Los «centros» en el hombre, han sido explicados como áreas del sistema nervioso en donde se localizan funciones. Cada centro, además de su localización nerviosa, tiene relación con distintas glándulas. Las partes y subpartes de los centros, han sido presentadas como localizaciones más precisas y como niveles distintos de energía nerviosa.

Por otra parte, se ha visto que la acción de los centros se manifiesta en los plexos nerviosos, de una manera que puede experimentarse sin mayores dificultades.

Los centros han sido observados como colectores, transformadores y distribuidores del tipo de energía definida en general, como «energía sicobiológica» o más simplemente «energía vital».

Pese a la simplicidad de todas estas explicaciones, ellas han tenido eficacia al sintetizar en un cuadro general el complejísimo trabajo de la energía en el ser humano, que al recorrerlo va produciendo manifestaciones tan alejadas entre sí como puede ser el acto del reflejo y la sensación de compresión intelectual.

Interesa ahora completar el esquema, dándole mayor extensión, no mayor precisión de detalle.

Conocemos (y podemos determinar experimentalmente), la existencia de un campo de energía que rodea a todo ser vivo y que circula en torno a él como si el cuerpo fuera con respecto al campo, su «centro de gravedad». La amplitud del campo es variable y puede detectarse su acción a varios centímetros de distancia de la piel.

El campo posee características electromagnéticas débiles, pero ello no permite inferir que su naturaleza sea electromagnética. Tampoco puede confundirse a este campo con la radiación infrarroja producto del metabolismo, de la acción calórica del ser vivo.

Cada célula está rodeada, del mismo modo, por su campo. Ciertas agrupaciones de tejidos multiplican el efecto del campo, tal es el caso de los plexos nerviosos en torno a los cuales se organizan vórtices de energía. Existen, por lo menos, dos tipos de pasaje de energía en un cuerpo organizado: la circulación externa a él y la que se desplaza de vórtice en vórtice. Cada plexo, ya en particular, reproduce el esquema por cuanto la energía se desplaza en torno a él y porque también se desplaza internamente. Y así, en el caso de la célula, aparece el mismo sistema.

Las acciones entre cuerpo y campo son recíprocas y cualquier modificación en uno provoca una alteración concomitante en el otro. La energía de campo puede sobrecargar o eludir plexos. En tales casos, se producen disfunciones corporales.

Puede restablecerse la circulación normal, por acción en cualquiera de los términos, pero según se elija uno u otro se dará lugar a dos tipos distintos de «medicina». Comentaremos, como digresión que la acupuntura, por ejemplo, es un tipo de «medicina» superficialmente corporal, pro que su acción es de campo y que la antigua taumaturgia fue «medicina» estrictamente de campo.

Los ciclos y ritmos de circulación energética son propios de cada ser vivo y dependen de su singular actividad. No obstante, cada especie posee un sistema de ciclo y ritmo que le es característico y que está relacionado con el ciclaje de la luz y las variaciones de campo que sufre la Tierra. Dicho de otro modo: se observa que independientemente del biorritmo individual, las diversas especies tienen su biorritmo general que actúa en función del día y la noche; de las posiciones lunares y de las descargas solares.

Genéticamente considerado el problema, el campo en su organización externa e interna está ya presente en el óvulo y el espermatozoide, de manera que la acción de campo a partir de la fecundación es activa y todos los «órganos» están completados energéticamente aún cuando físicamente no se hayan articulado. Este asombroso fenómeno permite considerar al campo como un principio organizador de la materia prima con la que está relacionado y si bien observamos que la acción de ambos componentes es recíproca, descubrimos que sus funciones no son las mismas.

Se puede acelerar, retrasar, fijar, interrumpir, desviar y exteriorizar la energía que nos ocupa. Cada uno de esos casos tiene consecuencias bien distintas que no desarrollaremos aquí, salvo el último de los mencionados.

La exteriorización del campo se produce por una sobrecarga particular en el centro que conocemos como «superior». En las especies inferiores existe también este centro (de mayor desarrollo fisiológico aún que en el hombre), que actúa con total prescindencia de lo que podríamos llamar inteligencia.

