registros que al producirse invariablemente acarrean preguntas por el sentido de la vida. Su registro es de una intensidad psíquica tal que exige respuestas en torno a su significado. Y cualesquiera sean dichas respuestas, el sabor íntimo que dejan es siempre de sospecha sobre una realidad diferente. Veamos los casos: “A veces me he adelantado a hechos que luego sucedieron. A veces he captado un pensamiento lejano. A veces he descrito lugares que nunca visité. A veces he contado con exactitud lo sucedido en mi ausencia. A veces una alegría inmensa me ha sobrecogido. A veces una comprensión total me ha invadido. A veces una comunión perfecta con todo me ha extasiado. A veces he roto mis ensueños y he visto la realidad de un modo nuevo. A veces he reconocido como visto nuevamente algo que veía por primera vez… Y todo ello me ha dado que pensar. Buena cuenta me doy que sin esas experiencias, no podría haber salido del sin-sentido.”

El capítulo VI establece diferencias entre los estados de sueño, semisueño y vigilia. La intención está puesta en relativizar la idea que normalmente se tiene sobre la realidad cotidiana y sobre la exactitud de esa realidad que se percibe.

Los capítulos VII, VIII, IX, X, XI, XII y luego XV, XVI, XVII y XVIII, tratan directa o indirectamente del fenómeno de La Fuerza.

El tema de La Fuerza es de sumo interés porque permite, de una manera práctica, poner en marcha experiencias que orientan hacia el sentido. A diferencia de lo comentado en el capítulo V, que si bien otorgan la sospecha del sentido, ocurren espontáneamente o sin dirección alguna. Sobre este punto de La Fuerza y sus implicaciones hablaremos al final de estos comentarios sobre La Mirada Interna.

Ahora nos concentraremos en los cuatro capítulos restantes del Libro.

El capítulo XIII presenta los “Principios de acción válida”. Se trata de la formulación de una conducta en la vida, que se expone a quienes deseen llevar adelante una vida coherente, basándose en dos registros internos básicos: el de unidad y el de contradicción. De este modo, la justificación de esta “moral” se encuentra en los registros que produce y no en ideas o creencia particulares relativas a un lugar, a un tiempo, o a un modelo cultural. El registro de unidad interna que se desea evidenciar está acompañado por algunos indicadores a tenerse en cuenta: 1.- sensación de crecimiento interno; 2.- continuidad en el tiempo y 3.- afirmación de su repetición a futuro. La sensación de crecimiento interno aparece como un indicador verdadero y positivo acompañado siempre de la experiencia de mejoramiento personal, en tanto que la continuidad en el tiempo permite comprobar en situaciones posteriores al acto, o imaginadas con posterioridad al acto, o cotejadas en el recuerdo con situaciones posteriores al acto, si éste no varía por el cuadro de situación. Por último, si pasado el acto se experimenta como deseable su repetición, decimos que se afirma en la sensación de unidad interna. Contrariamente, los actos contradictorios pueden poseer algunas de las tres características de los actos unitivos, o ninguna de ellas, pero en ningún caso poseer las tres características de los actos unitivos.

Sin embargo, existe otro tipo de acción que no podemos estrictamente llamar “válida”, ni tampoco “contradictoria”. Es la acción que no obstruye el propio desarrollo, ni que provoca tampoco mejoramientos considerables. Puede ser más o menos desagradable o más o menos placentera; pero ni agrega ni quita desde el punto de vista de su validez. Esta acción intermedia es la cotidiana, la mecánicamente habitual, tal vez necesaria para la subsistencia y la convivencia, pero no constituye en sí un hecho moral, de acuerdo con el modelo de acción unitiva o contradictoria según venimos examinando. A los Principios, llamados “de acción válida”, se los clasifica como: 1.- principio de adaptación; 2.- de acción y reacción; 3.- de acción oportuna; 4.- de proporción; 5.- de conformidad: 6.- del placer; 7.- de la acción inmediata; 8.- de la acción comprendida; 9.- de libertad; 10.- de solidaridad; 11.- de negación de los opuestos y 12.- de acumulación de las acciones.

El capítulo XIV del Libro trata sobre “La Guía del Camino Interno”. Esta Guía no tiene mayores pretensiones que cualquier experiencia guiada, aunque encuadrada entre las ejercitaciones que se proponen en una dirección trascendente de fenómenos “sugestivos” o de “sospecha del sentido”.

El capítulo XIX habla de “los estados internos”. Este capítulo no es una experiencia guiada y no pretende soluciones transferenciales, sino que de modo alegórico trata de describir situaciones actuales en las que se puede encontrar el lector. Este capítulo es una descripción poética y alegórica de distintas situaciones en las que puede encontrarse una persona en su camino hacia el encuentro del sentido de la vida. Como se dice en su primer parágrafo: “… debes adquirir ahora suficiente percepción de los estados internos en los que te puedes encontrar a lo largo de tu vida y particularmente a lo largo de tu trabajo evolutivo”. Entendemos aquí, “trabajo evolutivo”, como aquel que permite ir despejando incógnitas en el desenvolvimiento del sentido de la vida.

El capítulo XX, titulado “La Realidad Interior”, es un tanto oscuro. Al parecer, su interpretación es difícil para quien no está familiarizado con la teoría de simbólica y alegórica y los fenómenos de producción, traducción y deformación de impulsos. De todas maneras y dejando de lado la comprensión teorética de este capítulo final, no es difícil encontrar personas que perciben con relativa nitidez sus estados internos y captan sus significados a nivel profundo, como si lo hicieran con un párrafo poético cualquiera.

Volvamos ahora a los capítulos relacionados con la Fuerza…

Los temas de la Fuerza, el Centro Luminoso, la Luz Interna, el Doble y la Proyección de la Energía admiten dos visiones diferentes. Primera: Considerarlos como fenómenos de experiencia personal y, por tanto, mantenerlos en una relativa incomunicación con aquellas personas que no los han registrado, limitándolos en el mejor de los casos a descripciones más o menos subjetivas. Segunda: Considerarlos dentro de una teoría mayor que los explique, sin apelar a la prueba de la experiencia subjetiva. Tal teoría mayor que podríamos considerar como derivada de una Psicología Trascendental, es de una complejidad y profundidad imposible de exponer en estos simples “Comentarios a ‘El Mensaje de Silo’”.