Duodécimo: Ver en uno y en todo lo mismo.

Nuevo salto con el uno y el todo. Se observa que el mundo y por consiguiente la conciencia y cada cosa, son en la raíz (e independientemente de fenómenos particulares), lo mismo.

¿Se acuerdan cuando al principio hablábamos de aquellos que nos decían «lo interior es lo mismo que lo exterior»? Parece que así es, pero esto lleva un largo trabajo de comprensión.

Se observa que el mundo y por consiguiente la conciencia y cada cosa, son en la raíz (e independientemente de los fenómenos particulares que separan a la conciencia de las cosas y a las cosas entre sí) como última reducción: lo mismo. Es como si dijéramos aquí que la sustancia (aunque no en ese nivel conceptual que le corresponde) de todo el universo: de la mente, del átomo y de las galaxias, fuera la misma. O que todo estuviera construido por la misma sustancia, no obstante la diversidad de los fenómenos, las características accidentales que los fenómenos van teniendo en su evolución. Es como si dijéramos que se trata de lo mismo, pero en última reducción, porque obviamente no es todo lo mismo en el mundo fenoménico en el que nos movemos. No podemos comparar el micrófono con una persona, ¿no es cierto?.

Todo lo dicho hasta aquí no puede experimentarse por el simple discurrir, ni se lo puede intuir cabalmente con tecnicismos filosóficos o lingüísticos, claro que no. Pero de algún modo tenemos que comunicarnos y así hemos tratado de hacerlo, con palabras.

Se pueden meditar estos pasos haciendo desarrollos, sacando consecuencias laterales, consecuencias que pueden tener posibilidades abrumadoras. Porque no se trata de andar siguiendo la línea simplemente, de la meditación trascendental de un modo mecánico paso por paso, sino tal vez (para los que les interesa por supuesto) tener en cuenta los pasos y explotar las posibilidades enormes que puede tener cada uno. El simple primer paso del «aprender a ver», puede ser muy desarrollado y muy explorado para una mente suficientemente inquisidora, investigadora.

Pensamos que aún la existencia de lo divino, o como se lo quiera llamar, puede descubrirse por esta vía. O no descubrirse. De todas maneras, se llegue así a una religión interior, o no se llegue, la meditación trascendental eleva el nivel general de comprensión del ser humano. Las experiencias que de ella se extraigan no permanecerán encerradas en unas pocas mentes meditadoras, sino que seguramente se traducirán más tarde o más temprano, al hombre sufriente y existente. Y él obtendrá sus frutos, porque le corresponde en justicia objetiva y en dignidad objetiva, por el hecho de haber sido creado, maravillosamente, a imagen del universo.