En el ser humano, el centro superior se moviliza accidentalmente y con mayor facilidad en los estados crepusculares o de sueño, que en el estado de vigilia ordinaria. En los casos excepcionales de movilización en vigilia ordinaria, el fenómeno de todas maneras, es independiente de la voluntad del sujeto. Esta es la razón primordial que explica el fracaso de toda acción parasicológica que se pretende efectuar por acción de la atención concentrada o por forzamiento voluntario. En definitiva, sucede que todo fenómeno de exteriorización está ligado a tensiones patológicas en el centro sexual o con tensiones que movilizan violentamente los instintos de conservación, como respuesta a situaciones-límite que hacen peligrar la vida o la estabilidad de toda la estructura… y no hay otros casos, en principio.

Cualquier aprendiz de adivino de cierta sensibilidad, advierte que para operar más o menos correctamente debe producir un «corrimiento» del estado de vigilia ordinaria y por ello es que (aunque despierto) se coloca en actitudes corporales relajada, cambia el tono respiratorio, entrecierra los párpados y conecta con sus sensaciones cenestésicas tratando de amortiguar los mecanismos propios de la vigilia y los estímulos del medio. La práctica sostenida de tal actitud lleva al trance autohipnótico propio ya de algunos mediums que provocan, efectivamente, las manifestaciones paranormales más sorprendentes.

Está luego el caso de la manifestación extraordinaria en plena vigilia pero que surge súbitamente con total independencia de la voluntad del sujeto.

Los casos conocidos como «telepatía», «precognición» «impregnación», «telekinesia», etc. son actos particulares del mismo fenómeno de exteriorización de campo que dependen de la sobrecarga energética en el campo superior.

Los llamados «desdoblamientos» y «materialización» aparecen como los casos máximos de mayor pureza de exteriorización de campo. Ellos sobrevienen en las proximidades de ka muerte violenta o en las anestesias profundas cuando peligra el cuerpo… también, en casos de mediumnidad avanzada.

Los registros subjetivos que hacen en general los ocultistas sobre sus «proyecciones astrales», sus «viajes» y «vuelos nocturnos» a grandes distancias, etc. pertenecen más bien al terreno de la alucinación (cuando no de la mala fe), no requiriéndose para interpretarlos conocimientos superiores a los que da la Sicopatología.

Por la relación de campo con los centros y sus actividades, comprendemos la importancia del trabajo armónico de todas las funciones en el ser humano. El trabajo de uno o varios centros en desmedro del trabajo de otros; la contradicción entre intelecto, emotividad, motricidad y sexo, provoca desarticulación en el campo y también disfunción corporal

La mayor consecuencia que puede extraerse de todo esto, es que: los actos unitivos armonizan y le dan cohesión al campo, operando todo él en sentido centrípeto. Los actos contradictorios disocian el campo, operándose fuerzas centrífugas desintegradoras del conjunto.

Al hecho de unificación del campo en torno a un centro de gravedad le damos importancia preeminente en el Trabajo. Todo el Trabajo tiende a la formación de ese «algo», nuevo, que no es sino la unificación del campo.

El doble (o alma, para los antiguos) puede proyectarse fuera del sillar corporal, pero dependiendo de éste en definitiva. No hay razón para pensar que separándose el campo de su sillar material (tal es el caso de la muerte) mantenga su unidad, máxime si su estructura no tiene cohesión interna, si los actos acumulados son contradictorios y las fuerzas centrífugas actúan desintegradoramente.

Los casos comprobados de pervivencia del doble luego de la muerte, tienen que ver con determinados lugares en los que ocurrió el deceso súbita o violentamente. Estos dobles actúan automáticamente repitiendo siempre una misma operación o emitiendo sonidos de un modo repetitivo con la misma idiotez de un robot. Por el paso del tiempo o por modificación del ámbito al que está referido el doble, éste se desvanece definitivamente. Pero en tales casos extraordinarios, el doble no posee el mínimo de inteligencia, pareciéndose más bien a una grabación articulada por el campo.