Hemos de rescatar la idea de que todas las sensaciones, percepciones e imágenes, son formas de conciencia y, por tanto, sería más correcto hablar de “conciencia de la sensación, conciencia de la percepción y conciencia de la imagen”. Y aquí no estamos ubicándonos en la posición aperceptiva (en la que se tiene conciencia de un fenómeno psíquico). Estamos diciendo que es la conciencia misma la que modifica su modo de estar o, mejor, que la conciencia no es sino un modo de estar p.ej., “emocionada”, “expectante”, etc. Cuando estoy imaginando un objeto, no está la conciencia ubicada ajenamente, descomprometida y neutra frente a tal operación; la conciencia es en este caso un compromiso que se refiere a ese algo que se imagina. Aún en el caso de la apercepción antes mencionada, debe hablarse de una conciencia en actitud aperceptiva.

Por lo anterior, queda claro que no hay conciencia sino de algo y que ese algo se refiere a un tipo de mundo (ingenuo, natural o fenomenológico; “externo”, o “interno”). Así es que muy poco favor se hace a la comprensión con estudiar un estado de miedo al peligro, por ejemplo, dando por supuesto que se está investigando un tipo de emoción que no interesa a otras funciones de la conciencia, en una suerte de esquizofrenia descriptiva. Las cosas son de muy diferente manera, porque en el miedo al peligro, toda la conciencia está en situación de peligro y aún cuando pueda reconocer otras funciones como la percepción, el raciocinio y el recuerdo, todas ellas aparecen en esa situación como traspasadas en su accionar por la situación de peligro, en función del peligro. De manera que esa conciencia es un modo global de estar en el mundo y un comportamiento global frente al mundo. Y si se habla de los fenómenos psíquicos en términos de síntesis, debemos saber a qué síntesis nos referimos y cuál es nuestro punto de partida para comprender lo que nos aleja de otras concepciones que también hablan de “síntesis”, “globalidad”, “estructura”, etc.(5)

Por otra parte, habiendo establecido el carácter de nuestra síntesis, nada impedirá adentrarnos en cualquier tipo de análisis que nos permita aclarar o ilustrar nuestra exposición. Pero esos análisis, estarán siempre comprendidos en un contexto mayor y el objeto o el acto considerado no podrá independizarse de tal contexto ni podrá ser aislado de su referencia a algo.

Otro tanto ocurrirá respecto de las “funciones” psíquicas que estarán trabajando en acción conjunta de acuerdo al modo de ser de la conciencia, en el momento que la consideremos.

¿Pretendemos decir, entonces, que en plena vigilia y frente a un problema matemático que ocupa todo nuestro interés, están trabajando las sensaciones, las percepciones y las imágenes, siendo que la abstracción matemática para realizarse, debe eludir todo tipo de “distracciones”? Afirmamos que no es posible tal abstracción si el matematizante no cuenta con registros sensacionales respecto de su actividad mental, si no percibe la sucesión temporal de su discurrir, si no imagina a través de signos o símbolos matemáticos (convencionalmente aceptados y luego memorizados). Y si, finalmente, el sujeto matematizante desea trabajar con significados, habrá de reconocer que éstos no son independientes de las expresiones formalmente expuestas ante su vista o ante su representar.

Pero aún vamos más lejos cuando afirmamos que otras funciones están actuando simultáneamente, cuando decimos que aquel nivel vigílico en que se realizan las operaciones no está aislado de otros niveles de actividad de la conciencia; no está aislado de otras operaciones que se hacen plenas en el semisueño o el sueño.

Y es esa simultaneidad de trabajo de distintos niveles la que en ocasiones nos permite hablar de “intuición”, “inspiración”, o “solución inesperada”, y que aparece como una irrupción en el discurso lógico aportando sus propios esquemas dentro del contexto del matematizar, que en este caso estamos considerando.

La literatura científica está plagada de problemas cuyas soluciones aparecen en actividades posteriores a las del discurso lógico y que muestran precisamente el compromiso de toda la conciencia en la búsqueda de soluciones a tales problemas.

Para afirmar lo anterior no nos apoyamos en los esquemas neurofisiológicos que confirman estos asertos mediante el recurso de la actividad registrada por medio del electroencefalógrafo. Tampoco apelamos a la acción de un supuesto “subconsciente” o “inconsciente”, o de algún otro mito epocal cuyas premisas científicas están incorrectamente formuladas. Nos apoyamos en una psicología de la conciencia que admite diversos niveles de trabajo y operaciones de distinta preeminencia en cada fenómeno psíquico, siempre integrado en la acción de una conciencia global.