Al primer paso lo vamos a designar como: aprender a ver.
Aprender a ver es atender a las percepciones sin ningún tipo de consideración sobre ellas. Simplemente atender. Si yo atiendo al micrófono y pienso algo sobre el micrófono, o empiezo a divagar en torno al micrófono, en realidad no estoy aprendiendo a ver. Yo ahora estoy preocupado por el primer paso metódico de atención simplemente.
Camino y atiendo lo que percibo. Esto no es tan fácil como parece. En seguida me distraigo, en seguida empiezo a hacer consideraciones. Aprender a ver el micrófono, puede parecerme a mí que es: empezar a pensar cómo está compuesto el micrófono; hacer una descripción de sus elementos, hacer un estudio de él. ¡Nada de esto es aprender a ver!
Aprender a ver es, simplemente, observar con atención… y punto.
Es precisamente en el aprender a ver, sin ningún tipo de crítica, sin ningún tipo de consideración, donde descubro la presencia de los ensueños.
De no haber puesto atención en algún objeto de la vida cotidiana, jamás podríamos haber descubierto la existencia de los ensueños. Y es ahí, en el primer paso, en el simple fijar la atención sobre una percepción dada (y en la dificultad que se produce por ese fijar la atención) cuando descubro los ensueños. No hablo de los ensueños porque alguien me lo dijo. Es que si me pongo con atención a fijarme en un objeto, al poco tiempo aparecen los ensueños. Y ahí los tenemos ya captados experimentalmente en nosotros mismos, y no porque alguien me lo dijo.
Muy bien. Si esto es así, he descubierto ya algo en la atención dirigida. Seguramente, en todo otro tipo de atención siempre surgen los ensueños.