Texto Nº 2
«Díjome quien me mandó escribir, que como estas monjas de estos monasterios de Nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta causa será de alguna importancia, si se acierta a decir alguna cosa; y por ésto iré hablando con ellas en lo que escribiré, porque parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas: harta merced me hará Nuestro Señor si a alguna de ellas se aprovechare para alabarle algún poquito más. Bien sabe Su Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que, cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el Señor, por su misericordia, no la da».
Así termina la introducción al «Castillo Interior o Las Moradas» de Teresa de Jesús, monja de Nuestra Señora del Carmen a sus hermanas e hijas las monjas Carmelitas Descalzas. (2 de julio de 1577).
«…considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas».
«Pues consideremos que este castillo tiene, como he dicho, muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma».
«Antes que pase adelante, os quiero decir que consideréis qué será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado mortal».
«Es de considerar aquí, que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en el centro del alma, no pierde su resplandor y hermosura, que siempre está dentro de ella y cosa no puede quitar su hermosura».
«Escribiendo ésto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella, que dije al principio, por lo que se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza adonde dicen que está lo superior del alma. Y yo estuve en ésto harto tiempo, por parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía con velocidad. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de adelante decir la causa de ésto, que aquí no viene bien y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para entenderlo mejor porque con toda esta barahunda de ella, no me estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud, y amor, y deseos y claro conocimiento.
«Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del alma, ¿Cómo no la turba? Eso no lo sé yo, mas sé que es verdad lo que digo».
«…Paréceme que queda dicho de los consuelos espirituales, como algunas veces van envueltos con nuestras pasiones, traen consigo unos alborotos de sollozos, y aún a personas he oído que se les aprieta el pecho, y aún vienen a movimientos exteriores, que no se pueden ir a la mano, y es la fuerza de manera, que les hace salir sangre de narices, y cosas así penosas».